Quantcast
Channel: Frases Rockeras
Viewing all 227 articles
Browse latest View live

Taragüi Rock: día 1

$
0
0

A las cinco de la tarde del viernes 6 de septiembre, con treinta grados  y ni una nube, empieza  la cuarta edición del Taragüi Rock, antes conocido como Corrientes Rock. El anfiteatro Cocomarola recibe a "las mejores bandas del país", según informa el suplemento especial que preparó el diario Época. Un concepto un poco dudoso y que inclina la cancha para el lado de los organizadores, que quieren posicionar al festival como uno de los más importantes.

Hasta ahora, con la grilla encabezada por Ciro y Los Persas, Pastillas del Abuelo, Bersuit, Salta La Banca, La Vela Puerca, Kapanga y Pericos, se puede decir que el Taragüi Rock busca ser uno más de los tantos eventos que presentan a las mismos grupos de siempre: los más populares actualmente, hijos del rock de estadios de los noventa. Se deja de lado a muchísimas otras bandas que renovaron la escena argentina desde un lugar mucho más pesado que el generacional: el del sonido. Taragüi Rock (y Jesús María Rock, Vivo Entre Rock y tantos otros) acompañan al escucha desinformado que consume lo más popular y asegura que el rock argentino actual no tiene nada para ofrecer. Con estos grupos de la grilla es fácil sostener esa teoría. Por esa razón, quizás la mejor decisión sea llegar temprano para poder escuchar y conocer a los grupos emergentes.

Unas horas antes, mientras todo se preparaba en el anfiteatro, la ciudad de Corrientes hervía por el calor y parecía un lugar ajeno al festival. Casi no hay afiches pegados informando al respecto. Está repleto, sí, de carteles de candidatos a gobernador. Sobresalen dos famosos: Nito Artaza, el humorista; y Camau Espínola, el actual intendente y ganador de cuatro medallas olímpicas en yachting. Sus jingles de campaña están armados como chamamés proselitistas infalibles. También abundan los mates. Los correntinos lo toman mientras hacen cola en el banco, mientras manejan, mientras atienden su negocio. Abrazan el termo todo el tiempo y lo llevan para todos lados. Con el calor, reina el tereré.

Adentro del anfiteatro Cocomarola, los bancos están pintados de verde, el color oficial del festival, el de los flyers y el escenario. El color de la yerba. Los bancos no permiten demasiado pogo. Son de cemento y están clavados a lo largo de todo el predio, dejando un espacio libre de pocos metros al medio y adelante, formando una T de libertad poguera donde se acumulan los pibes más encendidos.

El festival se inaugura con Gurí, trío power funk de Curuzú Cuatiá. Los chichos, de no más de 17 años, suenan bien y convencen al público, que a las cinco y media de la tarde ya llegó en un buen número para los habituales espacios semi vacíos que suelen decorar los comienzos festivaleros. El grupo se despide con “El 38” y “Fire”: Divididos y Hendrix, confesión de influencias.

El festival cuenta con un presentador entre banda y banda, algo que no está mal para los emergentes que no juna nadie. El presentador hace bien su laburo y explica de dónde viene cada grupo y por qué están allí. Algunos grupos fueron invitados, otros ganaron los “Pre” realizados en Misiones, Chaco, Formosa y Corrientes. Adentro del predio se vende alcohol con total libertad. Por todo el anfiteatro se pasean mozos vestidos con camisa blanca, pantalón y chaleco negro decorado con moño al tono. Pasan con bandejas que llevan panchos (a $10), hamburguesas (a $20) o vasos de plástico de cerveza o fernet con Pepsi de un litro ($30 y $35). Otros se mueven con conservadoras. Son la atención gastronómica del palo por excelencia. Además, todos se pasan los termos. La organización de Taragüi Rock permite el ingreso de mates y afines. En ellos hay tereré pero también fernet, vino y más. Al costado del escenario, la FM Circus (107.9), dedicada a transmitir rock argentino las 24 horas, emite el festival en su totalidad.

El presentador arenga y nombra a Bersuit y a ¡Las Pas-ti-llas-del-A-bue-loooo! y todo el Cocomarola estalla pensando en lo que se viene, el plato principal de la noche.

Llega La Botica, rocanrol de cantante de voz rasposa. Hard rock renguero ioresco. Su cantante anuncia que van a tocar en la clásica previa que La Renga realiza en todas las localidades donde se presenta. En Corrientes será la noche del 20 de septiembre, la noche anterior al show en este mismo anfiteatro. “Vamos a tocar con Tete y Tanque”, anuncia y pide que todos asistan.

A las 19.30, cuando el sol ya se fue y ahora sólo queda una noche calurosa de viento ideal para seguir escabiando, aparece I am Loco, que no existiría sin Rage Against The Machine o Molotov. Su funk rap metalero en spanglish suena potente como locro en enero y suenan menos litoraleños que Zack de la Rocha. Terminan el set con “Killing in the Name”. Al igual que los Gurí, los I am Loco muestran sus obvias influencias con un cover calcado de sus padres. Eso sólo resta. En un escenario así se tienen que acabar los covers. Especialmente si no sorprenden ni modifican nada del tema original, sino que muestran sus mayores influencias. No terminan de salir del amateurismo.

Entre banda y banda, el encargado del sonido pone Guasones y Jóvenes Pordioseros. El público, en su mayor parte del palo del rocanrol, explota en varias oportunidades. Aparece el Bebe Contepomi en el escenario. El conductor de La Viola está haciendo un especial de su programa en el festival y es la primera estrella que se sube al Cocomarola. La gente estalla y lo saluda. Bebe les da a todos la bienvenida “al rock”, vende un poco de humo para que todos aplaudan y se despide.

En un contexto aparentemente adverso, los chaqueños Lenoise suben al escenario. El grupo, que ganó el concurso YPF Destino Rock, es pop de guitarras. Babasonicos, línea Arctic Monkeys, Oasis. Nada que ver con el palo temático principal de la grilla y del público. Aparecen y suenan mejor que todos. La gente aplaude poco al principio y aumenta su atención a medida que pasan las seis canciones que presenta la banda. Pero la conexión no se logra por completo: al final, mientras los músicos cierran su concierto, la gente ya pide por Las Pastillas, hay una barrera invisible entre el escenario y el predio.

Aparece Lienzo, cuarteto local. Son los anti rockstars. Están vestidos como para amenizar un crucero (saco blaco, chalecos, corbata rosa) y al igual que Lenoise, desentonan en la grilla. Y también suenan mejor que las anteriores. Sus canciones pop con estribillos, coros y teclados naif encajarían muy bien en la movida hipster platense/porteña de chicas con lentes gigantes y muchachos con bigote. Deberían editarse en casete.

Después de un bache de media hora, aparece la primera banda “fuerte” del festival. La Fábrica Recuperada Bajo Control Obrero antes conocida como Bersuit Vergarabat. Sin Gustavo Cordera, el grupo se reparte la voz en varias canciones y mantiene vivo su ADN en las canciones de su último disco, La Revuelta. Son un éxito asegurado.

Para el final, antes de la medianoche, Las Pastillas del Abuelo cierra la primera fecha con sus canciones de tinte Arjona Ismael Serrano Serrat pasado por Callejeros, Jaime Roos y Bersuit. Las casi 10 mil personas que hay esta noche en el anfiteatro reciben todas las canciones de la banda con euforia. Vinieron para verlos a ellos. Piti Fernández es un líder sobrio. No necesita decir mucho entre tema y tema porque ya lo dice en sus canciones, de letras interminables. Piti es un buen representante del rock argentino actual deudor de los 90: se llama igual que uno de Los Piojos y su apodo ya fue copado por el Dr. Álvarez. Es decir, en Las Pastillas del Abuelo todo suena a copia de la copia. Hasta sus nombres.

En los festivales que se realizan alrededor del país desde hace algunos años, con grillas repletas de este tipo de bandas, la necesidad del revival parece ser lo más importante, lo que conmueve a todos.

Taragüi Rock: día 2

$
0
0

La segunda fecha del Taragüi Rock 2013 tuvo como protagonistas excluyentes a los Carajo. Por ley nacional debería estar prohibido tocar después de ellos. No es justo para los demás grupos. Le disputan seriamente a Divididos la denominación de aplanadora. El trío fue lo mejor del festival hasta el momento, tocó poco más de una hora y anunció la salida de Frente a Frente, un disco doble que se editará a fin de mes.

Antes, los locales Cabo Verde, encabezados por un cantante mezcla de Pablito Molina y Walter Olmos, metieron groove jamaiquino con un reggae ska muy interesante. También estuvieron los heavy correntinos Matriz, que alzaron la voz para pedir “que esto no se corte por un cambio de gobierno”. El Taragüi Rock está bancado por Cultura de Corrientes y en estos dos días sirvió más para dar buen sonido y escenario a grupos emergentes que habitualmente no tienen esta posibilidad. Quizás ése sea el mayor acierto del festival.
 Por el escenario del anfiteatro Cocomarola también pasaron los locales Baraja, una banda de reggae tan correcta que aburrió por momentos. Todo lo contrario a los Peligro de Aborto, que con su metal hip hopero enérgico mantuvieron atento a todo el público. Además, poseen un nombre inolvidable.

Algo muy destacable también viene siendo el respeto por los horarios de la grilla. Todos los recitales comenzaron y terminaron exactamente a la hora indicada. En Salta, donde todo arranca dos o tres horas después de lo anunciado, esto suena a ciencia ficción.

El cierre de la segunda jornada estuvo a cargo de Los Pericos y La Vela Puerca. De la banda de Juanchi Baleirón se puede decir que la enorme cantidad de hits que posee hace que sus shows nunca fallen. Incluso a pesar de que se encaprichen y hagan covers, como el de “Personal Jesus”.  Los uruguayos sonaron con su potencia habitual, pero la mayoría de sus canciones son para fanáticos.

Este domingo termina el festival. La última jornada va a comenzar a las 17 con Planeta Clonk!, Kunta Klan, Los Liebres, Salta La Banca, La Que Faltaba, Kapanga y el cierre con Ciro y Los Persas.

Foto: diario época

Taragüi Rock: día 3

$
0
0

El domingo fue el día de mayor concurrencia en el anfiteatro Mario del Tránsito Cocomarola. Alrededor de 18 mil personas se dieron cita para escuchar principalmente a Kapanga y a Ciro y Los Persas, que cerraron un festival que tuvo sus puntos más sobresalientes en el sonido, la puntualidad y en la oportunidad para grupos emergentes.

Una pregunta necesaria: ¿por qué se le da tanto espacio a La Que Faltaba? La banda de Micky Rodríguez (ex bajista de Los Piojos) se formó el año pasado, no tiene ni un solo tema conocido y en vivo son una banda de covers de la mencionada agrupación pediculosa. Pero, inexplicablemente, tienen lugar en los escenarios principales de los festivales argentinos. Ya ocurrió en Cosquín Rock, se repitió anoche en Corrientes. ¿Ciro exige en su contrato la incorporación de La Que Faltaba? ¿No sería mejor aprovechar los cincuenta minutos de escenario para un grupo más interesante?

Salta La Banca son Las Pastillas del Abuelo reloaded, que a su vez ya era Callejeros reloaded, que a su vez ya era Redondos reloaded, pero mal. Más de lo mismo de siempre. Hay que dejar de tocar rock con saxofón por dos años.

Kapanga es todo. Son los nuevos Auténticos Decadentes. El mundo entero disfruta de sus canciones, desde el heavy que absorve el calor con sus ropas oscuras hasta las chicas de tacos y jeans ajustados que intentaban colarse en los camarines. Además, el Mono es un tipo accesible, cero estrella, que se saca fotos con todos y que arriba del escenario interactúa con la gente de manera excelente (se pone las camperas que le regalan, abraza a los que suben a saludarlo, canta siempre con una sonrisa). Y hasta se lo puede catalogar de rockero antisistema después de haber criticado el uso que el candidato a gobernador de Corrientes por el FPV, Camau Espínola, hizo de la canción “Ramón”: un jingle apestoso que suena todo el tiempo en las calles y medios de la provincia. “En mi casa me enseñaron a pedir permiso”, dijo en el escenario y en conferencia de prensa.

Al llegar al anfiteatro, Andrés Ciro Martínez hizo despejar el acceso a camarines, que se conectaba con el sector de prensa. No quería ser molestado. Como a Luis Miguel, no se lo podía mirar a los ojos.  Luego se subió al escenario de un Cocomarola repleto. El cantante repasó las canciones de sus dos discos solistas y clásicos piojosos que dejaron felices al público que reventó el lugar.

Finalmente, se puede decir que el Taragüi Rock sirvió para que las bandas emergentes tuvieran a disposición un escenario excelente y un sonido acorde. Se respetaron los horarios establecidos y la gente disfrutó sin problemas. Para el año que viene queda pendiente mejorar la grilla principal, que salvo excepciones (Carajo y Kapanga), no aportó demasiado. Lo mejor, entonces, fue Lenoise, Cabo Verde, Lienzo, Gurí, Baraja, Peligro de Aborto, Matriz y el resto de los músicos de la región.

Foto: diario época

Siempre igual

$
0
0

Cubierto con un buzo de The Who, lentes y un gorro que lo hacía parecer una mezcla de El Chavo del 8 con un aviador japonés de la Segunda Guerra Mundial, el Indio Solari reapareció en un escenario después de casi dos años. Fue en el autódromo Jorge Ángel Pena, en San Martín, a 43 kilometros de la capital mendocina. Un lugar que se vio copado por 130 mil personas. Mientras los ricoteros revivían “la experiencia”, las familias locales sacaban fotos desde las puertas de sus casas, aprovechaban para vender comida y bebidas, guardar mochilas o usar sus patios como campings improvisados.

Junto con el concierto salteño del 19 de septiembre de 2009, este show mendocino fue como el regreso de Soda Stereo: una burbuja en el tiempo, un momento sin presentación de disco que sirvió para contentar a la mayoría. Es muy obvio que los que van a escuchar canciones de Patricio Rey son los que dominan los conciertos de Solari. Distinta sería la historia si el Indio decidiera, como Skay, hacer pocas referencias a su ex banda. De este modo, al igual que en Salta, el recital tuvo 18 canciones de Los Redondos.

Cerca de las diez de la noche, cuando el autódromo todavía recibía a la gente, empezó el show con la clásica música tribal de sus comienzos. Después, la primera sorpresa: “Luzbelito y las sirenas”, una canción oscurísima que tiene una frase clave como “la vida sin problemas es matar el tiempo a lo bobo”. Todos los presentes en el lugar seguramente relacionaron esa línea con el frío inclemente que estaban sintiendo. Fue la parte más celebrada del tema.

Al terminar la canción, el Indio agradeció la fidelidad de la gente y dijo sentirse conmovido por eso. Lo repetiría varias veces durante la noche, junto con sus quejas por el frío y la lluvia (“no sé cómo hacen los guitarristas para mover los dedos”). Siguió “Templo de Momo”, otra pieza oscura, tocada en vivo sólo tres veces en 2001. Recién entonces aparecieron “Ceremonia durante la tormenta” y “Torito es muerto”, temas de El Perfume de la Tempestad, su hasta ahora último disco como solista.

“Todo preso es político”, una canción que ni Los Redondos tocaban en sus últimos años, enloqueció a la gente. Cuando el Indio cantaba “deténganme, deténganme”, parecía estar hablándole a todos sus detractores. Los desafiaba, a ver si podían. Y en el “deténganlos” parecía estar refiriéndose a los miles que lo siguen. El coro creciente entre público y cantante fue estremecedor, uno de los puntos más altos de la noche.

“La hija del fletero”, un clásico ricotero que no pierde su efectividad, sonó antes que “El tesoro de los inocentes”, quizás la canción más importante de Solari como solista. Después llegaron "Pedía siempre temas en la radio" y “El arte del buen comer”, el “tanguito” de Lobo Suelto, Cordero Atado que rescató en 2009. “Vuelo a Sidney” suele aparecer en los shows, a pesar de que no es un preferido del público. Esta vez no fue la excepción.

Último bondi a Finisterre y Momo Sampler, los dos últimos discos de Patricio Rey, siempre fueron los más ninguneados por el Indio en su etapa solista. Recién en 2011 se animó a repasar una de sus canciones (“La murga de la virgencita”, también presente en Mendoza). En este concierto pudo ponerse al día con “Templo…”, “Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina en Cybersiberia” y “Gualicho”, donde se lució Miguel Ángel Tallarita en trompeta.

“Yo, caníbal”, con otra frase bandera (“cuando el fuego crezca quiero estar allí”) también conmovió a todo el autódromo. Los recitales del Indio tienen esa particularidad: cuando se enciende la gente, se enciende por completo y ahí es donde la experiencia termina de cerrarse. Primero está la previa, después el ingreso kilométrico al predio y finalmente la comunión con el artista. De eso se trata la columna vertebral del viaje ricotero. Hay orgullo en la gente por formar parte de algo así. Es el presente perpetuo, el revival de lo que ya pasó, cuando supuestamente la vida era hermosa de verdad. Sentir por un fin de semana que el presente también puede serlo.

“Blues de la libertad”, una canción de los orígenes de Los Redondos que recién fue grabada en Luzbelito (1996), fue otra gran sorpresa. Por momentos, su letra podría interpretarse como un argumento a favor de los que critican los conciertos del Indio y las “misas ricoteras”, plagadas de nostalgia: “Mi amor, la libertad es fanática. Ha visto tanto hermano muerto, tanto amigo enloquecido, que ya no puede soportar la pendejada de que todo es igual, siempre igual, todo igual, todo lo mismo”.

Luego llegaron tres canciones de la etapa solista que están entre las infaltables de los conciertos de Solari: “Vino Mariani”, con el corito ganchero que recuerda a Navajo, el personaje que José María Listorti hacía en Videomatch; una renovada “Pabellón séptimo” que sonó mucho mejor gracias a una nueva pincelada electrónica, y “To beef or not to beef”, el relato del exilio que se convirtió en pasado porque “el futuro está acá”.

“Un ángel para tu soledad”, “Rock para el Negro Atila” y “Divina TV führer” comenzaron la seguidilla final. Tras un intermedio para secar el piso del escenario (algo que se repitió en un par de oportunidades), la banda regresó con “una canción que se está haciendo carne”: “Todos a los botes!”. El medley “Mariposa Pontiac/Rock del país” y “El pibe de los astilleros” sonaron antes que “Juguetes perdidos”, uno de los tres temas que estuvieron en todos los conciertos de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado (los otros son “Pabellón…” y, claro, “Jijiji”).

En ese momento ya se percibía en el aire lo que vendría: “Flight 956” y “Jiijji”, el pogo más grande y abrigado del universo (“esta vez sí”), las luces encendiéndose paulatinamente, los fuegos artificiales y la salida en silencio, con alguna puteada por las demoras. Ahí está la crítica más fuerte que se le puede hacer a los recitales del Indio: siempre igual, todo igual, todo lo mismo. Cuando las sorpresas sólo son canciones de hace veinte años, algo está mal. Por eso fue interesante la pequeña pero significativa modificación en “Pabellón séptimo”. Sería excelente que un concierto de Solari finalizara con algo más que “Jijiji”. Pero la experiencia ya está instalada, tiene sus reglas y el Indio no es tonto: sabe lo que la mayoría de la gente quiere.

La otra pata crítica puede estar en el sonido: en un lugar tan grande, con viento y lluvia en contra, algunas personas escucharon muy bien, otras se quejaron fuerte. La precariedad de la voz del Indio, sus entradas a destiempo y cierta sensación de tener a una banda excelente pero sin demasiada sangre (exceptuando a Sergio Colombo), son otros detalles que suelen aparecer en cada concierto.

Andrés Calamaro dijo alguna vez que Los Redondos son sólo comparables con el peronismo o con una revolución. Un movimiento tan gigantesco y conmovedor que es casi imposible detenerlo o no verse afectado por su impronta. Hay algo de verdad en esa frase. Todo lo que implica un recital del Indio o la hipotética, improbable y monstruosa vuelta de Patricio Rey trasciende lo musical. Por eso es una experiencia que se debe vivir, aunque suene repetitiva.

Ataca de nuevo

$
0
0

Madrugada de invierno en la ciudad de Quilmes: el Club Tucumán está repleto con doscientas personas que ya sintieron las piñas de El Perrodiablo y Fútbol, dos de las mejores bandas emergentes del nuevo rock argentino. Entre calor, humedad y precios considerablemente más bajos que en Capital Federal, los minutos pasan hasta que por una pequeña escalera descienden los cinco protagonistas principales de la noche. El Siempreterno está por dar unos de sus escasos shows anuales, sin probar sonido. Ariel Minimal se cuelga la guitarra, vestido con una remera de Crosby Stills & Nash, semioculto con una gorra de Off!, el grupo hardcore del ex cantante de Black Flag. Fernando Ricciardi se sienta y comienza a acompañar levemente con su batería a Minimal y al bajista Álvaro “Ruso” Sánchez. Mientras tanto, en el medio del escenario, una afiebrada Mimi Maura dosifica sus energías para poder cantar esta noche y volver a hacerlo mañana en Niceto. El que no dosifica un carajo es Sergio Rotman, que está eufórico. Arenga, pregunta qué tal, saluda y presenta al grupo. Inmediatamente comienza una hora de lo más parecido a una noche under ochentosa de rock furioso. Todo lo que leíste en los libros y revistas, todo lo que escuchaste en entrevistas y viste en documentales se siente en Quilmes. Acá hay una escuela prolongada de punk, post punk, Luca Prodan, Cemento, Morrissey, Velvet Underground, el Café Einstein, Todos Tus Muertos, Bowie, Massacre y varios más. El Siempreterno es el hijo directo de Cienfuegos, la banda de culto que en los noventa supo canalizar la angustia y la bronca que Rotman no podía plasmar en su papel de saxofonista de Los Fabulosos Cadillacs. Verlos en vivo es inolvidable porque se notan esas influencias, se percibe el background sonoro pegándote en el pecho, te recuerda en zumbidos matinales posteriores que no te vas a librar tan fácil de su impronta. Presenciar cómo Rotman le grita al micrófono, inclinado contra los bordes de un escenario que es invadido todo el tiempo por dos, tres, cuatro pibes eufóricos y sacados, es una de las mayores experiencias que se pueden vivir en el rock argentino actual. No importa si suena mal, importa que “Moonage Daydream” se convierta en una reactualización de Roberto Quenedi, con palabras como “amanaligueitor”. Después de una hora de Siempreterno no vas a poder ir a ver más bandas punks under. No les vas a creer a ninguna. Como Pappo, los vas a mandar a buscarse un trabajo honesto.

Pasaron dos semanas desde ese concierto en Quilmes y ahora Rotman da vueltas con su auto por Vicente López. Cambió el sur por zona norte. Acaba de salir del ensayo con Los Cadillacs, que realizarán un concierto gratuito el 21 de septiembre en Buenos Aires. Será el primer recital en un escenario argentino después de casi tres años. El último fue en el Delmi salteño, en noviembre de 2009. “Los Cadillacs no están terminados. Si bien ahora estamos viviendo un poco de la leyenda, ojo con esa banda, mucho cuidado”, dice. Habla con un orgullo gigantesco del grupo. A pesar de sus proyectos individuales y los que comparte con Mimi, su esposa, Los Fabulosos están por encima de todo.
“Los Cadillacs es lo mejor que me pasó en la vida. Y no tiene que ver con el éxito, tiene que ver con que yo pude irme y volver en paz, en dignidad. Es un grupo que puede tener discos buenos o malos, pero es digno”, opina. En 1997, después de haber grabado Fabulosos Calavera, quizás el punto más alto de la carrera cadillac, Rotman se alejó de sus compañeros. “Yo tenía que irme, porque la situación interna no era muy agradable para mí y porque tenía que hacer mis proyectos y mi música. Vos tenés que irte de un grupo cuando le va bien, no cuando le va mal. Porque si no, no tenés muy claro lo que querés hacer”, recuerda. Rotman volvió en 2008, cuando se anunció el regreso de Los Fabulosos después de seis años de parate. Antes había participado en la efímera reunión para grabar una canción en el disco homenaje a Andrés Calamaro. Volvió a su lugar habitual de cabeza importante de la banda, junto a Vicentico y Flavio Cianciarulo. Pero en su momento, eligió irse. “Yo me quería matar cuando no hice la gira con Fishbone por Estados Unidos”, dice, rememorando los años en los que LFC era un fenómeno abanderado del rock latino, un concepto, a esta altura, muy noventoso. “Eso lo sacrifiqué y me fui a empezar de cero, de vuelta.”
El Siempreterno comenzó en 2010 y ya tiene dos discos editados de manera independiente. El grupo respeta los orígenes de Rotman y de Cienfuegos, es una continuación lógica de aquella banda, que en su momento tuvo poca repercusión y hoy tiene un status de culto. “Cienfuegos sufrió mucho el dogma ése que cuando algo puede salir mal, sale mal. Si algo podía suceder, siempre sucedía lo malo. Lo bueno pocas veces sucedía. Yo no tengo mucha dimensión de cuánto creció. Lo que pasa es que vivimos una época de revalorización de lo que no está, porque lo que está no es muy bueno. Ése es el problema, en realidad: los grupos que están son una poronga. Hay pocos grupos nuevos que hayan surgido del 2000 para acá que sean buenos. Los grupos buenos que siguen siendo considerados nuevos son los grupos de los noventa. Entonces creo que pasa por ahí la cosa.”
Esa capacidad de revivir épocas míticas del rock argentino que tiene El Siempreterno se nota también en bandas como Massacre, ambos marcados por el punk y la escena que renegaba de los sinfónicos fines de los setenta. “Sobre el escenario, de cinco, tres pertenecemos a esa escuela: Fernando, Ariel y yo. Somos de la época donde ser rockero no estaba bien visto– reconoce Rotman. Entonces creo que eso provocó una especie de resentimiento. No tenemos ese amor por el rocanrol que se tiene ahora, porque a nosotros nunca nos trataron bien. Nos va bien, pero nunca nos olvidamos de lo mal que nos trataron cuando empezamos. Tenías que ser un cojonudo para salir en esa época. Yo salí en el 81, 82. Ariel en el 85, 86, que no era mucho mejor. La cosa cambió radicalmente recién a fines de los noventa. Antes había razias, la policía tenía un poder muy grande y había muchos factores represivos en la sociedad. Era otro mundo. Gente resentida era lo que viste en el escenario de Quilmes.”
- ¿Esa bronca, esa energía, responde a ese resentimiento, treinta años después?
- Sí, sí. No olvido, no perdono. Fue horrible y no me lo voy a olvidar nunca y cada vez que me subo al escenario es con un sentimiento de venganza. Cuanta más gente, más odio. Disfrutar se disfruta. Pero es muy distinto si tocaste en Todos Tus Muertos que si tocaste en No Te Va Gustar.

En El Siempreterno (2010) y en Hacia el mar de carbón (2012), los dos discos que editó el grupo, se destacan las letras de Rotman. Oscuras, sin una mínima posibilidad de esperanza en la vida. “Esta raza nunca sintió amor”, canta en “Bajo este sol”. Es rock urgente, angustiado y desesperanzado. Es un detalle que siempre le remarcan y el, dice, se siente sorprendido por eso. “Me da la sensación que yo veo un mundo y el resto de la gente ve otro. La raza nunca sintió amor, ¿dónde está el amor? Si todavía matan niños en Palestina. Abren una ventana y ven un mundo diferente al que yo veo. Debe haber poca gente en el mundo que le va tan bien como a mí. Puedo tocar con mi esposa, vivo donde quiero, hago lo que quiero y todas las mañanas puedo decidir qué hacer con mi vida. Músicos que son más exitosos tienen más compromisos. Vicentico, por ejemplo, mañana tiene que irse a México un día y volver. Y vos decís ‘uy, qué copado, en primera’. Sí, andá vos. Como es un cantante mucho más famoso que yo, tiene otras responsabilidades. Yo ni siquiera tengo eso, sólo tengo lo bueno de esta actividad. Pero eso no tiene nada que ver. Realmente estamos muy, muy mal. Las cosas están muy mal. El mundo estaba mucho mejor hace cuarenta años. Ahora, habiendo internet, te podés enterar de muchas cosas, pero la gente sigue usando internet para hacerse la paja y putear a otro. La raza humana es una vergüenza, lo único que puede hacer y que será aplaudido por los ángeles es desaparecer y no dejar rastro de su existencia. No hay nada bueno en ningún país del mundo. Yo no puedo entender que se sorprendan. ‘Qué tipo oscuro que sos, Rotman’. La vida es oscura, yo no soy oscuro. El mundo es espantoso, todo es horrible (se ríe). ¿O no? Creo que es muy necesario hablar de la mierda que nos rodea. Siempre lo fue, es lo único que aprendí del punk rock.”

“Ahora el rock es comercial, claramente”, opina Rotman. Dice que el género está metido en el sistema y es vendido a niños de doce años. “Entonces pegan estas bandas poronga, porque son para ese público. También pasa con Justin Bieber. Llenás un espacio para vender. Ya no tenés que lograr ese espacio, el espacio ya está. Hay que ver quién se pone en ese lugar. Puede ser La Vela Puerca, puede ser Los Piojos. Cuando nosotros tocábamos o empezábamos, no existía ese espacio. Había que ganarlo. Eso funcionaba como filtro para un montón de bandas que ni en pedo se hubieran tomado el trabajo de soportar lo que había que soportar para llegar a ese lugar. El problema es que al estar el lugar, ya sea Pop Art, la Rock & Pop, lo que sea; no hay trabajo. Es solamente estar en el lugar correcto en el momento correcto. Tocar uno o dos años y más o menos meterse y ya está, porque el lugar ya está comercialmente montado. Una cantidad de gente va a gastar cierta plata para ver cierta banda. Esa banda puede ser Las Pastillas del Abuelo o puede ser La Vela Puerca. Nunca podría haber sido Todos Tus Muertos, nunca podrían haber sido Los Fabulosos Cadillacs. Porque no existía ese espacio, había que ganárselo. Pero qué pasa: una vez que lo ganabas, que entrabas ahí, eras dios del Olimpo. ¿Cómo se llama el bajista de NTVG? Nadie sabe. ¿Cómo se llama el saxofonista? Nadie sabe, son chaboncitos divinos, re copados, pero son intercambiables. No importa, vos llenás un espacio. Entonces no hay que trabajar nada.”
Rotman aclara que no tiene nada en contra de bandas como NTVG o La Vela Puerca, dice que sólo las pone como ejemplo, que son buenas, pero que están dentro de la domesticación del rock. “Son grupos buenos, pero el lugar que ocupan está mascoteado. Son mascotas de la sociedad. Ya está, la sociedad aceptó, formateó y facturás. Ya está, no hay peligro. El rock es otra cosa, es problemas, es la policía tirando gases. Ahora tu mamá te dice ‘comprate una guitarra eléctrica’. Ese es el gran cambio. El músico no estaba considerado dentro de las posibilidades de tu porvenir. Ahora sos la realeza. Cuando salgo de gira con Los Cadillacs somos la realeza. No pasamos por migraciones, nos hacen una fila aparte para que no tengamos que esperar. Antes, en los ochenta, nos revisaban hasta el culo, y si te encontraban una semilla de faso ibas en cana. Ahora dicen ‘no, se droga porque es rockero’ (risas).”
“En el 99 me metieron en cana en la última razia que se hizo en la Argentina”, recuerda, y sigue: “Era un recital de Cienfuegos, viste. Si algo puede salir mal… Ese día encontraron un poco de falopa en un lugar y yo estaba cerca. El mundo cambió mucho en los últimos trece años. Después de Cromañón muchas cosas fueron para mal y otras para bien. Que el rock esté tan estudiado hizo que los pibes quisieran ser rockeros. La prensa, mala o buena, siempre sirve. Para mí, Capusotto es la muestra de lo hecho mierda que está el rock. Diego es un genio, pero que un tipo pueda parodiar algo y que la gente se ría significa que ese algo es muy importante. Porque el programa de Capusotto, hace quince años, no hubiese hecho reír a nadie. El rock ahora es paródico porque está tan domesticado y por eso una banda común puede pegar sin necesidad de ser talentosa, ni nada. Con sólo ocupar ese espacio.”
“Hay dos cosas que han cambiado”, dice Rotman antes de empezar a marcar las diferencias que encuentra entre este momento del rock y el de décadas pasadas. “Antes, ser una estrella de rock no era algo aspirable. Ahora sí. La gente dice ‘eh, pero no pego nada porque las bandas de arriba no me dejan crecer’. No, lo que pasa es que vos querés tener la cuenta de banco y querés que vengan las chicas a chuparte la pija sin parar porque sos un loser absoluto. Esa es la verdad por la que quieren pegar. No por llevar su mensaje. El rock no es copado, tiene que producir dolor y odio. Y si querés llamar la atención, hacé lo que hacía Iggy Pop: cortate con una botella y vas a ver cómo salís en la tapa de los diarios. Pero con tu musiquita de cuatro acordes, por más que seas un genio, no vas a llegar a nadie. Porque hay un millón de bandas haciendo cuatro acordes. Y si tu bandita lleva ocho meses y todavía no pudo salir de la habitación es culpa tuya. Hoy en día tenés todos los canales, hay lugares, tu mamá quiere que seas rockero, las chicas tienen la boca abierta lista para que hagas lo que tengas que hacer. ¿Qué se quejan ahora? Cuando Los Cadillacs tocaron en Estados Unidos, la banda anterior cantaba ‘ahí viene la plaga’. Entonces no hablemos de que hoy ‘no, lo que pasa es que yo no tengo posibilidades’. Flaco, andá, ponete un maxikiosco. No servís. Si tenés una banda buena no te quejás, cerrás la boca y vas para adelante. Ahora tenés todos los medios. El problema, es que ahora tenés que ser bueno. Cuando empezamos con Los Cadillacs estaban Virus, Sumo, Soda, Los Twist y el under éramos Casanovas, Sobrecarga, Nylon, Cadillacs y por eso triunfabas, pero había que bancársela. Porque la patrulla te esperaba en todos los shows. Por un lado era bueno, porque había poca competencia, pero te esperaba la patrulla. Muchos quedaron en el camino porque había que bancársela. La gente te puteaba por la calle. Ahora dicen 'uy, mirá, él es emo'. Entonces no me hablen más de las bandas nuevas. Las bandas nuevas tienen que tocar hasta que peguen. Y si no pegan es porque no eran lo suficientemente buenas. Pasa que es cruel aceptar que tu banda no es lo suficientemente buena para tocar antes de Pez.”
- Está bien, pero Pez tiene veinte años.
- Sí, pero ¿cuánto se fajó esa gente? No hay bandas que merezcan estar más arriba de donde están. Utopians es una banda que tocaba en el under y la firmaron. Es un caso. A El Siempreterno no la firman, pero llenamos los Nicetos, que es mejor, porque ese éxito es propio.
- Y ustedes tienen otro bagaje, también. 
- Sí, bueno, pero cuando empecé a tocar con Mimi Maura acabábamos de ganar el Grammy con Los Cadillacs y no venía nadie.
- No, claro, pero ahora estás vos, Mimi y Minimal, que influye mucho. 
- Sí, muchísimo. Más que Mimi y yo. Pero no es eso, porque si la banda era una mierda igualmente, ¿entendés? Entonces, es lo mismo: las bandas nuevas tienen que fajarse. No es para pasarlo por alto, porque veo muchas bandas así. "Pará de llorar, si tocás todos los fines de semana", "y, pero no viene mucha gente". No viene mucha gente porque es una poronga. O tenés que esperar, porque la gente no está pendiente. Hay millones de bandas, ¿por qué vas a pretender que escuchen la tuya?
- Sí, es la constancia lo que hace lo que salgan las cosas. Hay un montón de bandas nuevas que tienen fotografías excelentes pero suenan horribles porque no laburan mucho.
- Sí, completamente de acuerdo.
- Pero también hay cierta negación de un montón de sectores: “no, el rock de ahora no sirve”. 
- Pero es tiempo. Cuando vos te cansaste te faltan diez años. Cuando estás harto, te faltan diez años. Si vos partís de ese concepto, vas a seguir. “No doy más, no doy más, ¿cuánto falta?”. Diez años. No uno, ni cinco: diez. Y si no estás dispuesto, siempre hay un local vacío donde podés poner un maxikiosco. Siempre hay gente ávida de alfajores. No todos tienen que ser rockeros, por ahí tu destino no es ése. ¿Por qué todo el mundo quiere pegar? Yo no entiendo. No hay espacio para todos, no hay público infinito. ¿Por qué tienen que pegar todas las bandas? “No, porque no sabés, me vengo rompiendo el culo”. Y bueno, ¿alguien te lo pidió? ¿Bajó gente a decirte “che, hacé una banda”? No. El escenario termina en el borde del escenario. No podés ponerte a pensar porque no te compete, el éxito no te compete, vos no hacés nada para tener éxito.
- ¿Cuándo te diste cuenta de que cuando te hartás te faltan diez años?
- Cuando empecé con Mimi Maura. Dije “olvidate, tengo la mejor cantante del mundo, vengo de Los Cadillacs”, tocaba todos los jueves gratis en El Dorado y no iba nadie. Gratis, no iba nadie. Toqué dos veces y dije “pero es gratis, jueves”. Pero la gente tiene otras cosas que hacer, ¿por qué iban a ir? Entonces reservé todos los jueves del año. En vez de irme a llorar a mi casa y poner un parripollo, tocamos todos los jueves. No vino nunca nadie, ningún jueves, pero nosotros nos convertimos en una banda y Mimi aprendió a cantar. Eso fue en el 99. En el 2002 ganamos el Gardel.
- ¿Y qué te hizo aguantar?
- El odio y… (piensa).
- El “no me van a pasar por encima”. 
- Claro, fajarme. “¿Ah sí? ¿No van a venir? Vas a ver que van a venir”. Ahora, tienen que pasar ciertas cosas: tenés que sentir que lo que hacés está bueno. El otro día fui a un bar, había una banda tocando. Y el flaco viene, me regala el disco y me dice “perdoná, lo que pasa es que el batero se tomó cuatro Tamilan y no podía ni tocar”. No puede tomar Tamilan el batero. No toques ese día. No va a venir John Lennon de la tumba a decir “uy, no tocó la banda, me vuelvo a la tumba”. Lo que es injusto es que Javier Martínez, que Edelmiro (Molinari) no tengan donde tocar. Hay muchas peores cosas. Hay millones de bandas nuevas, ¿para qué querés bandas nuevas? Se necesitan más médicos, no seas rockero (se ríe con maldad). Pero perdón, sin quedar como un hijo de puta, ¿se entiende cómo te lo estoy diciendo?
- Se entiende, se entiende. Creo que las bandas no estarían de acuerdo. 
- Bueno, pero porque también es lo que te digo. “¿Cuánto hace que tocás?”, “No, pero llevamos como nueve meses…”. ¿Nueve meses, flaco? Decime que llevás nueve años (pausa) y te digo “che, no debés ser muy bueno” (carcajadas). Una vez leí que para que una canción llegue a un porcentaje de gente que sea significativa tienen que pasar tres años desde que se compuso. Por eso digo (pone voz de estar llorando) “che, yo vengo tocando hace nueve meses y no me va a ver nadie y las bandas de arriba no dejan crecer a las nuevas generaciones” ¿Qué nueva generación, flaco? Hay bandas buenísimas pero todavía no pueden subir a Niceto, tienen que tocar tres años más en otro lado. Como un chico de nueve años no maneja un auto. Tenés que fajarte con tu banda. No quiero quedar como el ortiva, sino que el mensaje que quiero dar es ése: cuando creés que estás cansado, cuando no soportás más al bajista y vas a cagar a trompadas a la novia del batero, te faltan diez años… y tres sobredosis.

Entrevista a Sergio Rotman publicada en el último número de la revista Rock Salta

El tesoro de los inocentes

$
0
0
(Cuchuly, en Rock Zone)

El gallo se pasea sin ningún tipo de pudor por las plataformas de la terminal de Tartagal. Rodeándolo, unas diez gallinas picotean aquí y allá. No se le perdieron a nadie, no se escaparon de ningún lugar. Simplemente están, logrando una extraña imagen para el que sólo ve pollos al horno o a la parrilla. Es lo rural ganándole por goleada al cemento. El temor de todo bicho de ciudad argento, malacostumbrado, tuitero y caprichoso, que mide el progreso según la cantidad de sucursales de McDonald’s. A las siete de la mañana ya hay unas cincuenta personas esperando viajar. Aún así, el canto soberbio del pajarraco se impone, porque la gente no dice nada. Apenas dialogan dos hombres. El más joven, rondando los cuarenta años, le cuenta al otro, ya anciano; que vino desde Orán “a bailar nomás”. “¿De tan lejos?”, pregunta el viejo. “¿Por qué no fuiste a Aguaray? Ahí está la fiesta.”

La escena también muestra hasta qué punto es un desafío encontrar rock en esta ciudad, la de las inundaciones y la estafa de Schoklender. La localidad que tiene un (cuestionadísimo) intendente, Sergio Leavy, viviendo en cuarteles militares por temor a represalias. La que fue noticia central en todo el país por el alud que la arrasó en 2009. Una ciudad agobiada por la precariedad provincial, el calor, los mosquitos, la pobreza y la falta de recursos. De movida, parece ser un buen caldo de cultivo para bandas ultra extremas, de denuncia total. Tartagal podría ser el lugar ideal para que existan grupos que dejen a Las Manos de Filippi como unos caretas sin aguante, poperos superficiales amigos de Tan Biónica. Pero no es tan así. Los intentos no prosperaron aún. Una banda punk de nombre genial, Cementerio de Tucas, alguna vez le escribió una canción al dengue, que copaba la ciudad tras el alud. No tuvieron trascendencia: el tartagalense promedio no le da bola al rock.

Doce horas antes de que el gallo cope la terminal, a las siete de la tarde del sábado 10 de noviembre, Jorge “Cuchuly” Fernández ensaya en Rock Zone, su bar, para la tocada de esta noche. El quinteto practica temas de Los Redondos, La Renga, Pappo, Divididos y Ratones Paranoicos. Un manual básico del rock argentino más popular de los 90. La banda se llama La Sapiada, un derivado de la palabra “zapar” (que, curiosamente, es con “z”) que explica su espíritu: covers para pasarla bien, sin pretensiones. “Acá te dan espacio gratuito, pero no hay muchos que se comprometan. Esta banda viene tocando hace tres semanas seguidas porque no hay otros que quieran usar el escenario”, cuenta Isaac, el batero.

Rock Zone, el humilde y único bar de Tartagal que aguanta los trapos, es un monumento a la resurrección. Por allí pasó el alud de madera, barro, basura y agua que en media hora se llevó puesta a la ciudad. “Acá había un metro de barro”, cuenta Cuchuly, parado entre la barra y el escenario, que hoy lucen impecables. El lugar fue construido después de la tragedia: antes había una concesionaria (“los autos nuevos terminaron como a una cuadra”). Rock Zone está cerca de la plaza principal y al frente del boliche más popular, una buena ubicación que no ayuda demasiado.

Tartagal padece de una política cultural que se inclina por la tradición, el folclore, el poncho y la empanada que el turista desea saborear. Está habitada por una población católica, conservadora y poco adepta a los cambios estructurales. Forma parte de un norte provincial que devino en un colador por donde la cocaína pasa como si fuera la dueña de casa. Quizás lo sea. Además, Tartagal sufre de falta de medios de comunicación que difundan una buena cantidad de rock; carece de un público numeroso que se acerque a los recitales de bandas locales; y pena por la falta de escenarios alternativos a los del folclore. Pregunta para los habitantes de la ciudad de Salta: ¿les suena familiar? El desarrollo del rock en el norte del norte tiene los mismos problemas, pero potenciados. Al lado de Tartagal, Salta es Seattle 91 y el Estadio Delmi es el Madison Square Garden.

“Tartagal es medio chica, entonces la mayoría de los músicos estamos en una banda, en otra. Nos prestamos los músicos. Son cuatro o cinco bateros los que hay. Somos tan pocos que vamos viendo la manera que esto crezca”, informa Cuchuly, rodeado por sus compañeros de La Sapiada. Casi todos tienen puestos diferentes en otros grupos. Mono es guitarrista en Viejo Artefacto, La Sapiada y La Veterana. Iván toca la viola en La Veterana y el bajo en La Sapiada. Carlos se encarga del saxo y la viola en La Sapiada y en Gulp, un combo de covers ricoteros (“lo que más convoca”). Cuchuly, por su parte, es vocalista en Gulp, La Veterana, La Sapiada y Alibaba, y bajista en Jegon.

Isaac cree que “no hay tantas bandas como se desea”; y todos opinan al unísono, casi indignados, cuando se les pregunta si hay otro lugar, además de Rock Zone, para poder desarrollar la movida: “Noooo, nada más”. Es casi como una fotografía perdida del comienzo del rock argentino, cuando eran tan pocos que armaban varios grupos entre ellos, sin ver un mango, sin tener el egoísmo del (intento de) negocio; algo que en la ciudad de Salta empezó a desaparecer. En nuestra capital ningún músico se sabe los temas de sus colegas, no se van a ver, no se escuchan, no les importa. En Tartagal todavía hay un grado de idealismo que permite empujar entre todos. Es el tesoro de los inocentes, la escena no contaminada, la utopía a la orden del día.

“Tartagal creció mucho en el género del rock. Yo tuve la oportunidad de estar en varias bandas”, cuenta Emir Herrera, bajista de Viejo Artefacto, la banda más importante de la ciudad. Desde hace algunos años, Viejo Artefacto está instalada en Salta Capital y se viene abriendo camino en la escena. Emir cree que “a Tartagal sólo le falta apoyo de la municipalidad, que siempre dejó en bolas a la gente del rock”. Si hoy se nota un gran crecimiento, no es bueno imaginar lo que habrá sido antes.

“Hace veinte años no tenías más que boliches y cumbia. No había lugares para tocar. Hace siete años (N. de la R: ¡2005! ¡ayer!) apareció el primer bar exclusivo de rock, que fue Sr. Birrok. Ahí se abrió un camino para nosotros”, cuenta Cuchuly, que compró Sr. Birrok y en marzo de 2011 lo convirtió en Rock Zone. “Cuchuly se cargó encima lo que es el rock acá en Tartagal. Yo voy a un bar y vengo a Rock Zone”, cuenta Iván. El Mono recuerda que antes había “dos o tres bares más”; “pero bueno, lo mismo que está pasando en Salta, que están cerrando los bares, está pasando acá”, completa. Cuchuly, además de músico y propietario del pub, también hace las veces de productor de shows pequeños, y confirma la visión de Emir: “No hay nada de apoyo de la municipalidad. Si vas y decís ‘necesito un pasaje para que vengan músicos de otra ciudad’, la respuesta es no. Siempre no. Ya ni les pedimos, vemos nosotros cómo solventar los gastos.”

Es así, la gestión Leavy (y todas las anteriores) jamás se preocuparon por darle un mínimo apoyo al desarrollo del rock en Tartagal. Los antecedentes de bandas grandes que pasaron por la ciudad son escasos: apenas Los Auténticos Decadentes, en un festival organizado por el Chaqueño Palavecino; La Mosca y León Gieco. Los medios de comunicación tampoco se destacan. Los memoriosos recuerdan que en 1996 había un programa de rock argentino en FM Géminis. Por esos años también había un pibe en otra radio que pasaba Nirvana y Metallica. Eran pequeñas dosis rockeras para una escasa audiencia. La cosa no parece haber cambiado demasiado desde entonces. Sí se notó un incremento en las visitas desde la capital provincial. Por Rock Zone ya pasaron Gauchos de Acero, Kratos, Dominó y CalmaNiño.

“En 2010 fuimos Santuario y Kratos a tocar a Birrok”, cuenta Hernán Bass, uno de los referentes de la escena de la capital. El guitarrista recuerda como puntos salientes de esa primera visita al calor y a la falta de convocatoria. “Sobre la marcha nos enteramos que muchos no estaban enterados de la fecha”, completa. “La segunda vez fue con Dominó, Kratos y Andrés Giménez, en Rock Zone. Ahí fue mejor, porque su presencia (la de Giménez) aseguraba cierta convocatoria.”

Para Hernán, entre la escena de Tartagal y la de Salta “hay diferencias”. “Te das cuenta de que la gente tiene menos roce con el rock. La poca gente que concurre son los que están inmersos en el tema. Al mismo tiempo, no hay mucha separación de tribus. Acá nos damos el lujo de separarnos y ponernos etiquetas pelotudas.” El violero también recuerda que en sus dos visitas al norte “no hubo invitación a ninguna radio, ni hubo gente de fanzines, revistas o algo así”. Para Bass, Tartagal “es como Salta hace diez o doce años”.

En Tartagal lo recuerdan muy bien a Hernán. “Quería pagar las cervezas y yo le dije que no”, cuenta Cuchuly, que explica su negativa: “Nosotros queremos que se sientan como en su casa. Si venís de 500 kilómetros, cómo no te voy a invitar una cerveza. Te cuento una: fuimos a tocar a Salta, a Barrabás. ‘Dame una cerveza’, le pido al de la barra, mientras estábamos tocando, y me la cobró en el escenario (risas). Todo bien, no me voy a escapar por una cerveza, pero es la actitud. Tenés que ser cordial porque eso mismo te puede generar algo después, ¿entendés?”

El egoísmo capitalino se nota en otra anécdota: “Hace un par de semanas, cuando fue la elección de la reina provincial, me contactó el manager de Mi Karma González. Venían a tocar a la elección y querían tocar acá en el bar. Pero… Pasa que ocho mil mangos que me piden (todos se empiezan a reír, Cuchuly sigue), ¿de dónde saco? Si somos diez locos que escuchamos rock acá. Ni cobrando 800 pesos de entrada llegamos (carcajadas).”
- Isaac: Es que vienen máximo cien personas por noche. Cobrás 80 pesos y te vienen diez.
- Cuchuly: Yo, todo bien. Mi Karma González no me gusta, pero si tiene que venir a tocar al bar, que venga. Pero 8 mil mangos… El ambiente del rock es muy chiquito.


Después del ensayo, Cuchuly se junta con Diego Espínola, también músico y (durante dos horas semanales) conductor de A toda máquina, un programa de rock de nombre noventoso que se emite por Radio Nacional, los sábados a las 22. Allí, Diego y Cuchuly (operador y columnista) transmiten por AM y FM para toda la zona del Chaco salteño. Un gran alcance para una enorme falta de respuesta. Hasta es gracioso pensar en esas personas alejadas, en medio de la nada, escuchando hardcore. El mismo hardcore “old school” de MGX, la banda de los hermanos y primos Fernández; hijos y sobrinos de Cuchuly, que esta noche estarán vendiendo empanadas en Rock Zone para juntar plata y pagar pasajes a Buenos Aires, donde se realizará el Varsity Fest al que fueron invitados por segunda vez.

“Recuerden que esta noche, los chicos de MGX estarán vendiendo empanadas en Rock Zone”, dice Diego, ya en plan locutor. Las “empanadas hardcore” (“hechas con toda la actitud posible”) son otro símbolo de la falta de rock en la ciudad, otro gesto casi inocente en una movida rockera que tiene mucho de entrecasa, de familiar.

“El rock es un trabajo de hormiga. Hay que hacerlo de a poco. Ojalá sea masivo alguna vez”, se ilusiona Cuchuly. En la radio, él y Diego dedican los últimos cuarenta minutos de cada emisión de A toda máquina al rock tartagalense. Así, bandas como Detonador, Shinning (muy elogiada), MGX, Viejo Artefacto y Tierra de Nadie consiguen ser difundidas por toda la zona. No sólo Tartagal, sino que también Mosconi, Aguaray,  Pocitos y quién sabe cuántos lugares más (“una vez nos escucharon cerca de Tucumán”) reciben el rock argentino que más cerca está de Los Angeles, aunque sólo sea geográficamente.

Luego del programa, finalizado a las doce en punto porque Radio Nacional tiene que pasar un festival folclórico, Diego y Cuchuly encaran para el bar, que a esa hora cuenta con pocos parroquianos. “Acá todo arranca tardísimo. La gente no sale antes de las dos”, cuenta Cuchuly, mientras regala cerveza. Precisamente, a esa hora empezará el set de La Sapiada. En las mesas, amigos, familiares y algunos ajenos que se sientan alejados conformarán un público casi estático y respetuoso. Antes del último tema (un riguroso “Jijiji”) hay promo: “El que compre la última docena de empanadas se lleva una cerveza de regalo”, agita Cuchuly y al toque recibe respuesta. Unas chicas al fondo se ofrecen a comprarla y reciben una mini ovación. Antes de que el recital termine, dos policías entran y hacen la señal inequívoca de “no va más”. Tras el cover ricotero, sólo quedan los saludos y agradecimientos de rigor. La gente se va, la música se apaga y las puertas se cierran. Al frente, el boliche sigue con la cumbia al palo.

Cuchuly no se resigna. Aunque pierda plata y el rock no convoque mucha gente, su idea es no detenerse. “Siempre armamos movidas. Cuando uno tiene una moneda lo hace, porque es un orgullo”, dice, antes de invitar otra cerveza.


Nota publicada en el número 13 de la revista Rock Salta, de diciembre de 2012.

Hombre orquesta

$
0
0

(Foto: Edgardo Kevorkian, Facebook Gillespi)

Músico, hombre de radio, escritor de libros, productor televisivo, trompetista invitado de Sumo, ex miembro estable de Las Pelotas, humorista. Todo eso y más es Marcelo Rodríguez. Gillespi es el tipo que sale de su programa diario de Nacional Rock (Burundanga, de lunes a viernes a las 19) y apenas tiene tiempo para comer algo y relajarse un rato, antes de acompañar a Alejandro Dolina en La Venganza Será Terrible (de lunes a viernes a la medianoche, por Radio del Plata). Además tiene que acomodarse para poder ensayar para sus conciertos y empezar a prepararse para ser el anfitrión oficial del festival internacional Buenos Aires Jazz, en noviembre.

A fines de junio, Gillespi viajó a Salta para participar con su banda del ciclo Cultura da la Nota y se llevó una buena impresión. El público respondió a su música. “Sí, no te digo que soy el flautista de Hamelin y la gente me siguió caminando como zombis hasta el hotel. No, me aplaudieron, me pidieron un bis, no es que me sacaron en andas. El público estaba feliz, nosotros también. Se dio esa magia”, recuerda.

No es poca cosa que alguien que se dedica a la música instrumental llene un teatro en Salta, aunque la dificultad para lograrlo sea más o menos la misma en todos lados. “En su momento, las músicas del mundo eran instrumentales. Un tipo tocaba una flauta de caña, otro tocaba un tambor en África. Después empezó como el juglarismo: un tipo iba a un pueblo con un instrumento a cantar algo más parecido a la canción actual: ‘el rey se murió, todo el mundo está triste’. Ahora, cuando vos te ponés a estudiar un instrumento como la trompeta, ya de entrada no podés cantar porque te ocupa la boca. Ya te volcás sí o sí a la cuestión instrumental, que es el desafío de tratar de cautivar a la audiencia con la música, con los elementos que tenés”, cuenta Gillespi, antes de meterse de lleno en una charla que transitará por los caminos que él considera importantes para desarrollar una vida plena, sin frustraciones y sin necesidad de estar atento a los comentarios malignos de los resentidos de siempre.

- La perfección es la virtud de lo mediocre. No tienen genialidad entonces tienen prolijidad. Yo vengo de la escuela más parecida a la del jazz, donde está la improvisación. La vida es variopinta. Así como los días tienen nombres distintos y las estaciones son cuatro, la vida no puede ser ocho horas todos los días estudiando piano.
- ¿Pero para la trompeta eso no es una necesidad?
- Tenés que estudiar un poco. ¿Necesidad para qué?
- Para ser bueno.
- Yo soy bueno y no tengo ninguna necesidad. ¿Qué es ser bueno? ¿Tocar rápido?
- No, que te salga lo que querés hacer.
- Yo toco mis temas, grabé seis discos, cada tanto me voy a buscar un Gardel. Cada tanto me doy gustos personales como tocar con (Javier) Malosetti, con Pedro Aznar. ¿Qué es ser bueno? El año pasado grabé un disco con Fred Wesley, trombonista groso. Lo tengo ahí, inédito, para ver si lo hago con la Sony o con quién. Y el tipo es el mejor: trombonista de la banda de James Brown, viste. ¿Qué es ser bueno? Pasa que está lleno de paquetes que lo único que hacen es estudiar y no tienen nada que decir. En la música, en los medios, en todos lados. Hay poca gente que tenga nombre y apellido, que tenga algo para dar. Mucho gil de internet. Lo ponés en un escenario y se cagan todos, se fruncen.
- Desde afuera, parecería que el jazz es un género de tipos que la descosen. 
- No, Malosetti la descose. Siempre fue un virtuoso. (Adrián) Iaies no es un virtuoso, toca tres notas. ¿Cuál es el criterio? Pasa que tenés que tener algo para decir. El problema en la música es ser alguien. Te vas a encontrar con un montón de gente, en Salta, en todos lados, que hablan mucho y no son nadie. Hacen demos, regalan discos. Nada. Para ser alguien tenés que tener algo vos, una forma de expresarte, una forma de proceder, una honestidad en lo que hacés, tener una voz personal con tu instrumento, reconocible.
- ¿Pensás que vos lo tenés? ¿Qué es lo que te destaca?
- Yo creo que tengo eso. Yo grabé como treinta o cuarenta discos de rock. Y cuando me convocaban me decían “a vos te llamamos porque te gusta el rock, te gusta lo que hacemos”. Y yo trataba de hacer lo mejor posible en eso. Y si no decime otro trompetista de rock. Porque está muy bien lo que hace Hubo Lobo en Dancing Mood, a mí me encanta, lo conozco, es un capo. Pero, viste, yo tocaba con Divididos, con un volumen descomunal. Contaban cuatro y no quedaba nada. Si no pelabas te tenías que bajar del escenario. Son tres monos descosiéndola. El secreto es formarte vos como persona. Formar tu herramienta, que es toda tu integridad. Tu corazón, tu cabeza, tu cerebro, tu sensibilidad.
- Sí, eso viene con muchos años. 
- Claro, y después, el tema del estudio. Bueno, lo que vos decías está muy bien. Si vos podés tocar lo que querés, está bien. Si no, más es hablar boludeces. Si vos podés tocar lo que querés, listo. Es lo mismo que si vos podés cogerte la mina que te gusta, ¿para qué querés otra?
- También es conocer tus propias limitaciones. 
- Sí, yo las conozco.
-  ¿Qué no te animás a hacer o ya intentaste y te diste cuenta de que no es lo tuyo?
- Cosas tipo salsa. Pero no me gustan, además. Me parece una música de barco, de crucero del amor. No me sale lo que no me gusta. Pasa que confunde, la trompeta. No se toman en cuenta las posibilidades estéticas de la trompeta. El arte es estética también. A mí vienen y me preguntan “¿y Arturo Sandoval?”. Arturo Sandoval es un músico cubano que toca salsa. Trompetistas de cualquier estilo. Es lo mismo que estar con el Flaco Spinetta y decirle “vos no cantás como Pavarotti”. No, loco, canto como Spinetta. Hago mis canciones, no tengo que cantar “Las bodas de Fígaro”. Pero vienen y me hacen preguntas trompetísticas a ese nivel. Como que vos sos trompetista y tenés que tocar cualquier poronga musical. Yo no lo hice, siempre hice jazz y rock. Una sola vez toqué con Ana Belén, pero no es lo mío. No soy un trompetista así, que los hay y son muy buenos, pero no tienen temas propios, no tienen un proyecto. ¿Me explico? Yo soy más spinetteano que pavarottiano. Pavarotti tampoco componía. Yo soy como un cantautor, toco con mi banda mis cosas. Cuando me invita una banda voy, pero mi repertorio es mis canciones. Ese es el asunto mío.
- Esto de las preguntas que te hacen está relacionado con la falta de difusión del género. No pasan jazz en la radio o en la tele. 
- No, porque son cosas instrumentales. Como no es difundida la música clásica, los grandes géneros. Lalo Schifrin es un músico increíble y tiene unos discos bárbaros, yo tengo varios de ellos, y no suena en ningún lado, salvo la música de Misión Imposible. Qué sé yo, (señala a la pared) ahí tenés un cuadro de Astor Piazzolla escrito en japonés. Astor tampoco suena.
- Se lee y se escribe del tema más que lo que se escucha.
- Claro, no hay un apoyo real. A la gente la han deformado. Mucha culpa la tienen los medios en su carácter de tipos que son difusores de la música. Si vos difundís todo el día, no sé, reggaetón, a la gente finalmente le va a gustar el reggaetón. A mucha, no sé si a toda, pero a mucha. Solamente por familiaridad. Escuchaste la melodía, a la tercera vez la tarareás y después te bajás el disco. Nosotros no contamos con esa suerte.
- De hecho, tus discos están descatalogados. 
- Sí, lo último que hice fue un compilado. Lo que pasa es que siempre los saqué yo. Entonces yo sacaba este disco, el disco 1, lo vendía y grababa el 2. Esa era mi forma. No volvía a fabricar el 1. Iba financiando lo próximo con lo anterior. Cuando entro en Sony, en 2007, hago un arreglo por diez años y ahí ellos me compraron el catálogo anterior. Y ahí, en lugar de reeditar los cuatro discos, hicimos uno donde metí tres o cuatro temas de cada uno. Hice un pequeño laburito: a algunos los remastericé con Gustavo Gauvry. Pero bueno, así estamos.
- Esa vinculación con el rock te benefició muchísimo. Tuviste mucha difusión y al mismo tiempo no es que sólo sos un invitado del género, en tu música también está. 
- Los del jazz me ven como muy rockero y los del rock me ven como muy jazzero. Me pasan esas dos cosas.
- ¿Eso no provoca cierto rechazo del purista del jazz, que dice “no, Gillespi sale en la tele y por eso mete 600 personas”? 
- Qué sé yo, la verdad es que si hay 600 que vienen por la tele está todo bien. No puedo ponerme en la puerta del teatro a preguntar “¿vos venís por la tele? No entrás”. Son posturas caprichosas de gente envidiosa. El año que viene cumplo treinta años con la música. Tengo una lista de cien bandas con las que toqué. Ponerme a pensar en eso, en esas personas. Va a llegar un momento en que voy a estar con el bastón de PAMI y (pone voz de anciano indignado) “porque la gente que te iba a ver a vos era de la radio” (risas). ¿Es necesario eso? Te puedo pasar el link de una carta que escribió Astor Piazzolla donde decía que no era tango. Por gente como ésta que vos me mencionás. Es gente que no ha querido a nadie, boludo, no han querido a nadie. Por eso nos va como nos va. Spinetta, el último año de Luis Alberto, yo estuve con él, enfermo. El Flaco tenía un puñal clavado aparte de una enfermedad. Luis Alberto fue el gran genio de la música. El único día que sonaron sus temas fue cuando se murió. Hoy no lo pasa nadie, yo lo paso todos los días en mi programa. Hay una gran hipocresía y la gente es muy mala, muy dañina. No es que a Maradona lo destruyen, no hay un puto ídolo de nada. Desde San Martín en adelante, todos tuvieron que ir al exterior. Borges en Ginebra, el otro en la pobreza. Todo así. “No, porque a Borges lo leen los que lo siguen en la tele”, “el otro qué va a ser bueno, si vive a la vuelta de mi casa”.
- Ahora supuestamente está instalado, en ciertos círculos elitistas hipsters de la literatura, hablar mal de Cortázar, por ejemplo. 
- Lo que pasa es que hablar mal es más fácil que hacer algo. Un tipo hizo esa pared, la pintó. Yo puedo decir “está fea, muy oscura”, ¿pero qué trabajo hice yo? El que tiene mérito es el que lo hizo. Esto es destrucción pura, hablar por hablar.
- Por eso siempre es mejor una banda horrible con temas propios que una de covers buenísimos. 
- Si vos hacés covers o grandes éxitos es lo mismo que decir “voy a salir con cuatro minas pero ya tienen que estar en corpiño y bombacha”. Qué vivo que sos. Claro, agarrás un tema de Lennon y McCartney. Mirá qué lindo repertorio que tenés, los mejores temas del mundo. Lo otro es el asunto. Cuando cantás covers, cantás cosas que escribió otro en otra circunstancia, otra realidad, otro país. Lo que pasa es que, claro, contás con la ventaja de que la gente lo escuchó 200 veces por la radio y la promoción la hizo otro. Con tus temas tenés que remarla desde cero.
- Eso tiene que ver con el rechazo que la gente le tiene a lo desconocido. “Esto no es lo que yo conozco, no sé si me gusta.”
- Sí, tal cual. Cuando yo tenía veinte años y me di cuenta de cómo era la idiosincrasia argentina, en virtud de mi amistad con otros músicos que estaban en el mismo palo, decidí no vivir de la música, económicamente.
- ¿Es algo que mantenés hasta hoy? 
- Hasta hoy.
- Igual, hoy para vos la situación debe ser distinta a la de esa época. 
- Puedo vivir tranquilamente, tengo momentos muy buenos, pero es un extra en mi vida. Porque sostener esa situación, a veces con la corriente en contra, iba a ser una concesión que no quería ceder. Hay dos posturas posibles: una es trabajar de otra cosa y que la música sea un momento de disfrute, de expresión de tu personalidad. Y hay otra que es trabajar con la música. Conozco muchos colegas que son muy buenos, que trabajan de músicos en restoranes, en boliches, tocando en bailantas y después tienen proyectos súper serios: el quinteto de la pindonga, viste. En mi caso resultaba más saludable laburar de otra cosa y tocar mí música.
- ¿Por qué? ¿Es desgastante? 
- Porque vos vas a tocar con una banda horrible que le está quemando la cabeza a la gente y sos cómplice de esa banda delictiva, de chorros, o de gente de la que ideológicamente vos estás en contra. Inventos de las discográficas, que salieron de un concurso de televisión. Y vos estás ahí, apañando, poniendo tu talento para que esa porquería venda mucho y suene bien. Yo prefiero sacar fotocopias en un kiosco, tener la cabeza limpia y tocar lo mío. La música es muy inestable, entonces yo desarrollé una profesión en radio, en televisión esporádicamente. Me he acostumbrado a laburar diariamente en radio desde el 92. Programas diarios, ir todos los días con algo, columnista, conductor. Se fue dando. Pero asegurándome una guita, para no cargarle a la música esa responsabilidad, que me banque la nafta del auto, la casa, los nenes.
- Eso te da la libertad para hacer lo que se te canta.
- Eso es lo que yo pienso. Hay músicos que pasan un año sin ganar un mango, está la familia como el orto, los nenes tienen la ropa agujereada. Y llegan a un nivel de que toda la familia está bancando al artista, a ver cuándo pega un laburo, cuándo lo van a comprender. El chabón, viste, “no, no, esperen que ahora me va a salir un tema”. Yo a eso no me lo banco mucho. Tengo otra formación, mis viejos laburaron, entonces yo encontré mi fórmula y, humildemente, me va bien.
- Pero te rompiste el culo.
- Me rompí el culo y fui perseverante. No es poca cosa eso. Hay tipos muy geniales pero son inestables. Es una característica y una virtud seguir machacando con esto, con lo otro. Porque cuando empiezan a pasar los años, el mundo empieza a conspirar a tu favor. Si vos hacés tus cosas hoy, mañana, el año que viene, algún día, el mundo se acomoda. En un momento la sortija de la calesita te tocó a vos, que seguiste. Eso es una cosa que siempre digo, cuando me preguntan, en cuanto a la vocación. Si tenés un sueño, lo peor que hay es postergarlo. Porque hay muchas posibilidades de que no lo puedas retomar nunca más, por cómo es la vida. Pienso en muchos músicos de mi generación que arrancamos juntos y que muy pocos seguimos. Ahora uno es cajero de un banco, otro es no sé qué. No han tocado más, han perdido el estímulo. Tenés que encontrar la forma de hacer todo.
- Es mejor ser un fracasado que un frustrado.
- Claro, ni hablar. Porque el frustrado es como una gotera, le ponés La Gotita y sale por otro lado. El frustrado destila la frustración de un tiempo toda la vida. Tiene una postura negativa. En la vida o sos feliz o no sos feliz. El frustrado no es feliz. “Mirá, toqué cuatro notas”. “Te faltan ocho”, te dice (risas). No, toqué cuatro, ¿por qué vivís con lo que no tenés?
- ¿Qué tienen los vientos de particular en relación a los demás instrumentos? 
- La trompeta tiene mucha fuerza y mucho volumen. Es un instrumento que apunta así (señala para adelante), no como el saxo, que va para arriba. Yo apunto y es como un rayo. Se propaga mucho. Por eso en las orquestas van atrás. El trombón tiene otras características, tiene un sonido más ronco, más nasal. Hay otros que no se usan mucho en la música popular, como la tuba. Trompeta, trombón y saxo se ven más. Los saxos no tienen tanto volumen, tanta fuerza.
- En los 80 y 90 el saxo se propagó en el rock argentino. Como un tipo de vientos que sos, ¿te parece que estuvo bien o fue un exceso? Hay gente que lo odia y dice que le hizo muy mal el saxo al rock. 
- A veces nos reímos con Willy Crook, porque lo conozco de aquella época, de Los Redondos, y a él le parecía un exceso que en todos los temas hubiera saxo. La sonoridad es tan particular: por momentos es edulcorada, melosa. Y en aquellos años estaba Dani Melingo en Los Abuelos, estaba Roberto Pettinato, en Sumo; estaba Willy, estaba Emilio Villanueva en Memphis, Melingo también hacía algo con Los Twist; pero trompetistas no había. Yo aprendí a tocar mucho rock. En el instrumento de viento, este tipo de rock, fuerte, visceral, te implica tocar cosas contundentes, claras. La sutileza se pierde. Cuando te tocan solos tienen que ser muy claros. Aprendí a tocar de esa forma. En Las Pelotas hay algunas melodías que quedaron ahí, en la memoria colectiva: “Si supieras”, cosas así.
- Esa manera de tocar que aprendiste con el rock, supongo que las aplicás en tus discos. 
- Sí, es mi ADN. Nuestros shows en vivo tienen momentos de intensidad a lo Divididos. Se genera una efervescencia en el grupo y hacemos rock and roll. Instrumental, ¿no? Como si fuera Riff pero en la parte de los solos (risas).

Nota publicada en el número 16 de la revista Rock Salta.

Canciones con fe

$
0
0

En diciembre de 2001, Fede Cabral vio con sus propios ojos cómo intentaban prender fuego la puerta de la Casa Rosada. Habitante de San Telmo durante una década, sintió que todo lo que conocía se incendiaba y se precipitaba hacia un pozo que no mostraba fondo. No se sabía cuánto se podía caer. Con ese panorama, su banda Sancamaleón no podía editar otra cosa que Cancionero para niños sin fe. Ese primer trabajo discográfico fue compuesto y grabado en medio del caos argentino de principios de siglo. Era un disco que destilaba furia contenida, desencanto generacional de tipos de veintipico que no veían chance de progreso. “No nos jodan porque somos violentos”, cantaba Fede en una de las canciones emblemáticas del álbum, entre guitarras filosas y una fuerte marca del rock latino de los 90.

Hoy, la perspectiva es diferente: Federico tiene 36 años, está casado desde noviembre y se mudó a la provincia de Buenos Aires en diciembre de 2011, exactamente un día después del último show de Sanca. La incertidumbre, el desencanto y el No Future a la criolla ya no son los ejes principales de su música. “Es que hay tanto amor en esta ciudad. Si no lo ves, ése es tu problema”, canta en Sí, su flamante debut como solista.

“Es un disco mucho más optimista, en un montón de cosas”, cuenta Fede, y reconoce que las canciones tienen una visión “menos aguerrida” que las de Sanca. “La intención era cantarle a mucha gente, no a un gueto o a una sola generación. Me encantaría que me escucharan las madres y los hijos”, admite. El álbum tiene con qué sostener esa intención. Temas como “Okinawa”, “No somos iguales” o “Please” podrían sonar en cualquier FM o lista de MP3 de personas de todas las edades.

Sí fue editado de manera independiente y creado en La Trinchera, el estudio que Fede tiene en su casa. De esa manera, el disco se revela como artesanal desde todos sus frentes: “Me mudé y empecé a construir el estudio. Aprendí un montón de cosas de acústica que no sabía. Estuvo buena esa etapa. Después, entre agosto y marzo, grabé. Fue muy tranqui, pero con mucho laburo, experimentando.”

Con canciones pop de guitarras y guiños electrónicos; el disco se aleja del rumbo rockero de Sancamaleón para ir por un camino más amplio, más cercano a su trabajo con La Peña Pop, el grupo que compartió brevemente con músicos de Karamelo Santo y Bersuit. En Sí conviven García, Páez y Spinetta con Depeche Mode y James Blake. Es clásico y moderno, atravesado por el amor y el optimismo. Los fans de Sanca podrán encontrar links más directos en “Sólo quiero bailar con vos”. En cambio, el volantazo se siente mucho en “Frida”, un tema con influencias de Massive Attack, en las antípodas del supuesto rock combativo, soundtrack del piquete, con el que alguna vez se identificó a su ex banda. “En mi viaje personal lo siento como una continuación. En Sancamaleón siempre estuvo, no siento que esté haciendo algo nuevo. En el primer disco estaba ‘Mi chica peruana’ y ‘El miedo’, pero estaban dentro de un repertorio que tenía la banda”, explica Fede.

Además de trabajar las canciones de manera paciente, Fede también se permitió incluir elementos sonoros (un lavarropas, el maullido de su gata) que alimentan la sensación de intimidad. Algo que ya se transmite desde la tapa, donde al músico se lo ve rodeado de instrumentos. El título del disco también insinúa una etapa de madurez y optimismo que recién comienza y probablemente se mantenga por mucho tiempo.

Entrevista publicada en el número de julio de 2013 de la revista Hecho en Buenos Aires.

Simon Reynolds, la crítica musical, sus alcances, el post punk y los títulos académicos larguísimos que le dan más chapa a las notas

$
0
0
(Foto: Vito Rivelli, Facebook Filba) 

A mediados de los 90, el suplemento Sí empezó a hablar de un periodista que la tenía clarísima a la hora de analizar la cultura pop anglo. Era Simon Reynolds. Las notas que lo mencionaban venían siempre firmadas por Pablo Schanton. Él es el responsable principal de haber colocado al inglés en este lugar del mundo. Por eso, no sorprendió que varios años después, Schanton, coautor de “Morrissey”, el hit de Leo García que hablaba de Björk, Bowie y Beck, fuera uno de los involucrados en las ediciones argentinas de los libros Después del rock (2010), Retromanía (2012) y Romper todo y empezar de nuevo (2013).

La primera impresión sobre el trabajo de Simon Reynolds es la de estar frente a apuntes universitarios del palo. Sus libros deberían venir fotocopiados y subrayados previamente. Con títulos como “Ono, Eno, Arto: no-músicos y la emergencia del ‘rock conceptual’”, “Situacionismo y pop” o “Psicodelia digital. Sampleo y paisaje sonoro”; Reynolds construyó una manera de erudición crítica en el mundo del rock que pocos alcanzaron con tanta expansión. Pablo Schanton y libros como Rockología, de Eduardo Berti, son algunos de sus pares locales, que en los últimos años han comenzado a aparecer en mayor número, también gracias a las publicaciones de los trabajos del alemán Diedrich Diederichsen y Greil Marcus, entre otros.

Reynolds es uno de los de mayor repercusión dentro de la "crítica elevada de rock", pero no su creador. Se reconoce hijo de los semanarios especializados ingleses de fines de los 70, en los que la frecuencia de publicación obligaba a buscar nuevas bandas todo el tiempo. Épocas de militancia rockera a favor o en contra de un grupo o un género. Notas-manifiestos basadas en la filosofía, la poesía, pensadores franceses. Ideas académicas en escrituras que tenían una energía rockera propia de lo que estaban retratando. El periodismo (conocer bandas, reportearlas) mezclado con el intelectualismo. El nacimiento de la tragedia en el espíritu del rock. Todo motivó a Reynolds, por allí es donde se mueve.

Las entrevistas, talleres y conferencias que brinda, presentan reflejos de ese academicismo inevitable que rodea sus textos. Reynolds siempre aparece como un profe ñoño, algo tímido y copado, que no se puede dejar de escuchar.

El jueves 26, Reynolds dio un taller de crítica musical en el Museo de la Lengua. Fue la primera de sus tres actividades dentro del V Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires. En persona, cae bien de entrada. Por sus textos, primero. Por su personalidad, después. Entre tanto ego vernáculo de supuesta pluma elevada, estar frente a uno de los referentes del periodismo de rock a nivel mundial primero intimida, después sorprende y finalmente relaja. Básicamente por su predisposición. Es inevitable no comparar esa buena onda con algunas reacciones de periodistas locales, que en muchos casos se comportan como los más grandes escribas de la historia.

En un monólogo de una hora y media, Reynolds dijo, entre otras cosas:

- Que el periodista trabaja con los hechos y el crítico con una verdad que debe ser descubierta.

- Que esa verdad no se basa sólo en datos, sino que puede partir desde lo que significa ese disco/banda/género/canción en la sociedad. O desde su comparación con diferentes ramas del arte. O desde el análisis de la música y las letras, o una de las dos.

- Dijo que no todos los periodistas son buenos críticos y que éstos no siempre se defienden en el periodismo. Que acumular datos y datos no es necesariamente tener algo que decir. Que se puede encontrar esa verdad con menos información cargada. Que el exceso de información es, a veces, perjudicial.

- Que ya no es tan importante "presentar" o "descubrir" nuevas bandas. Eso lo puede hacer cualquiera a un clic de distancia. Lo que importa hoy es encontrar un significado para eso que abordamos.

- A la hora de escribir, dijo que hay que saber qué cosas perder, qué dejar de lado, sacar lo innecesario. Que una buena anécdota no nos tape lo importante.

- Que no hay que volverse predecible. Hay que tratar de no repetirse. Especialmente en los textos de largo alcance, como los libros. Mencionó un método que utilizó durante la preparación de Retromanía: armó una lista de palabras y formas comunes en su escritura y tuvo la precaución de no utilizarlas más de una vez en cada capítulo.

- Que es mejor evitar el "yo", algo que abunda en los textos de muchos periodistas más preocupados por mostrarse antes que dar importancia al tema que analizan.

También dio pautas para abrirse paso en las entrevistas. Fue lo menos interesante de la charla, ya que se pareció más a una disertación general sobre periodismo, antes que un taller centrado en la crítica musical. De todas maneras, fue muy bueno escucharlo hablar sobre sus anécdotas entrevistando a Lou Reed y a Greil Marcus. Además de cómo sus editores del New York Times suavizaban sus sentencias, volviendo sus artículos un poco más tibios.

En el cierre, respondió inquietudes de los asistentes, unas setenta personas, en general periodistas especializados. La pregunta sobre si le gustaba el reggaetón aún sigue haciendo aparecer signos de pregunta entre paréntesis por todos lados. Finalmente, firmó algunos libros y muy amablemente accedió a una nota de quince minutos (que no se grabó, porque la vida es una mierda y los grabadores a veces fallan) donde se habló de internet, el rock en castellano, la reinvención del periodista musical como el tipo que puede seguir descubriendo cosas, pero quizás desde un lugar diferente al anterior. Por ejemplo, ayudando a las bandas de las provincias a ocupar un lugar en la prensa nacional. Al respecto, dijo que no creía que una sola persona pudiera posicionar a un grupo. Hizo referencia, además, a la música y los textos de crítica que la abordan. Aseguró que terminan formando una simbiosis, a pesar de que no necesariamente apuntan a lo mismo. También del rock en castellano y de cómo le cuesta escuchar canciones de habla no inglesa por el valor que le da a las letras. Dijo que conocía a Juana Molina y que le habían mencionado a un tal "¿García?".

El paso de Simon Reynolds por Buenos Aires continuó el mismo jueves con una entrevista pública a cargo de (obvio) Pablo Schanton y Diego Manso. El viernes 27 se realizó la presentación del libro Romper todo y empezar de nuevo, con una conferencia sobre el post punk.

Babasonicos en Córdoba

$
0
0
(Foto: Martín Bonetto, Facebook Babasonicos)

La Plaza de la Música cordobesa fue el lugar donde Babasonicos presentó su nuevo disco. Romantisísmico apareció la semana pasada simultáneamente en 17 países y ya trepó a los primeros puestos de diversos rankings latinoamericanos. Marcó el regreso de la banda a su antiguo sello, Sony Music.

En la noche del viernes 27 sonaron varios de los temas que en poco tiempo inundarán las radios y las fiestas (“Runrun”, “Los burócratas del amor”), y los clásicos, repartidos entre los que hace tiempo se destacan en los conciertos de Dárgelos y compañía (“El colmo”, “Putita”, “Yegua”), y los que sorprenden cada tanto por reaparecer tras mucho tiempo guardados en la memoria (“Desfachatados”, “Patinador sagrado”, “Malón”).

Pasadas las nueve de la noche, Alfonso Barbieri abrió la noche con las cancionísticas obras de su etapa solista. El show fue prácticamente a oscuras (“me gustó”, reconoció después el músico, que no había elegido esa puesta en escena) y sirvió para reencontrarlo con el público cordobés, que ya no lo tiene tan seguido desde que abandonó a los locales Cocineros y se radicó en Buenos Aires.

A las diez, las luces se apagaron aún más para que Babasonicos comenzara con “Humo”, la minisuite dulce fuerte grave de Romantisísmico. El álbum, de doce canciones, remite a distintas etapas del grupo: desde las guitarras metaleras que añoran los fundamentalistas de las épocas pre Jessico (“El baile de Odín”), hasta la canción pop más FM preferida de la fan que pide “Putita” en todos los conciertos. “La lanza”, primer corte, es un ejemplo de esto último: el tema es más pegadizo que “Get Lucky”, de Daft Punk. Aparece y no se va más del playlist del celular.

En el escenario, Adrián Dárgelos es un sex symbol inexplicable. El Turco García del rock argentino. El que no la hubiese puesto nunca sin ayuda de su oficio. Más feo que pegarle a la madre, pero con atractivo intelectual, actitud, soltura y, especialmente, talento. Un tipo capaz de escribir letras que hablan de lo mismo que cualquier cumbia berreta, sin dejar de lado una elegancia suficiente como para conmover. La suma de todos esos elementos atrapa a las chicas, que siempre son mayoría en los conciertos sónicos, y aúllan su encantamiento ante cada gesto del cantante.

“Los calientes”, “Tormento”, “Cómo eran las cosas”, “Puesto”, “Estertor”, “Sin mi diablo”, “El ídolo” y “Carismático” aparecieron en la ex Vieja Usina, actual reino de José Palazzo, organizador del Cosquín Rock. Allí también funcionará la versión cordobesa de Vorterix.

Ante poco menos de tres mil personas, Babasonicos presentó un disco que, según dijeron los propios músicos en la conferencia de prensa previa al show, necesita varias escuchas para ser apreciado del todo. Un álbum para descubrir, como el amor a largo plazo.

"La música hace lo que quiere"

$
0
0
(Foto: Diego Ele, Facebook David Lebón)

El Design Suites es tan, pero tan cheto, que cuando La Renga se instaló allí en julio, uno de los primeros comentarios que surgió fue sobre el excesivo lujo que ostentan sus instalaciones. El coqueto hotel, ubicado en pleno centro de la ciudad, albergó a casi todos los músicos de rock que llegaron en los últimos meses. Por ahí estuvieron Fito Páez, Willy Crook, Divididos y Nito Mestre, entre otros. Jamás el Indio Solari, que tiene su búnker sobre los cerros, en la Presidencial del Sheraton.

En el bar del hotel está David Lebón, durante la tarde del 30 de mayo de 2012, antes de tocar en un Teatro Provincial repleto de gente que pagará apenas $15 por pera, gracias al ciclo Cultura da la Nota; uno de los pocos proyectos del gobierno provincial (¿el único?) que fue aplaudido por la mayoría. Lebón, de casi 60 años (los cumple en octubre), volvió a Salta tras un lustro de ausencia.

Vestido de blanco, como el viejo embebido por la cultura hippie que es, pero sin llegar al mensaje de autoayuda zen que alguna vez popularizó Piero (¡Piero!); Lebón se acerca, pide una Coca Cola, saluda y dice: “Cuando se fue Luis (N. de la R: Spinetta, se entiende), me di cuenta de lo que era la historia. La historia que tuvimos nosotros dos. Aunque parezca que no, compartí mucho con él. Aprendí, aprendimos, y así con cada uno, o sea que no tuve mucho tiempo de pavear”.

A pesar de estar identificado a muerte con la guitarra, David Lebón pasó por todos los puestos de la formación clásica del rock en las distintas bandas en las que participó, y al menos durante los setenta, no tuvo tiempo de pavear. Fue baterista en Color Humano, bajista en Pappo’s Blues y Pescado Rabioso; guitarrista en Seru Giran, Polifemo, La Pesada y Seleste; y hasta tecladista en Espíritu. Un verdadero hombre orquesta que, encima, es capaz de cantar con una de las voces más dulces y profundas de la escena nacional. Como prueba está el megahit “Seminare”, un tema de Charly García que pertenece a Lebón por peso interpretativo. “A ‘Seminare’ lo siento mío –dice, en el hotel. Es más, Charly me lo regaló. Menos la parte de SADAIC (risas).”

A pesar de haber estado presente en bandas clave y tener un prontuario que asombra, Lebón no es ídolo ni un artista convocante. El último éxito comercial del que formó parte fue la canción “Mundo agradable”, del criticado Seru 92. Es respetado, en cambio, por sus pares y la prensa. Al igual que con ciertos trabajos de Litto Nebbia, su primer disco solista (David Lebón, de 1973) es cada vez más reivindicado por la patria indie folk hipster argenta. Ariel Minimal grabó una versión de la magnífica “Hombre de mala sangre” en su álbum Un hombre solo no puede hacer nada, de 2004.  “Sí, estoy de acuerdo con vos. Pasó eso con varios artistas. Con Pedro (Aznar) grabé un disco en Estados Unidos que se llama Nuevas mañanas y Sony lo sacó una semana antes de Seru 92. ¿Quién iba a comprar un disco solista cuando podría comprar uno de los cuatro?  Así que uno de los planes que tenemos es grabar versiones antiguas, hechas ahora. Otro es un disco nuevo. Y tengo temas grabados en inglés, que son temas que a mí me gustaban cuando yo era chico y que los grabé yo solo para probar, pero quedaron cosas muy buenas, así que me parece que también lo vamos a sacar. Va a estar bueno”, dice, antes de partir hacia la prueba de sonido en el teatro.

La prueba estaba pautada para las 17. A las 17.01, Lebón comienza a tocar y a zapar con sus músicos, entre los que se encuentra Daniel Colombres, uno de los bateristas de sesión más reconocidos del ambiente. Al grupo lo completan Leandro Bulacio en teclados, Gustavo Lozano en guitarra y Roberto Seitz en bajo. David, toca pedacitos de canciones, ajusta detalles que no están del todo claros y caga a pedos en joda, haciéndose el perfeccionista exigente mala onda (“¡Esto es en si bemol!”). Mientras tanto, Colombres tira consejos y sugerencias al operador del monitoreo, ubicado al costado del escenario. Se nota que el baterista tiene peso en la banda. Después de Lebón, es el más experimentado, y sus formas y opiniones lo hacen saber. El resto de los integrantes son pibes jóvenes, de menos de 35 años, que disfrutan del momento. “La banda es nueva, los chicos son divinos. Ayer subieron a la combi y empezaron a hablar todos juntos, y me hizo acordar a mi época de 17 años. Me puso muy contento, porque los grupos que están juntos hace mucho nunca hablan (risas).”

Tras la prueba, Lebón, Colombres y el manager Patricio Pucci caminan de vuelta hacia el Design. En el trayecto, que incluye la plaza 9 de Julio y la Avenida Belgrano; nadie detiene al músico con pedidos de autógrafos, fotos o comentarios. Tampoco con balazos en el abdomen, como en el recordado sketch protagonizado por los Pescado Rabioso en la película Rock hasta que se ponga el sol. Apenas una promotora vestida de poncho, bombachas y sombrero le ofrece el volante de un restaurant de comidas regionales. David lo rechaza diciendo que no con la cabeza. En la plaza Belgrano, cerca de los baños públicos inaugurados por Miguel Isa que le restan glamour al hotel (ni hablar de la Jefatura de Policía que está al frente, gor) se produce el siguiente diálogo:

- Daniel, ¿vas a tocar en la gira por los veinte años de El amor después del amor?
- Colombres: No, no voy a estar.
- Pero vos tocaste en el disco.
- C: Yo grabé todos los temas del disco.
- Lebón: Está gordo.  

En dos palabras, David muestra su humor, esa manera que tiene de tirar chistes o comentarios ácidos sin reírse. Simplemente se queda serio y deja flotando una frase con los puntos suspensivos más notorios del mundo. Esta vez, hace alusión a la polémica Fito – Claudia Puyó. En 2007, mientras él y todo el Teatro del Huerto esperaban que un esforzado Aznar afinara su bajo una y otra vez; decía “es la altura, es la altura”, y provocaba las risas en todos.

Una vez de regreso, con Adele sonando de fondo (es el Design, ¿qué querés que suene? ¿Superuva?) y más Coca; Lebón, junto a toda la banda; dice: “Yo no sé en qué formato va a terminar la música. No sé lo que va a pasar. La música es como el agua, no la podés agarrar. Hace lo que quiere”. También habla de Seru Giran: “Lo que me gusta de Seru es que no hubo ningún grupo que lo pudo copiar. Por ejemplo, la onda, con todo respeto, eh; la onda Soda, viene de The Cure, y así. Era una onda. Seru eran cuatro tipos que no se sabían bien de dónde venían, que cada uno componía sus temas y ponía sus cosas. Y funcionó bastante bien.”

También habla sobre lo que dejó el rock argentino de los setenta, cuando él fue uno de los principales protagonistas, y cómo actúan los músicos de hoy; en un país y en una escena que cambiaron prácticamente por completo: “Mi sueño era que los grandes de hoy hubiesen aprovechado toda la historia que nos sucedió a nosotros y que al final ganamos. Pudimos tener radios, equipos nacionales. Y eso (su sueño) no ha sucedido del todo. Entonces yo me siento un poco: ‘Puta madre, ¿cuántas veces me han picaneado para que otro esté gritándole al micrófono?’. Que está bien, porque todos desde los 14 hasta los 25 van a ser rebeldes. Eso va a existir siempre, no se salva nadie. Lo que pasa es que la música, a partir de Los Beatles, acercó mucho a los padres con los hijos. Como a nosotros no nos pasó con el tango, que los viejos nos decían (pone voz de viejo porteño y soberbio): ‘¿De dónde venís?’, ‘De laburar’, ‘¡Ja! Laburaaaar, ¿pero por qué no te cortás el pelo y te dejás de joder?’.”

“Yo estoy de acuerdo con el cantante de los Foo Fighters: Coldplay, ¿para qué? Si ya estuvieron Los Beatles, Los Hollies, Los Beach Boys; los verdaderos que inventaron esto. Hay temas lindos, claro, pero la onda, toda la misma cosa. Yo no quiero volver para atrás, yo prefiero a los chicos que vienen ahora y que me vuelen el mate con algo distinto”, dice Lebón, que paradójicamente toca sus canciones más conocidas ante un público que siempre quiere escucharlas. O quizás no sea una contradicción, quizás su aporte ya esté hecho y ahora sólo quede disfrutar. Como cuando participó del recital de Spinetta y las Bandas Eternas, en 2009. Esa noche de diciembre, Pescado Rabioso volvió a tocar después de ¡36 años! y Lebón estaba feliz. “Eso fue inolvidable –recuerda, no hay forma de explicarlo. Yo antes de eso ya tenía ganas de juntar Pescado, y después quería seguir. Yo les dije a los chicos: ‘Sigamos (se ríe), no volvamos más cada uno a su grupo. Sigamos con esto’, porque nos sentimos muy bien”. En aquella oportunidad, David cantó “Despiértate, nena” y “Mañana o pasado”, la primera canción a la que le puso su voz. También tocó la guitarra y dejó el bajo en manos de Guillermo Vadalá. “No tenemos violero, ahora, eh”, dijo Spinetta, después de una soberbia versión de “Credulidad”.

- ¿Hay alguna canción vieja o un clásico que hace mucho que no tocás y tengas ganas de hacer?
- L: Vos me dijiste una y me gustaría hacerla.
-¿“Mañana o pasado”?
- L: Esa, sí.
- C:¿Cuál es esa?

David le canta la canción al baterista, y le cuenta que es de la época de Pescado. Colombres, dice “ah” y opina que los grandes temas no tienen tiempo. “Si la gente pide las canciones, ¿por qué no las vas a tocar? Si no las hacés es como que dejás a la gente garpando.”

Lebón opina que una diferencia entre la juventud de estos años y la de los sesenta es que antes “había algo para cambiar verdaderamente”.  Ahora, prefiere divertirse. “Nosotros estamos con esto, que es como un juego. Yo juego, por eso me gusta la palabra ‘play’, en vez de ‘tocar’. Y zapemos, que no esté tan ordenado. Si no, pongo la maquinita y chau.”

- C: A Fito Páez le pasa eso, les exige a los músicos tocar lo mismo todas las noches. Pero lo mismo, literalmente: ni un golpe más, ni un golpe menos. El mismo break, el plato en el mismo lugar. Y vos vas a ver a Fito Páez y decís ‘mierda, cómo suena’, pero al cuarto show que ves decís…

“Que está gordo”, interrumpe Lebón, y mientras todos se ríen, saluda y se va su habitación hasta la hora del show.

Nota publicada en el número 11 de la revista Rock Salta, de agosto/septiembre de 2012.

Vos no me dejaste, tampoco yo a vos

$
0
0

El combo recuerdo de esa noche de invierno consta de un afiche blanco y negro vintage-bajo presupuesto, con la fecha (“Lunes 6 - Agosto - 22 hs.”) y auspicios de la Intendencia Isa, Casino Salta, Flecha Bus (¿lo hicieron viajar en bondi?) y una tarjeta de crédito, que seguramente estaba en las antípodas de sus ideas liberadoras, pero que sin dudas ayudó a garpar el show. Lo completan dos casetes TDK A60 (Low Noise, High Output) que rezan “Spinetta en el Huerto", 1 y 2, respectivamente; escritos con birome azul de trazo grueso que perdura en el tiempo; al igual que la cinta que se la bancó a través de los años, las escuchas, las rebobinadas y las lengüetas rotas para evitar play rec imprevistos.

TDK A60 (Low Noise, High Output): PLAY.

El primer casete, el volumen uno del pirata spinetteano salteño arranca con un murmullo, una pregunta y su respuesta respectiva; captada en el pullman, bien arriba (“¿Tenés el carné de la biblioteca?”, “Sí”). Luego se escucha un aplauso constante, de ansiedad, que se acelera cuando se apagan las luces, se corre el telón y aparece el Flaco Luis, parado, con su guitarra colgando y hablando antes de que termine la ovación:

“Muy buenas noches, queridos salteños (aplausos, gritos). Después de tantos años, otra vez aquí, con ustedes (más aplausos), con esta poderosa banda. Muchas gracias.

Esteeeeee… antes de empezar quiero recordarles algo que (se callan TODOS) no es chiste: no solamente estamos para tocar. Estamos para anunciar algo importante que dice acá (se señala la pechera): Conduciendo a Conciencia. Los padres que perdieron a sus hijos en la tragedia de Santa Fe quieren que la Educación Vial sea una ley nacional para que desde chiquitos aprendan a conducir como se debe y no matarse luego en las rutas. ¿Qué le parece? ¿Qué les parece? (Aplausos) Entonces, cuando vean esos petitorios… (Más aplausos) Podrá ser ley cuando se sumen por lo menos 500 mil firmas. Estamos cerca, pero falta mucho y les agradezco muchísimo su colaboración.

Vamos a empezar con un tema de Pan llamado ‘Sinfín’”. Contó “un, dos… un, dos, Había una veeeeez”, y así arrancó el último recital que dio Luis Alberto Spinetta en Salta. El que hubiese sido el penúltimo, de no mediar ese certificado médico que canceló el show previsto para el 14 de julio de 2011.

El 6 de agosto de 2007, Spinetta no largó con explosiones, entradas espectaculares o un hit megarompetodo: empezó con un pedido solidario. El mismo con el que continuó insistiendo cuatro años después, cuando redactó el comunicado confirmando que padecía cáncer de pulmón. El mismo en el que pidió que “no paniqueen”.

Fin de “Sinfín”, hermosa canción que abre el álbum que por esos momentos era el que cerraba su discografía (después, en 2008, llegó Un mañana). Aplausos y “bueno, vamos a hacer una recorrida por diferentes discos. En este caso vamos a ir a Los niños que escriben en el cielo (ovación) para hacer ‘Un viento celeste’”.

Después: “Bueno, ahora vamos a Bajo Belgrano (“¡Wow!”) para poderles cantar ‘Resumen porteño’ (“¡Seeeee!”)”. Y Ricky estuvo listo de nuevo del bocho para aparecer en el repertorio spinetteano, que en 2007 se mantenía firme con esas readaptaciones que aparecían con la voz intacta del Flaco sesentón; acompañado por Sergio Verdinelli en una batería que combinaba fuerza y virtuosismo; la delicada certeza de Claudio Cardone en las teclas y el bajo colchón de la tremenda (por fuera y por dentro) Nerina Nicotra.

Después de anunciar que los cuerpos siguen flotando a esta hora, Spinetta espera que se detengan los aplausos para decir que “volviendo al presente… (pausa, silencio) ir al futuro. Esteee… vamos a hacer ‘Cabecita calesita’, del disco Pan”. Silencio para escuchar a Luis Alberto en uno (lo notamos ahora) de los momentos más sólidos de su carrera: ya maduro, incorruptible y más caprichoso que nunca; quizás con más talento que antes; más complejo, mejor persona.

Se termina y llega “otro tema de Pan”. “No digan después que lo que yo escribo es raro (todos se ríen, él no). Se llama ‘Qué hermosa estás’. No necesita (ahora sí, larga una risa) demasiado surrealismo de parte de nadie”.

Tras la canción, aplausos, silencio y “vam.. ¡arrgghhh! (risas) Estoy haciendo la cura del faso: 700 fasos por semana y se te cura todo (risas). Bue, un tema que está guardadito ahí en el disco Pelusón of Milk, que es simplemente un retazo que está al lado de un tema llamado ‘Ella bailó’. Así que bueno, ‘Amor de mi vida’ le puse, para no decir ‘Love of my life’. Seguro que lo dijo… je, se lo dijo a la señora: ‘Love of my life’ y después hizo la guerra en Irak”.

Y en el medio de “Amor de mi vida” ¡Tuc! Salta el Lado A del Low Noise. Dar vuelta y escuchar la última parte, un solo de Cardone en el medio de la batería avasalladora de Verdinelli; mientras el Flaco y Nicotra van parejos, discretos, sosteniendo todo.

Después, el solo spinetteano desde la guitarra que alguna vez León Gieco, en plan crítico de rock, calificó como ideal para rítmica. La misma que se incendiaba en San Cristóforo y después se guardó para resurgir en contadas ocasiones.

Aplausos, presentación de la banda y ahora sí se pudre todo para “Yo miro tu amor”, un blues de Para los árboles, más rockero que en el disco, menos procesado y más sanguíneo. El final es a puro solo de viola y las palabras de Gieco en esa vieja crítica para la Expreso Imaginario quedan sepultadas bajo una montaña de feedbacks.

Ovación y silencio. Toses y Cardone solo en el escenario, apenas iluminado para hacer un instrumental que el Flaco luego, rasgando su acústica, revelaría que se trataba de un tema del “fabuloso compositor japonés Ryuichi Sakamoto”. Inmediatamente después arranca cantando una versión delicada de “Pequeño ángel” y ahí está Luis Alberto Spinetta íntimo e interactivo para todos los salteños, que no alcanzaron a soldoutear el Teatro del Huerto. Después, “Laura va”, directamente desde el primer disco de Almendra. Nadie aplaude, no hay ninguna reacción unplugged de MTV. Al final del tema, sí, la ovación marcada que baja hasta los lentes de Spinetta y se frena cuando el Flaco comienza a moverse para interpretar otra. Pero antes, consulta: “A ver si se acuerdan de la antigua fábula”. Cuenta “un, dos, tres, un, dos, tres” y empieza con “Durazno sangrando”, que esta vez sí es acompañada por una buena cantidad de palmas, que se multiplican luego de la so-ber-bia interpretación.

Y de golpe, como siempre, la interacción.

- ¡Te amo, Flaco! –grita un tipo.

- Lamento no poder decir lo mismo (risas). La verdad que… (muecas, más risas, aplausos) es un amor circular. Pueden cambiar de amor, no hay problema.

- A vos y a Gardel -retruca.

- ¡No! Con La Voz… no te metás.

- ¡Te queremos, Flaco!

- Esa es la Poly, la que habló, che.

- Bueno, Poly, te quiero mucho yo también. Vamos con ése tema…

“Todos estos años de gente” empieza y arranca los “uh” de los más viejos, que son varios. Luego, el show entra en su recta final. Y el TDK volumen 2 no va a necesitar llenarse por completo para poder registrar lo que falta.

Pero no todos los cruces con el público son simpáticos. “Con el tema castrense no llegamos a ningún lado. Algún día lo voy a hacer, pero hoy no. Es demasiado galáctico”, dice, ya harto, después de que casi le exigieran a mano armada una versión de “El anillo del Capitán Beto”.

“Las cosas tienen movimiento”, el tema de Fito Páez que el Flaco se apropió desde comienzos del 2000, fue otra de las perlas de la noche y un ejemplo más del sonido Spinetta siglo XXI, más cercano a Jade que nunca, pero con un dejo pulenta (con u) que le quedó desde su incursión con Los Socios del Desierto.

- ¡Tocá “Alma de diamante”, Flaco!

- No la tenemos en carpeta… (risas).

“Ana no duerme”, versión Sauna de Lava Eléctrico aparece al final, para inquietar a las viejas y saturar los micrófonos de los grabadores que registran piratas a casete, a falta de mp3. Pero antes, silencio: Spinetta se choca un pie de micrófono, se da vuelta, lo mira, lo reta en un idioma incomprensible y:

- En albano le dije “no me molestes”.

Tras las despedidas falsas y antes del comienzo de los bises (con “Seguir viviendo sin tu amor” y “La herida de París”), Spinetta señala otra vez su pechera y habla: “Imaginate si hubiera una estadística que dijera: en Argentina aparecieron sólo tres jugadores de las juveniles este año. Sería una hecatombe total, un caos. Las ciudades se paralizarían, la cana los cagaría a palos a todos. Pero la estadística no es esa. Es que somos el país con más muertes por accidentes de automóviles. Quizás con esto logremos reducir de a poco eso, para cuidar la vida. Eso nos está faltando: el respeto por la vida, en todos los ámbitos. A ver si remontamos el barrilete, porque pareciera que es de acero… y se cae”.

TDK A60 (Low Noise, High Output): STOP.


Nota publicada en la revista Rock Salta número 9, de abril de 2012.

Horrible autobombo y una pequeña reflexión sobre el periodismo especializado en escenas emergentes

$
0
0

El nuevo número de Rock Salta apareció en las últimas horas. Se trata de la edición 17 de esta revista que intenta hacer periodismo especializado desde una región (Noroeste) en donde las bandas locales no juntan más de cien personas con entradas pagas.

Rock Salta empezó en 2006 como un fotolog que anunciaba fechas de conciertos en la ciudad. En 2007 evolucionó a página web y en 2011 se transformó también en revista, primero mensual, luego bimestral. En el medio, realizó programas de radio en diversas FM salteñas, creó una radio online propia y hasta un piloto de televisión que no prosperó porque el que mucho abarca poco aprieta y cuanto más alto trepa el monito (así es la vida) el culo más se le ve. También es productora de shows (rama que está últimamente en el freezer) y discográfica independiente. En total, el staff de Rock Salta está compuesto por ocho personas a las que se les suman diferentes colaboradores, especialmente para las notas de la revista o la web.

Este número es el primero que en su portada no hace referencia al rock del NOA. La supuesta espalda que la revista le da a los músicos de la región es un discurso que Rock Salta viene soportando desde hace un rato largo. Algunos artistas del rock salteño opinan que al ser una revista hecha desde la capital provincial, Rock Salta debería ser un pasquín propagandista que sólo hable bien de cualquier cosa producida en la tierra de Güemes. En Rock Salta esa idea no prospera. ¿Desde cuándo el periodismo se debe a sus entrevistados o a lo que va a cubrir? ¿Y desde cuándo la única manera de apoyar a una escena emergente es llenándola de elogios injustificados?

Las escenas chicas se construyen con apoyos de todos sus frentes. En Salta, el rock local se compone por los músicos, el público, los dueños de los bares, los productores de shows y la prensa. Cada uno sabe cómo debe hacer su parte. El periodismo, si se toma en serio, no puede ser una catarata de elogios porque sí, ni tampoco una serie de textos que hacen la vista gorda a los defectos. Si una banda suena mal, el periodismo debe informarlo. Si el cantante sube en pedo al escenario y se queda sin aire o bate cualquiera, se lo debe plasmar en la crónica para que ésta sea completa y honesta. Creer que los periodistas estamos sólo para hablar bien de un disco o una banda es una visión errónea del oficio.

Pero muchos creen que hay obligaciones del periodismo hacia los músicos. "Viven de las bandas", es una frase común que resulta ridícula cuando los que hacemos esta revista gastamos parte del sueldo (que ganamos en otros lugares, claramente) para invertir en los números siguientes. El periodismo especializado no mainstream es vocación pura. Amateurismo inevitable que empieza a ser dejado de lado con el tiempo. Hoy, Rock Salta puede editar una revista bimestral de casi setenta páginas con entrevistas exclusivas a Babasonicos (y antes a Skay, a Iorio, a Charly, La Renga, Divididos y más) porque viene laburando de manera constante hace siete años. Aún así, cada número se vive como si fuera el último. Nunca se sabe cuándo dejarán de cerrar las cuentas y habrá que conformarse con la web.

Durante el primer año de la revista, tres grupos salteños fueron dueños de la tapa. Cuando se notó que las ventas bajaban casi a cero con los músicos locales, se decidió ir por otro lado. Hacer un caballo de Troya en forma de revista con tapas de músicos importantes y meter adentro notas sobre el rock regional (que a veces superaban en extensión a las "principales"). Desde entonces, las ventas mejoraron (tampoco tanto) y la repercusión aumentó, lo que trajo más y mejores publicidades, fundamentales para mantener la edición. Es lógico: Charly García en portada va a impactar más, siempre, en cualquier lado. En cambio, una con un grupo salteño va a interesar sólo al público local. Y a veces ni siquiera eso.

En Rock Salta comenzamos a trabajar con una máxima impostergable: tomar en serio todas las notas. Desde la entrevista con la banda más under del mundo hasta el ídolo número uno del país. Para eso era necesario informarse, escuchar las canciones, saber qué preguntar. El clásico trabajo previo de todo periodista, que no era tan clásico en Salta. En general, las entrevistas de los medios salteños solían ser las mismas de siempre: preguntas básicas ("¿por qué se llaman así?", "¿qué música hacen?") que no terminaban de definir a los grupos ni aportaban nada nuevo.

Quizás los músicos no tengan toda la culpa de los enojos y las malas interpretaciones. Durante años (quizás décadas), el periodismo de rock en Salta se redujo a tipos que escribían notas en primera persona y llamaban "mis amigos" a los músicos entrevistados en el papel, la web o el éter. Eso provocó confusiones.

En 2012, una banda salteña fue entrevistada para la revista. Durante el cierre de la edición, preguntaron si serían tapa. Se trataba de un grupo que venía tocando muy poco, que casi no tenía discografía y que su real importancia en el rock salteño era nula. No existían grupos que los marcaran como referentes. Pero sus integrantes no veían eso. Sólo querían la tapa para promocionar mejor su concierto próximo. No querían periodistas, querían gacetilleros, que seamos los agentes de prensa que ellos no querían pagar.

Algunos músicos de Salta parecieran no interesarse por repercutir fuera de la provincia, algo que se logra con el método "artista groso en la portada/contenido regional interno". Sólo quieren ver sus nombres junto a adjetivos elogiosos, quieren salir bien en las fotos a todo color, mirarse colgados en los quioscos al lado de la enésima tapa de Rolling Stone con Calamaro. Lamentablemente, con Rock Salta no lo van a poder conseguir. Sí, en cambio, van a tener una obra analizada con seriedad y respeto. Increíblemente, no todos pueden jactarse de escuchar los discos de los músicos que entrevistan.

Haciendo cosas raras para gente normal

$
0
0

El sábado 31 de agosto, Roberto Pettinato salió a caminar por el centro de Salta. O al menos, eso nos hizo creer. Contó parte del recorrido esa misma noche, sobre el escenario del Teatro del Huerto: “Justo pasé por un monasterio de monjas que no salen hace cincuenta años. Les tiré un porro y les dije ‘¡no vale la pena salir!’”, recordó, en medio de Me quiero portar vien, su espectáculo de stand up que lo trajo a la provincia. “Con Sumo no llegamos nunca a Salta, sólo hasta La Rioja”, dijo también, entre las risas del público. Entonces se puso a relatar la historia que protagonizó con Alejandro Sokol, en los ochenta, cuando Sumo recién comenzaba. Años en los que la banda era hija de los caprichos y la guita acumulada transformada en instrumentos de un tano heroinómano que hablaba en inglés e intentaba zafar como sea de la parca. Cuando aún no eran leyenda ni habían editado discos trascendentales. En esas épocas sólo podían acumular experiencias como la de La Rioja, que incluía cactus, ganas de drogarse y frustraciones alucinógenas con forma de pinchazo.

Me quiero portar vien fue la excusa para hablar con Pettinato, que es mucho más que un humorista parado en un escenario vacío, con un micrófono en la mano. Su versión standupera es sólo la última de sus facetas. Como Gillespi, es un hombre orquesta capaz de hacer música, escribir notas y libros, conducir programas de radio y televisión y girar por el país sólo con las ideas que se fueron acumulando en casi 58 años de vida. Petti, entonces, ahora también se sube a los teatros, hace temporada veraniega y no se pelea con vedetes. “Mucha gente me ha insistido y después de tantos años lo hice. Un poco porque ya me sentía un idiota después de ver gente tan, tan poco talentosa”, contesta cuando se le pregunta por qué decidió transformar en shows en vivo sus clásicos monólogos televisivos.

El humor de Pettinato siempre es el mismo en la tele, en sus textos, en la radio y en los teatros. Una mezcla de Tato Bores con Bill Hicks (“¡Soy del mismo signo que él!”): actualidad, incorrección política y necesidad de incomodar. Alguna vez declaró que es capaz de reírse de las desgracias más grandes, incluso de las propias. “Siempre estoy produciendo incomodidad, especialmente cuando explico a la gente cuáles son las técnicas para el sexo anal. Y me encanta, porque no importa lo que cuente ¡sino que a la gente le da vergüenza!”, explica, antes de soltar una risa larga, de maldad consciente y ganas de escandalizar.

En 2012, Petti fue noticia en el mundo elitista del rock argentino por el efímero regreso de Pachuco Cadáver, el dúo que integró con Guillermo Piccolini a principios de los noventa, durante su estadía en España post separación de Sumo. Mientras intentaba ganarse la vida de cualquier manera (limpió parques de diversiones con el famoso mameluco naranja con el que subió al estadio Obras, fue plomo de bandas que no conocían su trayectoria) se insertó en la vida cultural española de la mano de otros argentinos que residían allí. Pachuco editó dos discos de estudio poco escuchados por el mundo (Tres huevos bajo tierra y Life in La Pampa) que remitían a Captain Beefheart y Soft Machine. Pocas ventas e influencias renombradas, suficiente para llenar un par de teatros veinte años después. Pero Pachuco, como la H, no murió. “Vamos a grabar un EP de cuatro temas, pero todavía no tengo tiempo, aunque Piccolini tiene una amplia paciencia. Espero verlo pronto y hacerlo. Teníamos pautado hacer un show a fin de año. Un show único”, cuenta.

Desde que murió Luca Prodan y Sumo se disolvió, a comienzos de 1988, Pettinato no volvió a formar parte de un grupo de rock “comercial” ni sonó en la radio hasta que él mismo se puso al frente como conductor. Sí grabó discos experimentales (El Yo Saturado) y de free jazz. El último apareció el año pasado, se llama Purity y es una sesión en vivo de cuarenta minutos grabada en Nueva York. “Nunca más me interesó el rock. Salvo lo que toqué con Ciro, pero ese pibe es otra cosa. Por lo demás, Los Natas y bandas así, rarísimas, pero nada más. El rock murió para mí. Pueden seguir sin mí sin ningún problema. Yo me encargo de hacer la música rara y los discos raros de jazz. Listo. Alguien los tiene que hacer.”

Probablemente, las facetas menos conocidas de Roberto Pettinato sean las que él más disfruta: la música y la literatura. Ninguno de los oyentes de La 100 o los espectadores de Caiga Quien Caiga podrían nombrar de corrido, sin repetir y sin soplar, la discografía de Petti más allá de Sumo, o los títulos de sus casi diez libros editados. Ni mucho menos recordar cuál fue la profesión que lo ayudó a convertirse en estrella mediática. Pettinato es músico y conductor, pero primero fue periodista especializado en rock. Dirigió la mítica Expreso Imaginario y entrevistando a Luca fue como terminó incorporándose a la banda. En 2004 volvió a su primer amor: dirigió La Mano, probablemente la revista de rock más importante desde aquella vieja Expreso. “Fue una revista importante porque servía como alternativa para todas las demás. Todos están esperando siempre una revista así, ¡y empezó como una broma y duró cinco años! Se hizo mucho ahí adentro”, recuerda.

Curiosamente, Pettinato se asume periodista de rock, dirigió revistas especializadas, pero sus colaboraciones en otros medios gráficos sólo son columnas humorísticas. Su firma no aparece al pie de publicaciones del palo. “No me convocan para eso. Prefieren copiar gacetillas y transformarlas en notas”, dice sobre sus colegas, y agrega que “vivimos entre periodistas que no saben nada, mezclados con otros que saben tanto que no lo quieren compartir. Por otro lado, el periodista de rock argentino es medio rioplatensoide y eso es patético. O si no está el otro, el fanático que cree que Londres es su ciudad natal. Si a esto le sumamos que no tienen la menor onda al escribir... ¿qué más puedo decir? No han aprendido mucho y eso que yo era un buen referente, como otros tantos. Pero no hubo caso”.

“Yo les decía en La Mano: no me interesan los datos, quiero que escriban desde adentro. Y en mi caso escribí una hermosa reseña del nacimiento del cantante de Radiohead que aún recuerdo. Y no hay datos. Hay semblanzas, o como quieran llamarlas. Pero es como todo: aún somos el país de Benny Goodman y Oscar Peterson, del perfeccionismo que jamás alcanzaremos. Aunque cuando Piazzolla lo alcance en Europa, decimos ‘¡eso no es tango!’”, reflexiona Petti, antes de volver a reírse largamente.

Una buena idea, dijo Badía (?)

$
0
0

La Música es del Aire, uno de los blogs "históricos" que siguen en pie desde hace varios años, continúa publicando su enorme lista de discos del rock argentino armada en base a las opiniones de más de 300 personas de todo el país (músicos, periodistas y más), lo que la convierte en una verdadera encuesta federal.

Hace unas semanas largó la primera etapa. Hoy apareció la segunda parte, con los puestos del 84 al 61. Todos los discos están reseñados por gente que sabe bocha del asunto. Y bueno, también estoy yo, porque soy amigo del director de la página.

Pasen y lean.

Emoción, compromiso y trabajo

$
0
0

David Fricke luce como un hermano perdido de Roger Waters y Luis Alberto Spinetta. Porta un peinado ramonero grisáceo que se ve más natural que la peluca cabellera de Marky Ramone. Acentuando el parecido con el Flaco, llega al Malba con un look Bandas Eternas: camisa blanca y chaleco negro. Se sienta en un sillón, al lado de Pablo Plotkin, ex director de la edición argentina de Rolling Stone, y un poco más lejos de Claudio Kleiman. Los locales conducen la charla. Se trata de una entrevista abierta con el periodista estadounidense, que con más de cuarenta años de carrera y un roce con artistas como los Rolling Stones, Lou Reed, Pink Floyd, Bob Marley y Nirvana, se convirtió en un referente mundial del periodismo de rock. Abajo, en las butacas, gran parte del mundillo especializado de Buenos Aires está presente. 

Rompe el hielo Plotkin, presentándolo como un periodista que “escribe de manera muy pasional y precisa”. Luego, Kleiman asegura que en la escritura de Fricke se percibe “un compromiso vivencial con la música”, “una posición comprometida, en el mejor sentido de la palabra”. Agrega que ese compromiso vital y sentimental con los sujetos que describe no le quita poder analítico a sus textos. “Siempre estoy tranquilo cuando lo leo. Es una información de primera mano. Lo que está contando es posta, para decirlo en términos directos. Siempre tiene como prioridad transmitir lo que es el artista en cuestión sobre el cual está escribiendo y no llevar agua para su propio molino, que es una característica media negativa de algunos colegas nuestros, que a veces escriben como queriendo ser más piolas que el artista”, explica Kleiman. Curiosamente, en Argentina, Rolling Stone ha sido señalada por momentos como la mayor fuente de agua para el propio molino con notas que muchas veces aparecen narradas en una primera persona innecesaria.

El compromiso del que habla Kleiman se percibió en muchísimas oportunidades durante la carrera de Fricke, de 61 años. Estuvo presente en noviembre de 1987, cuando desnudó las miserias de Pink Floyd y los combates internos entre Roger Waters y David Gilmour. En las reseñas de discos de los White Stripes y Bob Dylan, o en el reciente especial que publicó en la Rolling Stone estadounidense sobre la muerte de Lou Reed.
Al principio, Fricke se muestra un poco tímido. Se avergüenza de su cara en la pantalla y agarra el micrófono con un temblor indisimulable, que tiene que ver más con algún asunto de su propio cuerpo que con nervios por el evento. Inmediatamente comienza a contar su historia, interrogado por Plotkin. Una de las primeras cosas que dice es que siempre buscó lo nuevo. Eso era Pink Floyd en 1968, cuando los vio por primera vez. Asegura que aún hoy se deja sorprender por grupos desconocidos que descubre en festivales (nombra a las británicas Savages y a Cápsula, argentinos radicados en Bilbao que le regalaron un disco de Almendra) y que no hay que dejar de lado a las bandas locales. Cuando habla, Fricke transmite un entusiasmo por la música y por escribir sobre ella que provoca inmediatas ganas de ir al primer bar que aparezca a escuchar a músicos desconocidos, con una libreta en la mano y los oídos abiertos. 

Para escribir sobre música, Fricke asegura que lo importante es que el redactor sepa cómo suena un disco o una canción para él y que encuentre una manera de explicarlo. Que se empieza con la emoción y se continúa con el análisis. Dice que hay que trabajar con el idioma, buscar la mejor palabra. Por eso, cuenta, siempre tiene a mano un diccionario. Se autodenomina como “el rey de la reescritura”, ve al texto como una escultura que hay que ir puliendo y dice que es capaz de estar un día entero sólo para trabajar el primer párrafo. “Sin el primer párrafo no tenés nada. Es el primer instinto”, dice. Destaca que los textos tengan fluidez y velocidad. Agrega que no hay que usar las palabras que no importan y no dicen nada.

A las entrevistas, Fricke las ve como un trabajo en conjunto entre el periodista y el entrevistado. No como un interrogatorio o un enfrentamiento entre dos partes antagónicas. Dice que a veces no importan las preguntas, sino cómo se hacen. También cree que es necesario hacer una investigación previa en notas del pasado para buscar lo que allí no se dijo, tener algo original para ofrecer a los editores. Que sólo graba en casete porque no confía en los grabadores digitales y que desgraba sus textos sin ayuda externa, porque sólo él puede percibir el clima completo que se vivió durante el encuentro. En octubre de 1993, realizó una de las últimas entrevistas a Kurt Cobain. Allí logró que el rubio se pusiera serio y franco y soltara párrafos como éste: “Cuando una persona tiene un problema serio en la vida, se refleja en su música. Muchas veces las composiciones se benefician de ello. Creo que seguramente me ayudó. Pero lo daría todo a cambio de tener una buena salud. Hasta el momento ésta ha sido nuestra mejor gira. (...) Es porque el estómago ya no me molesta. (...) Y me levanta la moral. Pero, al mismo tiempo, me asusta que, si desaparece el dolor, deje de ser creativo.”
Aunque sean preguntas realizadas por Twitter o desde la audiencia, Fricke siempre contesta con entusiasmo de fan. Dice que no entender el idioma no significa que una canción no tenga nada para decirle. Y pone como ejemplo a los Café Tacuba, destacando su disco doble de 1999, Revés/Yo Soy. También a los islandeses Sigur Rós. Aquí se encuentra una gran diferencia con Simon Reynolds, que cuando estuvo en el país para presentar su último libro aseguró no poder disfrutar de la música cantada en otros idiomas. A Fricke se lo percibe más alejado del mundo snob y académico del inglés y más cercano a todo lo que tenga que ver con los sonidos del mundo.

Se muestra categórico cuando afirma que escribir es un oficio que debe ser pagado, y que la decisión de trabajar gratis es del periodista, no del editor. Dice que iTunes y Spotify son muy buenos para escuchar música en el momento, pero que no se pueden comparar con una discoteca real. En los discos o en los libros que alguien tiene en su casa -explica, uno puede darse cuenta de muchos aspectos de la persona que los posee. En internet no hay ningún indicio.

Respecto a los cambios que el periodismo ha tenido que afrontar para adaptarse a estos años, Fricke cree que hoy hay que trabajar tres veces más, porque lo que antes era demandado una vez al día, ahora se exige cada hora. Con una simpleza notoria y creíble, asegura que siempre que escribe algo se pregunta si alguien va a leerlo o a darle importancia. Y que con una sola persona que lo lea, ya se siente conforme.

Finalmente, es consultado desde el público por los puntos en común que para él tienen todas las bandas históricas. Fricke entonces enumera tres aspectos fundamentales a la hora de trascender: emoción, compromiso y trabajo duro. Características que también podrían describirlo. 

Canción para los días de la vida

$
0
0
(El cuadro dedicado por Luis "para Daniel, el Bill Evans de los panaderos")

El barrio de Belgrano, en la Ciudad de Buenos Aires, está habitado por casi 150 mil personas cada vez más amontonadas en edificios que se construyen sin parar. Las avenidas y la mayoría de sus calles presentan la misma imagen vertical: pisos y pisos, uno al lado del otro. Esta expansión exagerada comenzó hace poco tiempo, a principios de siglo, y contrasta notablemente con la vida que se llevaba hace cincuenta años.

Una de las calles que conserva cierta imagen de antaño es Arribeños. Allí, casi al 3000, todavía se respira un poco de aire. Los edificios no son tantos, hay muchos árboles y el cielo puede verse con facilidad. En una de las casas de esa zona vive Gustavo, de 59 años. Él sabe que la relativa tranquilidad que lo rodea, en comparación con otros sectores del barrio, está extinguiéndose. En la cuadra ya hay dos obras en construcción y un par de propiedades en venta. “El año que viene creo que vamos a estar en el promedio que hay acá, que son tres edificios por cuadra, una cosa espantosa. Va a estallar este barrio. Desde mi terraza yo veía los edificios más altos de Barrancas de Belgrano, hoy es imposible”, cuenta este hombre flaco, alto y canoso, que no aparenta la edad que tiene y conserva un espíritu luminoso que se evidencia como gen familiar.

En un lapso muy corto, Gustavo Spinetta se quedó sin padres y sin hermano mayor. Ahora vive solo en la Casa de Arribeños. Así, con mayúsculas. Un hogar de familia, pagado con una hipoteca a varias décadas desde las épocas del primer peronismo, que hoy debería considerarse como un lugar sagrado para la cultura argentina.

Afuera todavía quedan varios de los vecinos que acompañaron la niñez y la juventud de los hermanos Luis Alberto, Gustavo y Ana. Épocas de calles cortadas para compartir navidades en mesas larguísimas, como asambleas de izquierda. De partidos de fútbol con un arco en cada vereda y con terrenos baldíos ideales para hacer exploraciones infantiles.

Adentro, la calidez que se percibe en la Casa de Arribeños es notable. Aunque ahora esté más solitaria y ya no tenga el mismo ritmo de antes. Después de atravesar una sala improvisada en un living, donde Amel, el grupo de Gustavo, ensaya las canciones de sus dos discos; aparece otra sala, más apretada, con repisas, un hogar y sillones. Allí sobresale una foto enmarcada de Luis Alberto, el último Luis Alberto, canoso, con lentes y algo de barba. Se lo ve sonriendo. Sobre las repisas descansan premios Gardel y Clarín. Estatuillas que Luis no quería conservar en su casa de Villa Urquiza y le acercaba a su mamá para ponerla contenta. Después de que el Flaco falleciera, su madre se sintió devastada y no aguantó mucho tiempo más. Hay tanto amor en esos recuerdos que es imposible no percibirlo.

En la cocina, Gustavo se pone a recordar. No sólo carga el gen familiar en lo físico, en la voz y en lo gestual, sino que también lo porta en la sencillez, en la buena onda y en la predisposición. Se entiende que Luis Alberto era quien era gracias a sus orígenes, que son los mismos que los de su hermano.

A fines de los cincuenta y principios de la década del sesenta, Belgrano era un barrio bajo. “Había una fábrica de tapitas a dos cuadras, había una curtiembre –dice Gustavo. Estaba todo rodeado de fábricas y vos escuchabas a la mañana los pitos, que eran las llamadas de las fábricas para los obreros. El Tiro Federal estaba cerca, todavía está, y ahora lo escuchás más que nunca, porque está todo el mundo tratando de disparar un arma. Ahora escuchás hasta armas a repetición. El bullicio de la cancha de River también se sentía, estamos a siete cuadras. Los partidos se escuchaban acá adentro con todo. Los goles se festejaban como si estuviéramos en la cancha. Los recitales también. Escuché conciertos enteros desde mi terraza (risas).”

Cuando los Spinetta eran niños, “la calle era muy importante, como una extensión de la casa”. Y mucha de la vida social pasaba por ahí afuera. “Luis era como un animador. Arengaba a todos los amigos. Era el centro de atención. Era un poco líder del grupo. Y se armaban fiestas, que las organizaba mi hermana, pero participábamos todos”, cuenta Gustavo, y agrega que además de los padres y los tres hijos, también habitaba la Casa la tía María, “la Yaya”. “Trabajaba en  Odeón Columbia, que era una discográfica, y hacía control de calidad de los discos. Y todas las novedades las traía acá. Tenía otro tío más que hacía lo mismo y hasta mi viejo llegó a hacer ese laburo. Después cambió a la fuerza, porque era delegado peronista y cuando lo rajaron a Perón a él también lo rajaron. Y pasó de ganar muy bien a tener una vida muy ajustada. Todos sufrimos las consecuencias de eso.”

Luis Alberto Spinetta empezó a ser músico a muy temprana edad. “Barro tal vez”, uno de sus más grandes clásicos, fue compuesto cuando tenía quince años. Gustavo cuenta que en su adolescencia, Luis “ya no andaba tanto por la calle”. Parte de esa etapa transcurrió en Barrancas de Belgrano, a pocas cuadras de su casa. Los dos hermanos iban al colegio San Román. “Eran muy estrictos, no era para Luis. Te agarraban de las orejas y te ponían en penitencia en el medio del patio para que todos se burlaran de vos. Una cosa muy tremenda.”

Emilio del Guercio, quien luego se convertiría en el bajista de Almendra, se sentaba junto a Luis en el San Román, vivía en un departamento cerca de las Barrancas, “y Luis andaba todo el tiempo ahí”. “Conoce a Cristina Bustamante, que era hija del portero del edificio de Emilio. Empieza a estar más tiempo. Lo empezamos a perder un poco”, dice Gustavo, entre risas. Cristina fue inmortalizada en dos canciones: “Muchacha (ojos de papel)” y “Blues de Cris”.

Pero la Casa de Arribeños volvería a ser un lugar clave para el curso de la vida de los Spinetta. A fines de la década del sesenta se transformó en la sala de ensayo de Almendra, y luego también funcionó como cuartel general de las bandas posteriores de Luis: Pescado Rabioso e Invisible.

“Nuestro primer disco se creó compartiendo muchas horas juntos, casi día a día, en la casa de mis viejos en la calle Arribeños, tomando mate cocido con galletas. Épocas de malaria. Convivíamos con una cantidad de información, entre la cual estaba la que nosotros mismos generábamos. Mis padres hacían muchos sacrificios para que nosotros pudiéramos llevar adelante nuestro entusiasmo”, contaba Luis, en el fundamental libro Martropía, de Juan Carlos Diez, editado en 2006.

“Ahora hay dos habitaciones, pero antes era una sola que tenía siete metros y medio, por cuatro y medio de ancho y cuatro y medio de alto, con dos ventanales que daban a la calle, sin ningún tipo de acustización”, dice Gustavo. “Ensayaban acá y no podías evitar escuchar y ser parte de lo que pasaba. Pero estaba todo bien. Los vecinos no decían nada. Sólo un loco de la cuadra, que justamente terminó en un loquero, vino un día y amenazó.”

A la hora de hablar del rock barrial, a los periodistas se les pasó por algo un detalle muy importante que Gustavo rescata: “Almendra era una banda de barrio. Pienso que las bandas de los noventa volvieron a rescatar el concepto de ensayar en la casa y empezar desde ahí abajo.”

Ese mismo barrio que, para Gustavo, está presente en la obra de Luis Alberto. “De alguna manera esa vida ha moldeado una forma de pensar. Era un poco más llevadero todo. Más simple y con el corazón un poco más a flor de piel. Era más familiar y esa sencillez está traducida en las letras de Luis. El núcleo familiar era mucho amor y Luis estaba como traduciendo esos lenguajes y te los hacía sentir. Él recibía muy bien esas cosas, esas muestras de cariño y de apoyo que nos daban nuestros viejos, y lo rescataba especialmente. Durante toda su vida él también fue de esa manera. Siempre estaba rescatando un chiste o una cosa que tenía que ver con eso que estábamos viviendo.”

Cuando Almendra comenzaba a trascender más allá de la sala de ensayo, Gustavo tenía catorce años y Luis 18. “Había cosas que mis viejos no me dejaban hacer. Luis me llevaba adonde fuera, creo que no lo molestaba. Yo era muy tranca, muy callado, de observar. Así aprendí muchas cosas de él. Por otro lado, él tenía una personalidad muy magnética, muy atrayente. Siempre hacía algo que te parecía entretenido: nunca era una pelotudez. O estaba haciendo una canción o un dibujo alucinante, o filosofaba, intentaba explicarte algo que estaba pensando. Para mí era magia.”

Luis vivió en la Casa de Arribeños hasta que formó su familia. Hasta entonces pasaron muchas canciones y varias bandas. Incluso Gustavo participó de alguna grabación: con 19 años, fue el baterista de dos temas de Artaud, “Cementerio Club” y “Bajan”. “Vivió por Palermo. Ahí nacieron Dante y Catarina. Siempre alquilaba. Decía que era medio al pedo poner la plata en una propiedad, prefería equipar la banda, comprar instrumentos o lo que necesitara para poder seguir haciendo lo que le gustaba. Después se había mudado a Castelar, a una quinta muy linda y sencilla que tenía un buen espacio verde para que los chicos pudieran crecer. En esa época estaba el estudio Del Cielito y también vivía David Lebón. Había una especie de hermandad que hizo que Luis fuera para ese lado. Otras casas duraron muy poco: en Vicente López y Olivos. Cuando arma (el estudio) La Diosa Salvaje sí compra. En Villa Urquiza vivió muchos años.”

Iberá al 5000 es una cuadra del barrio de Villa Urquiza que posee la misma calma que Arribeños. Casas, edificios de no más de tres pisos. Veredas rotas con baldosas de las de antes. Allí vivió Luis Alberto desde principios de los noventa. Allí instaló La Diosa Salvaje.

Al lado de la casa hay un salón de eventos que está celebrando un cumpleaños infantil. Su propietaria dice que llegó hace un año y no tuvo contacto con el Flaco. En la otra esquina hay una parrilla, al lado, una pizzería. La calle es tan tranquila que apenas se escucha el ruido del grupo electrógeno que está en el salón. Los gatos pasan caminando, hay muchos árboles. Los autos transitan despacio y unos cinco obreros con mamelucos azules y cascos amarillos arreglan parte de la vereda.

De golpe e inesperadamente, Aníbal “La Vieja” Barrios, histórico asistente de Spinetta, pasa caminando despreocupado, revisando su celular. Dice que va al mercado y vuelve para charlar sobre Luis. Mientras tanto, una señora de pelo teñido de rubio pasea su perro negro. Se llama Olga Beatriz, tiene 61 años y hace cuarenta que vive en el barrio. Su casa está sobre la calle Pacheco, a la vuelta. Cuenta que desde su balcón solía ver al Flaco, que en los 25 años que vivió allí nunca dejó de saludar a los vecinos. Olga dice que la barriada quiere cambiar el nombre de la calle Iberá por el de Luis Alberto Spinetta. Cuenta que Luis siempre fue un buen vecino, nada que ver con Alejandro Lerner, que vive cerca y “perdió la humildad”.

Mientras Olga recuerda a Luis, los chicos salen del cumpleaños con globos en una mano y sus padres en la otra. Está anocheciendo. “Yo me casé ahí”, dice Olga, señalando la casa del Flaco. “Era un galpón. El dueño después lo vendió y apareció Spinetta. Al final estaba amarillo, muy amarillo. Lo que habrá sufrido. Pero nunca dejó de saludar. Ahora está su hijo (Valentino). Nosotros le decimos que no se mande ninguna, que cuide el nombre porque su papá era un señor.”

Gustavo confirma que Valentino está a cargo de La Diosa Salvaje. “Aníbal Barrios, que vive a la vuelta, Dante, Cata, Vera; todos ayudaron a ponerlo a punto (al estudio). Se hizo todo a cero. Se arreglaron algunos aparatos que estaban un poco olvidados y actualmente está funcionando. Eso era lo que quería Luis. Va a funcionar como estudio, se va a alquilar. Obviamente tienen prioridad Dante, Valen, y yo también estoy en lista (risas)”.

En la esquina de la casa hay una panadería pequeña, propiedad de Daniel Ponce, un cordobés de 55 años que pasó a la eternidad gracias a su amistad con Luis, que lo bautizó Bill Evans. Tiene una sonrisa amable, está vestido con una remera blanca y un jogging negro y cuenta que trabaja solo y amasa a mano.

“La amistad que yo tuve con él no es porque yo lo busqué, sino que él vino. A mí me daba cosa acercarme. Yo pensaba ‘es Luis, no me va a dar bolilla’, pero todo lo contrario. Era una persona sencilla, común, como cualquier otra. Se sentaba ahí afuera tranquilo, en shortcito, en el umbral de la puerta. Estaba ahí un rato largo. La gente lo saludaba, los chicos venían, le tocaban la puerta para pedirle un autógrafo y si él estaba desocupado los atendía”, recuerda Daniel, que tiene un cuadro de Spinetta autografiado con la famosa dedicatoria para “el Bill Evans de los panaderos”.

“Para nosotros era ir a comprar a lo de Bill Evans”, dice Gustavo. “Venía Luis acá (a Arribeños) y traía ‘una pastafrola hecha por Bill Evans’, o las facturas. Le encantaban los churros. Tenía pasión por los churros a la mañana. Ese era el trato de Luis con el barrio. Y todo el mundo se quedaba dos segundos con él en la puerta. Todo el mundo que pasaba lo saludaba. Era un vecino más.”

“La anécdota más linda que tengo es cuando se iba de gira para el Norte. Cargaron todo, hizo parar el micro acá, salió, me saludó y me dijo ‘Bill, no nos vamos a ver por unos días, me voy al Norte a tocar’. Por ahí yo estaba los domingos afuera, limpiando el auto, y salía él atrás y me contaba cosas”, dice Daniel, antes de mostrar dos fotos que se sacaron juntos y que aún no hizo enmarcar.

Aníbal vuelve del mercado y agita el brazo, invita un café en la parrilla de la esquina. Mientras charla, no para de saludar a los vecinos que pasan caminando. La Vieja fue el asistente infaltable del Flaco desde 1975 hasta 2012. Un tipo ordenado, meticuloso y previsor. Hijo de un maestro mayor de obras. Llegaba media hora antes que todos para tener las cosas siempre bajo control. En febrero de 2007 se estaba yendo de vacaciones a Mendoza, cuando Luis Alberto lo interceptó:
- Te quiero decir algo, pero yo me voy a arreglar solo: me invitó Cerati para tocar. Dejame un cable largo, la guitarra y listo.
- ¿Seguro? Mirá que me quedo y te ayudo.
- No, andá.

"Llegué a Mendoza, nos vamos a la montaña y suena el teléfono de mi mujer, yo no usaba. Era Luis".
- Le quiero regalar un pedal a Cerati, ¿vos tenés idea dónde está?
“Entonces le digo: 'Te vas hasta tal lado y arriba vas a abrir y vas a encontrar el pedal que querés'. Me llama a los cinco minutos y me dice 'sos un dios, abrí y estaba ahí. Perdoná por la molestia'. 'No, pero…', 'no, perdoná, no tiene nada que ver', 'pero no rompás las bolas, Luis, no es molestia'. Yo estaba a 1200 kilómetros y no es que le dije 'llamame en diez, a ver…', no. En mi casa soy así. Tengo todas las credenciales por orden. Así con la ropa también.”

A Aníbal no le gusta hablar mucho sobre Luis, prefiere guardar sus experiencias, atesorarlas internamente. Con todo, cuenta: “Tocaba el timbre y él sabía que era yo, por la forma de tocar. Vos podés venir todos los días a mi casa y yo voy a salir a ver quién es. Pero yo sabía cuando era él”. Dice también que el Flaco siempre estaba de buen humor. “Venía, saludaba. Los últimos años ensayaba en un estudio que se llamaba MCL y saludaba desde que entraba hasta que se metía en su sala. Y cuando hacíamos el break, había otros artistas, bandas no conocidas, y él iba y saludaba a todos”.

Todavía hoy, a Gustavo le parece llamativo que en los últimos años Spinetta haya participado en muchas grabaciones como invitado. “Estaba entregado a eso, le encantaba. Y eso se junta con lo de las Bandas Eternas, que era como darse un tiempo para hacer esas cosas que no las iba a hacer nunca. Todo termina en un desenlace espantoso, pero fue llamativo, da que pensar. Hay una conexión ahí, evidente, que él se haya abierto a grabar. Es más, ofreció el estudio a medio mundo. Iban, pagaban si había algún tipo de asistencia, pero después él no cobraba por el uso del estudio. Siguen apareciendo cosas que yo ni sabía que había hecho. Una fiebre laboral, una necesidad de volcar y volcar cosas”, cuenta.

“En ésa época me parecía bárbaro que lo hiciera -sigue. Fue un cambio. En un momento le escuché decir que tal vez al día de hoy hubiera tomado otras decisiones respecto a su carrera. Yo no sé bien a qué se refería, me imagino que a esto, a participar más, a reservarse menos.”

Spinetta y las Bandas Eternas, el show que realizó el Flaco el 4 de diciembre de 2009, en el estadio de Vélez Sarsfield, fue el punto máximo de ese cambio de actitud. De golpe, el tipo que había proclamado durante cuarenta años que mañana era mejor, aceptaba revisar su pasado musical, reuniendo a todas las bandas que había integrado, y repasando material solista, además de homenajear desinteresadamente a sus pares y colegas. Para Gustavo, “fue increíble”.

“Fue una idea muy feliz, a mí me hizo muy feliz. Para Luis fueron días agotadores y ya no estaba muy bien, ya venía con algunas molestias que pensaban que eran propias del oficio. Como que le doliera un hombro justo por donde le pasaba la correa. Todo te indica que por ahí tenés una contractura, no le das bolilla. Fue como que Luis tuvo que enfrentar un desafío muy grande. Y era maravilloso estar en esos ensayos previos. Yo toqué aquella vez con Luis, grabé eso (en Artaud) y nunca más. Fue un peso muy grande para mí que él me llamara para tocar en Vélez”, recuerda Gustavo. Y sigue: “Generalmente, él me pasaba a buscar acá para ir al ensayo. Así que yo entraba con él y empezaban a desfilar todos. Yo tuve la oportunidad de ver muchos ensayos. Incluso temas que no se hicieron, de Invisible. Para mí fue revivir los ensayos que se hacían en esta casa. Me sentaba a escuchar, pendiente de las cosas que pasaban. Rememorar, ver esos ensayos para Vélez, me sentí…”, dice Gustavo y no puede continuar porque la emoción le gana. Se disculpa y sale un rato de la cocina. Cuando vuelve ofrece té con tostadas y miel.

Aníbal recuerda a Luis de la misma manera que todos los que lo conocieron en la intimidad: como alguien sencillo, ubicado y atento a los detalles que hacían sentir bien a los demás. “El tipo salía con un pulóver que le faltaba la manga. Nos sentábamos acá en la vereda, en pleno verano, nos tomábamos una Coca Cola, jugábamos siete horas al ping pong. Te invitaba a cenar, te hacía una comida.”

Esa sencillez que tenía Spinetta para vivir en el barrio como uno más le jugó una mala pasada en diciembre de 2011, cuando el fotógrafo de la revista Caras, León Szajman, lo fotografió flaco y ya muy enfermo, en la puerta de su casa, pocos días después de que el Flaco se viera obligado a reconocer públicamente que padecía de cáncer de pulmón. “Yo estaba acá parado y lo estaba mirando (a Luis) y veo un fotógrafo que se acerca en un taxi, le saca las fotos y sale a los pedos. Fue todo en un segundo”, cuenta Bill. Gustavo dice que ese episodio “fue una cosa muy horrible”. “No se escondía de nadie, Luis. Nunca necesitó esconderse. Detesto al tipo que hizo eso, lo detesto profundamente. Seguramente engañó a alguien. No descarto la posibilidad de que se haya servido de alguien que él condujo para poder hacerle la guardia a Luis.”

“Al otro día de la foto vino, lo vi dos o tres veces más en la misma semana y ya no lo vi más. Estaba muy amarillento. El último recuerdo que tengo es cuando me mandó una botella de vino y después se enfermó. El ya venía mal del hombro, le dolía. Pero después de las fiestas se hizo peor. Acá siempre fue buena onda, no sé cómo era cuando estaba solo. Él venía de shortcito, saludaba a la gente, como si nada. Cuando murió, en el barrio se sintió mucho. Pero el desenlace se veía venir”, cuenta Bill, y reconoce que tuvo que investigar sobre Bill Evans para darse cuenta de la magnitud del elogio que le había regalado Spinetta.´


Luis Alberto Spinetta falleció el 8 de febrero de 2012, rodeado de sus familiares, en su casa de Villa Urquiza. Esa noche, muchas ciudades del país recibieron tormentas furiosas y las radios decidieron, por fin, emitir sus canciones. Pocos días después, sus hijos dieron a conocer el lugar donde arrojaron las cenizas, en Costanera Norte, cerca de Arribeños. Allí colocaron una placa que lo recuerda.

El legado musical de Luis todavía espera, al menos, una edición más de canciones inéditas. Se sabe que hay siete temas grabados y mezclados, listos para publicarse. Forman parte del proyecto que Spinetta compartió con Rodolfo Garcia y Daniel Ferrón. “Una vez, en un parate, me preguntan '¿cómo lo llamarías al trío?', 'Los Amigos', contesto. 'Entonces, a partir de hoy somos Los Amigos'”, cuenta La Vieja.

Para Gustavo, “Luis nunca dependió de la decisión de otro, siempre tuvo sus decisiones tomadas. Eran todas certezas, ya tenía todo muy definido. Y lo que él pensaba era muy difícil que se lo pudieras revertir”. La Vieja agrega que Spinetta “era un tipo que hacía lo que tenía que hacer por su lado y respetaba a sus músicos, les daba el espacio que se merecía. Estaba siempre en todo. En el sonido, en luces, en show, tenía que ser el mejor”.

Al finalizar la charla en Arribeños, Gustavo saluda y regala el primer disco de Amel. Antes de terminar la nota en la panadería, Bill obsequia media docena de las medialunas “quemaditas” que le gustaban al Flaco. La Vieja, en la parrilla de la esquina, ofrece más café y se muestra abierto como pocas veces ante la prensa. Todos representan muy bien el espíritu de Luis. Hablar con ellos es un poco hablar con él.


Nota publicada en el número 17 de la revista Rock Salta, de octubre - noviembre de 2013.

No te vayas, gorda

$
0
0

5, el disco que Vicentico sacó el año pasado, resume la relación ideal que buscamos como adultos solteros cagados a palos. Hasta el sonido remite a cierta madurez. La producción de Cachorro López es pop para divertirse en serio. La clave está en el bajo limpio y profundo, en el aire que hay entre las guitarras y en la capacidad de encontrar un perfil FM imperecedero que no va a envejecer mal porque tiene el buen gusto de lo que persiste en melodías que cierran siempre. Simple, sin exceso de rebusques estilísticos de época que después parecerán caprichos momentáneos, como pasaba con algunas canciones de Los Abuelos de la Nada. En “Rehenes” o “Carnaval de Brasil”, temas de Andrés Calamaro que Cachorro también se puso al hombro, se escucha la misma condición indestructible.

La falta de prejuicio para escuchar a Vicentico haciendo covers de Xuxa y Roberto Carlos también forma parte de esa madurez necesaria para disfrutar de este disco. Se puede tener 17 años y cantar “Creo que me enamoré” o “Soldado de dios”, pero puede ser peligroso. A esa edad es preferible ser fan de Dos Minutos, Los Redondos, Los Cadillacs o The Clash. A los 17 no se necesita a una mujer, hacen falta amigos.

¿Qué será lo que lleva a pensar que lo mejor sólo puede ser alguien que te acompañe en una noche de charlas, vasos y besos en la barra de un bar? ¿Será sabiduría romántica? Vicentico y Valeria Bertucelli transmiten eso cuando cantan juntos en “Esto de quererte” y en "No te apartes de mí". Amor puro y sincero. Sincero no por revelar el enamoramiento, sino por decir “pasé por muchas situaciones, conocí a muchas personas”. Sé lo que quiero y lo quiero ya, porque cada día que pasa me vuelvo más viejo, más descreído, más mediocre.

Después de escuchar 5, queremos ser Vicentico. Queremos tener tatuado en la mano el nombre de la mujer que nos gusta, porque eso habla de una relación consolidada, estable y perfecta. Queremos tener ese anillo en el anular izquierdo. Queremos cantar con ella. Queremos emborracharnos a su lado. Queremos verla tambalear del pedo y que aún ebria confíe en nosotros cuando le digamos que tenemos que ir para el lado opuesto al que ella cree. Queremos escucharla y que nos escuche. Cocinar para ella y que ella cocine para nosotros. Que nos espere. Que nos muestre cosas que no conocemos. Queremos acariciarla. Recibir sus mensajes de texto. Que tuitee y nos mencione. Que suba a Instagram una foto y anuncie que estamos haciendo algo juntos. Caminar hablando sin darnos cuenta de la distancia ni el tiempo.

“Siempre me sentí fuerte entre tus brazos”, canta Vicentico en “Sólo hay un ganador”, una versión de Pimpinela, otra demostración de que todo le chupa un huevo porque sabe lo que quiere, se conoce. Después de los 30 años también sabemos lo que queremos y cómo funcionamos. Ya sabemos que no existimos sin mujeres que nos movilicen y nos den ganas de levantarnos todas las mañanas y ser los mejores en todo lo que hacemos. Nos sentimos fuertes en los brazos de ellas. Es un círculo. Son la salida y la llegada. Si somos mejores que el resto vamos a ser los mejores para ellas también, pensamos. Y así nos van a amar para siempre, creemos. O por lo menos habrá más posibilidades, concluimos. Ya aprendimos que las minitas aman los payasos y la pasta de campeón: hacerlas reír y mostrarnos seguros, ir para adelante. No hay que dejar pasar la motivación que trae un posible amor verdadero.

A esa posibilidad la vemos en pocas minas. Las diferenciamos del levante casual por un elemento clave que no es de ellas, sino nuestro: el miedo que nos da el amor. Dudamos a la hora de encararlas porque así ponemos en riesgo hasta las ilusiones. Pensamos que es preferible vivir fantaseando antes que tirarnos a la pileta y confirmar que lo que anhelábamos no va a ser ni a palos. Esas mujeres temibles son las que poseen el don de mejorar a quienes las sueñan.

Sin ellas vamos a estar en la cama por horas y horas, vamos a llegar tarde a todos lados y a seguir buscando escapatoria. Las imaginamos cuando no las tenemos. Y cuando encontramos a una que más o menos reúne las condiciones, nos arrodillamos como el Tata Brown en la final del 86. Miramos al cielo y elevamos los brazos, agradeciendo y festejando. Pero sabemos que todavía hay que seguir jugando. Que los alemanes siempre estarán ahí para cabecear dos veces en el área y mandarla a guardar. Y si eso pasa nos vamos a quedar como Vicentico en “Carta a un joven poeta”, diciendo “ya sabés que yo guardo tu lugar cuando quieras regresar”. Pero será en vano, porque también aprendimos a reconocer que cuando deciden irse, ya no volverán.

“Dame la mano y no me sueltes”, canta Vicentico. Eso le queremos pedir a la que todavía no apareció. Y es lo que le decimos todo el tiempo a la que ya llegó. Se lo decimos en cada mirada, en cada silencio que hacemos para escucharla, en cada detalle que tenemos en cuenta para ponerla contenta.

Le decimos: no te vayas nunca.

No te vayas.

No te vayas.

No te vayas.

No te vayas.


Por favor, no te vayas.

La música de todos

$
0
0
(Foto: Facebook Babasonicos)

Como si fuera un chute heroinómano, escuchar música en mp3 tiene algo de ritual adictivo imparable. Todos los días nos destrozamos los tímpanos con la música al palo. Lo sabemos, pero no podemos dejar de hacerlo. El celular es la extensión del brazo, que espera impaciente el impacto, clavar la aguja en el lugar correcto, enchufar los auriculares de manera precisa. Una penetración seca y contundente, que excita porque significa que el momento del goce está a punto de llegar. El cable rodea y atrapa. Después play y si es random mejor, para también sorprendernos.

Y si esta canción fuera narcótica no acabaría, sería la música de todos. Eso canta Adrián Dárgelos en “Los burócratas del amor”, una de las piezas más pegadizas de Romantisísmico, el nuevo disco de Babasonicos. El grupo volvió a entregar una serie de temas irresistibles, imposibles de despegar de los oídos, del karaoke improvisado. Opciones > Repetir lista completa. No acaba, es la música de todos. Esto es droga.

Pero la lógica adictiva de Romantisísmico se rompe en ciertos momentos. No todos se sienten conmovidos y atrapados por las canciones del disco. Es el caso de la mayoría de los que pululan esta noche de fines de septiembre por el VIP de la Plaza de la Música, antes conocida como la Vieja Usina de la ciudad de Córdoba. Por el elegante sector desfilan mozos con bandejas repletas de empanadas y cazuelas. Sirven vino, gaseosas y champagne. Por algún motivo, muchos de los very important no prestan atención a lo que ocurre a veinte metros de allí, en el escenario, donde los Babasonicos despliegan su carisma y presentan oficialmente el álbum. Directamente les dan la espalda a los músicos. Los cuellos de las chombas de colores pastel forman mini trincheras que cubren a sus propietarios y los eximen de la obligación de presenciar un recital desde esa supuesta ubicación privilegiada.

Por los mismos lugares transitan ellas, las infaltables musas pop de todo recital sónico. Caminan soberbias, conocedoras de su atractivo. Ellas, al menos, reaccionan con los clásicos de la banda y los temas nuevos más pegadizos. Durante las canciones menos reconocidas (para ellas, claro), como “Patinador sagrado”, “Malón” y “Desfachatados”, las chicas se distraen y piden más champagne.

Sólo un par de horas antes, en esos sillones de terciopelo negro en los que ahora se sientan los chicos de chomba junto a las muchachas de calzas engomadas, estuvieron los ahora ignorados Babasonicos, tomándose su tiempo para explicar las razones que los llevaron a crear uno de los mejores discos del rock argentino 2013.

Romantisísmico apareció simultáneamente en 17 países y marca el regreso del grupo a las filas de Sony Music, que supo cobijarlos durante la década del noventa, cuando Babasonicos era una banda alternativa que se alimentaba del tacho de basura de la cultura y aún no se había convertido en esta máquina elegante que sintoniza perfecto con el sonido actual del mundo del pop. En poco más de cuarenta minutos, el nuevo álbum no redefine ningún parámetro que no haya sido establecido de antemano. Es Babasonicos puro. Refinamiento y desfachatez por partes iguales en doce canciones que se adelantan sin pudor en la fila de los hits futuros que inundarán las radios en poco tiempo.

El primer golpe fue “La lanza”, la canción que abre el disco. El tema le disputa a “Get Lucky” el puesto de pieza musical más pegadiza del año. Pero las lanzas sólo son adelantos de lo que viene por detrás. Con Romantisísmico, Babasonicos tiene una colección de redes musicales que pueden llegar a atrapar a todos los escuchas. Ahí están “Los burócratas…” con su frase inolvidable: “uno de los dos tiene que hacer de ama de casa”. O “Runrun”, donde Dárgelos admite sus errores y propone enmendarlos, nada más. “Negritas”, “Aduana de palabras” y “El baile de Odín” (presentado en julio en el estadio Malvinas Argentinas) completan una primera mitad demoledora.

La segunda parte del disco arranca con “Uso”, otra canción que mantiene la veta hitera, con melodías, coros y estribillos entradores. Recién en “Humo”, la mini suite dulce fuerte grave con la que comenzó el show en Córdoba, Babasonicos se permite experimentar, sin perder nunca el rumbo fijado desde hace tiempo. Las guitarras acústicas de “Casi” respiran a fondo con tanto aire, mientras que los primeros momentos de “Paisano” linkean directo con “El ídolo”, el homenaje al fallecido bajista Gabo Manelli que finalizaba Mucho. “Celofán” cierra Romantisísmico con un Dárgelos flotante que le pide por favor al chofer que lo deje bajar de una vez.

Una disposición a la vieja usanza, con los hits adelante y los temas “raros” al final. El Indio Solari alguna vez declaró que así es como le gusta colocar las canciones de sus discos. Los Babasonicos no se hacen cargo de la idea cuando la escuchan y chicanean al cantante ricotero asegurando que después de verlo en Mendoza, juraban que tenía 68 años, en lugar de los 64 que posee realmente.

La manera en la que toda la banda negó tener la capacidad para reconocer un posible hit cuando lo tienen entre manos fue una señal de algo que se habla seguido sobre Babasonicos: se toman muy en serio por momentos y venden una teoría del arte un tanto elevada al extremo que a veces se choca de frente con las chicas que toman champagne en el VIP y recién estallan cuando suena “Putita”.

Romantisísmico es un disco clásico de Babasonicos que se alimenta de las producciones de sus primeros años y lleva la marca inconfundible de la etapa post Jessico. “La esencia perdura. No podemos dejar de ser lo que somos. Cierto tenor dramático de las canciones, el espíritu épico de una banda que ha creado una dinámica y sobre eso puede investigar y bucear. Igual, siempre nos proponemos cambiar, lo que pasa es que es imposible amanecer distinto”, reconoce Dárgelos en uno de los sillones del VIP, cuando todo aún está por suceder.

A pesar de esa aparente resignación a mantenerse en el camino conocido, los Babasonicos creen firmemente que Romantisísmico es un álbum novedoso en su carrera. Aseguran que es un disco que no se agota en pocas escuchas y que debe ser descubierto paulatinamente. Dárgelos, vanidoso y con la seguridad que le da saber que tiene razón, destaca su voz. Informa que no fue alterada en ningún momento durante el proceso de grabación. En el disco, el cantante de 44 años consigue momentos de extrema belleza, que transportan las canciones varios pasos adelante.

Desde el punto de vista grupal, Romantisísmico es un disco más sólido que A propósito, su antecesor. La muerte de Gabo, en 2008, provocó un sismo interno que afectó el método de trabajo y composición de la banda. Para Dárgelos, A propósito “es un disco un poco más oscuro”, que el actual. “Nosotros nos esforzamos mas a través del luto de la perdida –explica, refiriéndose al álbum del 2011. Y como tenemos otra forma de banda que nunca habíamos experimentado, la banda es distinta y soporta las canciones. Es más como un disco de autores. En este disco las composiciones son más repartidas, es más caótica la repartición autoral. Entonces los temas surgen más en el ensayo, tiene otra cosa. Por suerte es distinto, por suerte todos los discos son distintos.”

El guitarrista Mariano Roger duda sobre los términos de transición: “Cuando yo digo eso me pregunto si está bien, porque es un disco de transición, pero no la obra. La banda estaba en una transición. El disco está a la altura de todos, porque pareciera que 'transición' es un disco raro o diferente. Me parece que la banda estaba sufriendo una transición hasta llegar adonde está ahora.”

Las canciones de Romantisísmico responden a una búsqueda que para Dárgelos partió “de un fluir en medio del tedio insoportable de prueba y error” que es el ensayo. Ese fluir lleva a encontrar lo nuevo. “Lo nuevo es lo que te cambia mínimamente a vos, lo que te da una sonrisa, y decís 'qué lindo estar tocando esto que nunca lo habíamos tocado en estos veintipico de años'.”

En el escenario de la Plaza de la Música, Adrián Dárgelos se muestra como lo que siempre fue: un sex symbol inexplicable. El Turco García del rock argentino. El que no la hubiese puesto nunca sin ayuda de su oficio. Más feo que pegarle a la madre, pero con atractivo intelectual, actitud, soltura y, especialmente, talento. Un tipo capaz de escribir letras que hablan de lo mismo que cualquier cumbia berreta, pero con la elegancia suficiente como para conmover. La suma de todos esos elementos atrapa a las niñas, que siempre son mayoría en los conciertos sónicos, y aúllan su encantamiento ante cada gesto del cantante.

Los que aúllan también son los fans de distintas épocas de la banda, que festejan según las canciones que vayan apareciendo. Pocos grupos del rock argentino deben tener seguidores tan inclinados por una sola etapa de la discografía. En Babasonicos conviven los hipsters noventosos que aclaman Trance Zomba y demás álbumes de esos años. Y también están los que aman el apogeo pop cancionero de Jessico, Infame y Anoche. Babasonicos, en algún punto, es lo más parecido al peronismo que entregó el rock argentino.

Para Mariano, “los fans de la música se pusieron muy barrabravas”. “Son barrabravas de Babasonica. Después escuchan 'Runrun' y dicen 'uh, hijos de puta'. Entonces vienen los barrabravas de Jessico y dicen 'eh, qué bueno, es como Jessico ', pero no. Yo no me rijo por las hinchadas. Está todo bien, hay que aceptar todo. Odio la segmentación del público, o que esperan que hagan el disco que se parezca al que más le gustó a ellos.”

El guitarrista cree que “el fan es una cosa muy difícil de satisfacer, porque el fan que añora un disco, añora otra cosa, casi que añora su juventud”. “Yo no vine acá a devolverle su juventud tocándole un tema de hace diez años, estoy haciendo otra cosa. Tengo un disco nuevo, no estamos al servicio de la nostalgia. Y lo que pasó ya pasó. Hay que evolucionar.”

Pero la evolución del fan no parece estar tan cerca. Cuando el grupo actuó en el estadio Malvinas Argentinas, en julio, desempolvó “D-generación”, su primer clásico. Inmediatamente, la web se llenó de referencias al hecho, como si se tratara de un día histórico. Quizás lo era. “Yo vi a Babasonicos haciendo D-generación” era casi un hashtag dominante durante esa noche de sábado invernal.

Romantisísmico se destaca también por las guitarras, que en este caso ocupan menos espacios, se permiten silencios y transforman esa libertad sin apretujones en colores más claros en cada canción. En un camino más directo que ayuda a que el disco sea tan pegadizo.

“Tal vez yo me callo un poco –piensa Roger, respecto a las guitarras del disco. Con el ingreso de Carca, yo tomé la responsabilidad de callarme un poco, y como que los instrumentos tengan su parte. Que no haya tanta bola de sonido y que todos suenen a la vez. Me preocupé de sacar cosas en la mezcla. Estamos acostumbrados a grabar mucha guitarra, mucho teclado. Tratamos de que sea más sintético. Tal vez por eso hay más aire, tal vez las cosas entran y salen.”

Después de repasar la mayoría de los temas de Romantisísmico en el escenario de la Plaza de la Música, para unos tres mil fanáticos cordobeses; Babasonicos deja instalada una nueva duda dentro del rock argentino: hasta cuándo serán capaces de editar discos elegantes, originales dentro de su previsibilidad, plagados de hits.

Y finalmente, la duda después de más de dos décadas de carrera, es pensar de qué se va a alimentar el grupo para poder seguir editando esos discos. Dargelos no tiene ninguna incertidumbre. Dice que se van a nutrir de todo lo que puedan. Básicamente porque Babasonicos sigue teniendo hambre de canciones narcóticas que no acaban nunca.


Nota publicada en el número 17 de la revista Rock Salta, de octubre de 2013.

¿Qué se puede hacer?

$
0
0
(Clic para agrandar)

En 1977, mientras la dictadura de Videla, Massera y Agosti hundía al país en los años más oscuros de su historia y el aparato represor combatía a todas las expresiones que atentaban contra la “moral occidental y cristiana”, Charly García editaba uno de los discos más politizados de su carrera.

Acostumbrado a camuflar sus letras desde la época de Sui Géneris, García grabó Películas, el segundo álbum de La Máquina de Hacer Pájaros. En él, las letras reflejaban claramente la época, mostrando una Buenos Aires siniestra y atemorizante (“Esto no es un juego, loco, estamos atrapados”), que perseguía a sus habitantes desde todos sus frentes (“Déjenme en paz, no quiero más, no hay esperanzas en la ciudad”) y que invitaba a manejarse con cuidado y sin ser notado (“La paranoia es quizás nuestro peor enemigo”, “¿Qué se puede hacer, salvo ver películas?”).

Charly también dejaba la puerta abierta para la esperanza de un futuro mejor, quizás influenciado por el “mañana es mejor” de Spinetta (“No te dejes desanimar, no te dejes matar. Quedan tantas mañanas por andar”).

La presentación de ese disco fue en junio, en un Luna Park repleto que presenció una de las últimas actuaciones importantes del grupo, que completaban Gustavo Bazterrica (guitarra), Oscar Moro (batería), Carlos Cutaia (teclados) y José Luis Fernández (bajo).

El afiche de promoción de ese show, publicado en el número 86 de la mítica revista Pelo, en mayo de ese año; muestra al grupo casi absorto en esa postura de inacción e impotencia: aparecían quietos, agazapados, mientras eran vigilados de cerca.
Viewing all 227 articles
Browse latest View live