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Pez: "El Rock es una mentira"

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(Ya sé que Pepo no está más, pero esta nota fue realizada unas semanas antes de su partida del grupo. La foto es de Martín Santoro) 

Nota que le da contexto (?): ¡Salvando viejas deudas! Esta entrevista de 2012 a Pez fue publicada en el número 10 de la revista Rock Salta, de junio-julio de 2012. Para la vieja guardia de Frases Rockeras es casi una reivindicación; porque allá por 2007 me comuniqué con la gente que manejaba la prensa del grupo para obtener una nota con Ariel Minimal. La respuesta fue positiva, pero un tanto rara si la vemos desde estos días en los que Minimal se la pasa puteándose con todos por Facebook. La encargada de prensa me pidió que le mande las preguntas por mail para que ella pudiera hacérselas a Ariel, transcribir las respuestas y enviármelas. Para compartir mi alegría utilicé una maniobra muy pelotuda: le comuniqué la noticia a los lectores del blog y les pedí preguntas para hacerle a Minimal una especie de entrevista comunitaria que nunca salió, porque la muchacha en cuestión colgó como las mejores y jamás habló con él. 
Ahora, seis (!) años tarde, por fin, aparece la entrevista a Minimal en Frases Rockeras. No, no le hice ninguna de las preguntas que me mandaron porque me sobran huevos (?).  

Son las once y media de la noche del sábado 19 de mayo de 2012 y un grupo uniforme de 15 adolescentes y veinteañeros está sentado en la vereda, esperando que el boliche de sus amores abra las puertas y les permita bailar, escuchar y disfrutar la música que a ellos los conmueve. La disco de puro rock argentino es un pequeño furor en la San Martín al 1100 de la capital tucumana. A pocos metros, en la misma cuadra, los Pez (el cantante y guitarrista Ariel Minimal; el bajista Fósforo García, el baterista Franco Salvador y el tecladista Pepo Limeres) están parados afuera del Robert Nesta Club, el local en el que dentro de pocos minutos presentarán Volviendo a las cavernas, su último disco, después de una ausencia de seis años en la provincia.
La imagen de los jóvenes “amantes del rock argentino” que esperan para entrar y escuchar los remixes de un DJ, sin notar que en la misma cuadra está a punto de tocar en vivo una de las mejores bandas de los últimos 15 años resulta una alegoría perfecta del camino que Pez transitó desde su formación, a finales de 1993. Una carrera marcada por estar siempre al margen del mainstream, en la vereda opuesta de los tiempos  y los canales de difusión que marca la industria.
La entrevista había comenzado de manera virtual, unos días antes de la vuelta de la banda al NOA (también tocaron en Santiago del Estero, el viernes 11). Vía mail, Minimal explicaba que las dificultades que Pez siempre sufrió para poder salir a tocar por todo el país se debían a su condición de banda independiente. Contaba que desde 2006 ningún productor de la zona se comunicó con ellos. “Al no sonar en las radios ni estar en la tele se hace difícil mover una banda como Pez. Esto es algo que queremos revertir, por eso en este momento estamos más dedicados a tocar en vivo que a grabar. De todos modos, Pez es una banda que estuvo tocando siempre, desde hace 19 años”, declaraba. En el mismo mail, Minimal respondía sobre la posible fórmula para renovar al rock argentino actual: “Puede ser que el truco esté en dejar de escuchar radios pedorras, dejar de leer revistas berretas y salir a ver bandas nuevas, ¡que por suerte siempre hay!”.
Por esos caminos transita el diálogo tucumano, esta vez cara a cara, y con la participación de Fósforo. Pepo se limita a escuchar y no participa de la charla. Franco directamente no está.
 - Hablando de por qué le cuesta tanto salir a Pez, vos decías que era porque nadie los llamaba. Y agregaste que están parando un poco para tocar y salir un poco más.
- Minimal: Sí, no sé si tiene relación una cosa con la otra, pero se dio que este año no vamos a sacar disco nuevo y que estamos saliendo a tocar un poco más por el interior, que nos gusta mucho.
- El querer salir siempre está, el tema es cómo llegar.
- M: Desde siempre, lo que pasa es que nunca supimos cómo hacerlo.
Sergio Ch, de Los Natas, decía que en Argentina estamos 20 años atrasados, y que tendríamos que tener redes federales.
- M: Exactamente: de bandas, de lugares, de sellos discográficos independientes. De un montón de cosas. Estamos desconectados y en todos lados pasan cosas. Pero yo qué sé: supongo que de a poco se irá armando.
- En una entrevista reciente resaltaste la utilidad del Facebook.
- M: Y… comunicación directa entre personas, eso es importante. Puenteás un montón de cosas.
- Bueno, Internet en realidad.
- M: Sí, lo que pasa es que el Facebook es una red social con mucha gente adentro entonces es útil de por sí.
- ¿Se traduce la ayuda de Internet en la popularidad de la banda, en su crecimiento?
- M: No, la verdad no te puedo hacer un análisis, no sé. Yo lo que veo es que a cada lugar que vamos hay pibes, que todos escuchamos la misma música, nos vestimos parecidos, fumamos porros, no sé… como que existe la movida en todo el país. Sólo que hay que conectarse. Lo que decía Sergio, es eso: estamos atrasados en cuanto al armado de una plataforma independiente que no sea la de los grandes festivales y de los grandes medios. Como ya te digo: en todos los lugares existe, sólo que no estamos interconectados.
- Lo de los festivales y los medios es algo que también influye. Uno sabe qué bandas tocan aunque no veas la grilla.  
- M: Claro (se ríe), las bandas se saben cuáles son porque son siempre las mismas. Son gustos, existe todo y está buenísimo que exista eso. Hay público para todo, además. Hay gente que le gusta ir a esos megafestivales, no importa quién toque. Va al festival de Quilmes, por ejemplo, a un estadio.
- Fósforo: En una de esas es su idea del rock.
- M: Claro, piensan que el rock es eso: lo que sale en la Rock & Pop, lo que te vende (MarioPergolini y lo que sale en la Rolling Stone. Hay gente que piensa que eso es el rock, nada más. Pero hay espacio para todo.
- Pero está la famosa cuestión de decir que si Pez o alguna otra banda saliera en esos medios o tocara en esos festivales, se renovaría la escena y cambiaría la historia.
- M: Eventualmente salimos todos en todos lados, pero (se calla, duda) no sé, la verdad… yo estoy en el lugar donde quiero estar. No me interesa…
- No te interesa tocar de telonero de AC/DC.
- M: Quizás sí está bueno. A mí me gusta AC/DC, estaría bueno tocar de telonero de AC/DC. Ahora, si mi idea de mi carrera es tocar de telonero de AC/DC, estoy en el horno. Lo mismo, si vos me decís que me llama Rolling Stone y me dice “Che, hacemos la tapa con Pez”, está bueno. Pero ahora, ¿estoy soñando, deseando, por las noches sueño que salgo en la tapa de Rolling Stone? No, me chupa un huevo. ¿Entendés? Me pasa eso a todo nivel. No es una cuestión “ellos y nosotros”. Nosotros somos unos infiltrados, nosotros tocamos en todos esos festivales. Ahora hace rato que no nos llaman, pero hemos tocado en el Quilmes, en el Pepsi, en Cosquín, en todos lados. No estamos en contra de eso, salvo que nosotros nos movemos por otro lado. Eventualmente nos movemos por los mismos lugares que ellos, a veces. En Capital tocamos en los mismos lugares donde tocan las bandas que tocan en los festivales. Pero, no sé, para nosotros son todos escenarios. No hay un escenario malo para nosotros.
- ¿Y creen que la gran cantidad de géneros que abordan les juega en contra en ese sentido?
- F (piensa un ratito): No tengo idea. No nos importa tampoco, pero no tengo idea, no creo que pase por ahí.
- M: No analizamos mucho lo que pasa con nosotros. Nosotros hacemos.
- Claro, es que uno ve que hay un montón de bandas buenas que no tienen tanto espacio.
- M: Lo que pasa es que en los festivales tocan las bandas de los sellos, los sellos meten a sus bandas. Es toda una cosa muy institucional de la que nosotros estamos afuera. Entonces, a veces, de casualidad, entramos en algún lado, pero por lo general estamos afuera. Ahora, el martes, vamos a tocar en la Rock &  Pop, en Buenos Aires, un show de 45 minutos en la Trasnoche de R&P. Y a la vez, no nos pasan nunca. Hace 20 años que no nos pasan nunca. No es que sonamos en la R&P. Porque nunca nosotros tampoco pagamos como banda o como sello discográfico para sonar en la R&P. Estamos afuera, nos movemos afuera, por momentos los caminos se unen y se separan de vuelta. Pero no analizamos mucho ni nos interesa analizar mucho.

Efectivamente, el martes 22 de mayo, Pez da un gran show en el estudio Norberto Napolitano de la FM porteña. A los dos días, el grupo comunica desde su Facebook que “los amigos de la Trasnoche Rock & Pop se habían copado y subido el show en la radio del martes a la madrugada... pero las autoridades de la radio se calzaron la gorra y se lo hicieron bajar”. Dos días después, otra vez desde el Face, la banda (probablemente Minimal) linkea y asegura: “Viejas... acá están los dos primeros temas del otro día en lo de los pibes de la Trasnoche de R&P (tiro la sigla por las dudas... es la radio dónde el rock se puso un estudio jurídico-contable)”.

A pesar de los distintos temas para hablar, la entrevista en la puerta del Nesta cae una y otra vez en el mismo lugar. A medida que pasan las preguntas, el camino alternativo de la banda y su negativa a formar parte del circuito comercial se hacen presentes. Minimal intenta ser protocolar y en un principio dice que “está todo bien”, pero en el fondo su espíritu punk de base aflora y manda a cagar a todo el establishment rockero. La primera forma de rechazo es, precisamente, hacer la suya. El grupo edita sus trabajos y el de sus colegas amigos a través de su sello Azione Artigianale. Además, Minimal realiza constantemente trabajos paralelos entre los que se pueden contar el elogiadísimo Flopa Manza Minimal, de 2003, casi la piedra fundamental del boom de los cantautores indies que afloró en los últimos años y fue lo más parecido a una renovación en el rock argentino. Durante mayo apareció La piedra en el aire, el disco en colaboración con Flopa Lestani; y Automatización, un EP hardcore de 4 canciones en menos de 6 minutos. Todos (los de Pez también) están disponibles para su descarga legal y gratuita.
¿Están preparando una caja?
- M: En nuestra mente la estamos preparando. El año que viene nos vamos a sentar a prepararla. Pero sí, queremos hacer un box set que sea un libro, un par de DVDs y un par de CDs y que un poco recorra la historia, queremos que salga para conmemorar los 20 años de la banda, que van a ser a fines del año que viene. Con cosas en vivo, el DVD va a traer una película llamada Hay lo que hay, que son los primeros 10 años de la banda. El otro DVD va a ser algo que grafique los segundos 10 años de la banda. Y en audio tenemos que ponernos a revisar todo lo que tenemos para elegir: desde versiones de demo diferentes a la de los discos, cosas en vivo, cosas en vivo con invitados, canciones que quedaron afuera de los discos.
- ¿Cuál es el disco de Pez que más te gusta?
- M: No es que me guste más. Son todos diferentes. A mí me gusta mucho Frágilinvencible, me gusta mucho Los Orfebres, me gusta mucho Hoy, me gusta mucho Cavernas. Pero la verdad que no… (piensa) Si hubiéramos hecho el mismo disco 15 veces sí habría uno que claramente puede ser mejor que otro; por una cuestión de guita para grabarlo, inspiración, momento, lo que sea. Pero al ser tan diferentes los discos, no hay uno.
- En una nota decías que ustedes no tienen grandes éxitos y por eso hiciste el tema “Pequeños fracasos”, como una ironía y un claro camino por dónde va la banda.
- M: Sí, pasa que… a ver (piensa): si nosotros entráramos en algún tipo de competición de banda de rock…
- ¿Tipo concurso?
- M: No, de nuestra carrera, de lo que sea. Como que no podemos competir, somos amateurs nosotros. No sé cómo explicarte… (se ríe y le habla a Fósforo) ¡Estoy queriendo decir lo contrario en realidad!
- F: No, la idea de ser una banda más grande, que lleva más gente…
- M: Claro, nosotros estamos afuera. Somos una banda única. Nosotros somos Pez, y estamos en el lugar que está Pez. Hacemos la música que hace Pez. No queremos ser otra banda, no queremos estar en otro lugar que en el que estamos. Todo lo que nos pasa es lo que nos pasa. Es nuestra vida, yo no quiero vivir la vida de otro. No me interesa. No me gustaría ser Ale Sergi y que pasen mi música en la tele o ser los Decadentes y que todos los barrabravas canten mis canciones. Nosotros hacemos lo que hacemos, nos pasa lo que nos pasa y esa es nuestra vida.
- En general, la prensa y el público están pendientes de muchas cosas que rodean a la música y que para los músicos no es importante, no les prestan atención.
- M: Es que los músicos en general están drogados entonces no están pendientes de nada (risas). Y todo lo que uno piensa “¿Qué habrá querido decir?”… No, estaba drogado y dijo cualquier cosa.
- F: Es que básicamente es eso, porque vos escuchás los discos, ves la banda en vivo pero todo el proceso de atrás es tan distinto como cada banda entre sí. El cómo llegás a eso y hacés es una cosa de mezcla de millones de posibilidades distintas y cada uno, cada banda, la lleva como puede.
- Ustedes sacan discos muy seguido, casi uno por año, ¿eso es algo que se da en conjunto o vos, Ariel, al ser el más prolífico sos el más insistente para grabar?
- M: Soy el más profiláctico yo (risas). Por lo general sí, pero igual la banda tiene una pulsión por registrar todo lo que hacemos. Hacemos lo que queremos. Quisimos sacar 15 discos en 15 años y lo hicimos. Y ahora si no queremos grabar no lo hacemos. No tenemos un contrato (piensa). No tenemos ni siquiera la esclavitud del éxito. No sé, llenás un estadio y tenés que tocar esa canción porque si no la gente te mata y tenés que mantener toda una cosa girando porque sos una megaempresa y hay gente que depende de eso. Nosotros no, hacemos lo que nos gusta.
- Encima vos tenés fama de cabrón…
- M (haciéndose el enojado): ¡Patrañas! ¡Mentiras!
- Está esa famosa frase “¡Cállense putos!” que tiraste ante el público…
- M: Y lo que pasa es que hablamos así en el barrio: “Callate, pedazo de puto”, nos decimos. No decimos “por favor, ¿podría guardar silencio?”.
- Claro, pero esa actitud es políticamente incorrecta en el mundo del rock de hoy.
- M: ¡Lo que pasa es que el rock es una vergüenza, loco! ¡El rock es una mentira! Un chabón completamente duro que empieza a mirar las banderas: “¡La gente de Hurlingham!”. Toda una chupada de medias de mentira. Eso le hizo muy mal al rock. Es importante la gente y la banda en el rock. Las dos cosas son importantes, pero cuando la gente empieza a ser más importante que la banda, se pone re berreta el asunto.
- Y eso derivó en Cromañón.
- M: Ssssí, (duda), sí, no sé… (más seguro) Sí, la estupidización del rock.
- Porque la gente se siente tan importante que lleva trapos, bengalas.
- F: No, pero eso está fomentado, aparte, por las bandas. Ahí es cuando se torna realmente un bajón. Porque de última una cosa espontánea, que alguien salte y haga determinada cosa; pero si vos ya estás inflando la situación… Pasó mucho que eso estaba fomentado por las bandas.
- Y bueno, es algo que se viene ya desgastando. Se está agotando esa forma del rock y por eso la prensa y parte del público insiste con que es necesario un cambio y por eso jodemos con que ustedes, o una banda nueva, salga con algo distinto.
- M (que entendió mal): Hace 20 años que tocamos ¿Banda nueva? ¿Sabés lo que son 20 años? (se ríe) ¿Cuántos tenés vos?
- ¿Yo? 29.
- M: Bueno, imaginate 20 (se ríe).
- Pero serían una banda nueva en el mainstream.
- M (piensa un rato): Si tenemos en mente una diferenciación y sabemos que algo es el mainstream, que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa; no queramos mezclar todo y queramos premiar, no sé, como que el mainstream es lo que va. “Por más que sabemos que es una mierda, el mainstream es la que va y estaría bueno que Pez toque en un festival” ¿Por qué?
- Pero porque llega a más gente.
- M: ¿Por qué? ¡No! Es lo mismo que pensar: “Loco, yo tengo una idea buenísima para un programa de televisión, ojalá lo pueda plasmar y estar en un segmento del programa de Tinelli”. ¡No! No quiero estar ahí, me tengo que abrir a otro lugar. No quiero estar ahí, si esto es lo que a mí no me gusta, ¿para qué voy a estar ahí? Es eso.
- F: Aparte, nosotros también nos manejamos de alguna forma como para que lo que nosotros queremos hacer, que es tocar, se vaya dando. Tampoco necesito algo como “todo el mundo tiene que escuchar Pez ya mismo”. Todos en algún momento, desde la adolescencia, van buscando cosas. Empezás por lo más fácil, lo que está en los medios más masivos; pero después vas viendo que además de eso hay otras cosas. Y así es la búsqueda con todo.
- M: Es para el que le interese, no es para todos.
- Claro, esa “queja” es para que la opción esté mucho más visible. “Estaría bueno que no pongan a la misma banda de siempre, sino que vaya otra, por ejemplo: Pez”.
- F: La verdad que no nos quita el sueño.
En ese momento, un pibe se le acerca a Minimal con los discos de la banda y le pide un autógrafo en cada uno. Ariel firma, pero se niega a dedicarlos. “Lo máximo que te puedo poner es el símbolo de la paz”, le dice al fanático, que antes de irse le pide posar juntos para una foto.
Igual te sacás tus fotos.
- M: Sí (piensa)… no sé, estoy viejo, estoy bueno. Durante muchas épocas capáz que salía con cara de orto, miraba para abajo. Ahora trato de sonreír. Ayer nos sacaron una foto con Beto César y Pablito Ruíz en Aeroparque, jodiendo. Todos se copan y es la que va. Si vienen a pedir fotos se las re doy.
- F: Aparte lo hacemos así más relajados porque ya sabemos que los pibes se copan. Es mucho más quilombo decirles que no.
- M: Claro, es mucho más quilombo explicarles “¿Para qué carajo querés una foto mía?”.
- F: O decirles “sacate una foto con tu tía, que la querés”.

Tras la entrevista en la vereda, la banda se guarda en camarines hasta el momento del show. 200 personas responderán de mayor manera con las canciones de la etapa más progresiva del grupo (“Los orfebres”) y algún que otro “hit” (“Bettie al desierto”); y no tanto con los temas de origen más punk (“El fútbol por lo menos les enciende el alma”). A pesar de que ya no tiene 30 años, Minimal sigue siendo pura descarga eléctrica contenida en menos de 1,70 m, que además rebalsa de la sensibilidad necesaria como para seguir encabezando la lista de mejores compositores de su generación.  Al final, transpirado, en cueros y repleto de tatuajes; baja por las escaleras del escenario del Robert Nesta y se abre paso entre la gente, exhausto, diciendo con gestos que ya está, se acabó. Y nadie le dice nada.

Bruno Solari, el John Connor de Ricota - I

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Este cuento, relato o novela corta (?) fue una estupidez que publiqué durante dos (!) años en la revista Rock Salta. Hacía falta rellenar y darle un contenido más variado a la revi, así que se me ocurrió hacer esta historia ricotera futurista de ciencia ficción, un choreo absoluto a Terminator y a Volver al Futuro. Me imaginé al hijo del Indio viajando al pasado para recuperar los famosos videos de los recitales de Los Redondos para salvar a su padre de un colapso que lo llevaría a la ruina mental. 
Los textos fueron saliendo así nomás, sin pretensiones y muy de apuro; hechos sobre el cierre, para cumplir. La idea fue burlarse del extremo fanatismo del ricotero, que a veces (nos) me invade y no (nos) me deja escuchar otra cosa. Fueron trece episodios. De a poco voy a ir posteándolos a todos. 



Buenos Aires, Argentina, sábado, 15 de abril de 2000.

Acabo de llegar. Esta ciudad no tiene nada que ver con la que conocí. Entiendo que la gente de esta época no podrá comprender jamás mi origen y mucho menos mi objetivo. Sé que hoy es un día especial: papá está a punto de abrir los recitales de su banda en el estadio de River Plate. Aunque suene a broma, durante la década del 90 los conciertos más multitudinarios se realizaban en este lugar. Ahora sería imposible que una banda toque allí. Los equipos del ascenso no pueden manejar semejantes eventos.
Yo todavía no nací, pero por lo que leí en entrevistas, me están buscando. Papá no pudo disfrutar mucho tiempo conmigo, ni yo con él. Haberme tenido a los cincuenta y pico no ayudó y su enfermedad empeoró las cosas. Siempre recuerdo ese último show que dio. Le advertí que intentar realizar un espectáculo en el Amazonas era una locura. La maldita enfermedad que lo llevó a alucinar y crear proyectos utópicos lo terminó de matar. Lo supe cuando apareció en el programa de Charo, que es buena mina pero también se comió el mambo de su viejo. Lamenté la frase “vamos a copar Brasil, estoy preparando todo para tocar en la Luna”. Se burlaron de papá y yo lloré, en Leloir.
Pero sé que cuál es mi misión: recuperar los videos. Sin ellos, la banda no se habría separado. Mejor dicho, sin la desaparición de los videos. Yo le creo al tío Edu cuando dice que en esos tiempos estaba ciego por su amor hacia esa mujer. “Ella es la culpable de que se haya ido todo al carajo”, me contó una vez, después de leerme tres capítulos de la biografía de Krishnamurti.
Hoy, gracias a la tecnología pude llegar hasta acá. Este diario de viaje me va a servir para documentar todo y tener las pruebas necesarias. Los planos ocultos en el Último Bondi sirvieron, tal cual lo dejó escrito el Mono, para construir la máquina del tiempo. Si mis cálculos son precisos, la historia tiene que haber empezado en esta fecha.
En la tele hablan del concierto, un tal Bebe dice que las canciones de la banda de papá son cantadas hasta por las hinchadas de fútbol. Qué raro, nunca supe de semejante hecho. Mañana voy tener que ir a una cancha para intentar comprobarlo.
Encaro para el estadio, la cantidad de gente es impresionante, pero no tanta como la que hubo en Wembley, en la despedida de Las Pastillas. A veces, cuando leo en los libros que en los primeros años del siglo XX se hablaba de un apocalipsis, creo que no pasaba por un fin del mundo literal. El infierno real puede ser peor que la nada misma.
Adentro se pudrió todo: papá cagó a pedos al público porque no lo escuchaban cuando intentaba comunicarles algo. Me hizo acordar a la vez que me retó porque no dije “cultura rock”, en lugar de mi más vulgar “rocanrol”. Cuando termine el show voy a ir a la cabina de edición. Ahí tienen que estar.

La tranquilidad después de la paliza

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Esta nota de agosto del año pasado fue de las que más preparé. No todos los días se habla con Say No More, así que la ocasión exigía demasiado. Al final, la nota fue de unos diez minutos. Cortita, como pase de equipo elegante; pero rendidora. Intenté sacarlo a García del habitual "estoy re bien, me siento mejor que nunca" para meterlo en la etapa SNM. Algo salió. Además, el Negro García López y (especialmente) el Zorrito contribuyeron a completar el panorama de este Charly post tratamiento (y de paso me ayudaron a llegar a la extensión que habíamos fijado en un principio. Sin ellos, estaba hasta las pelotas).
De todas maneras, lo mejor fue cuando Charly me dijo "Hola, Felipe, ¿todo bien?".


(El maestro Gustavo Sala también publicó en la misma revista: Rock Salta 11)

La noticia apareció en un periódico no sensacionalista. Decía, simplemente, que había ocurrido un incidente en Mendoza, uno más en la vida de Charly García. Era junio de 2008 y las crónicas de las últimas horas de Say No More cuentan que García había ofrecido un concierto de 50 minutos en San Juan, el viernes. Se había trasladado a Mendoza en limusina, el sábado, donde tocó para 300 personas; y se descompensó el domingo, obligando a suspender el último show de esa mini gira cuyana. Los destrozos, las agresiones, la merca y, especialmente, la fatal salida en camilla (de espaldas, atado y a los gritos) fueron las imágenes finales del Constant Concept que Charly inauguró en los 90. Una manera de vida que lo tenía siempre al límite, a punto de caer.
Cuatro años después, en julio de 2012, Charly está en el Samsung Studio, su búnker actual, donde ensaya y perfecciona su show, el mismo que traerá a Salta el próximo 19 de agosto. Está tan metido en lo suyo que pide que la entrevista no sea extensa, para poder volver a trabajar lo más rápido posible. Saluda, se ríe, se muestra amable y absolutamente lúcido. La dificultad que Charly presenta a la hora de hablar se da de bruces con la rapidez de pensamiento que siempre tuvo y aún conserva. Escucharlo y verlo moverse apunta hacia el exceso de psicofármacos y la definitiva quemadura cerebral. Leerlo y verlo trabajar con su música es la confirmación que García lo hizo otra vez: zafó por un pelito, pero zafó (“ése es el arte del maestro”, había dicho en 1996).
La recuperación de Charly probablemente resida en su enorme capacidad de reinvención. No es la primera vez que atraviesa algo parecido. Sus internaciones en los 90 y los momentos extremos que él mismo transformó en discos inapelables (ahí está Influencia) lo curtieron lo suficiente para enfrentar un nuevo desafío. Ese demasiado ego que porta desde siempre seguramente ayudó a que la función final no sea triste y decadente, sino a lo grande, como a él le gusta. Este milagro de 60 años está motivado por su amor propio, por la ayuda que recibió y ahora también se mantiene por las canciones, su motor mayor. El ciclo de conciertos que ofreció en diciembre pasado en el Teatro Gran Rex de Buenos Aires y su posterior edición en el elegante box set 60 x 60 confirman su gran momento. Los escépticos podrán entender con sólo prestarle atención al contenido de la caja: no se trata de un Charly en modo gagá, bancado por una banda que le salva las papas, mientras afanan con versiones desprolijas de los temas de siempre. Se acabó el tiempo de las canciones cantadas sólo por un público que ve azorado como llueven instrumentos desde el escenario. Es Charly García arreglando su repertorio clásico y no tan clásico, dirigiendo una orquesta y un ciclo de conciertos que sorprenden por su calidad y por la performance.
“Estoy muy entusiasmado con la música. Eso se nota en la caja, porque son muchísimos temas, hay mucho ensayo, suena de primera, me ocupé de todo. Realmente trabajé de productor, instrumentista, de director de orquesta, de todo. Y estoy muy conforme porque hacía tiempo que yo no me involucraba en un disco así y realmente lo pude hacer sin caer en el caos”, dice Charly, mencionando una palabra clave para describir su etapa más polémica. “El orden para mí, el caos para los demás”, se atajaba en su momento, cuando le reprochaban la pérdida total de rumbo.
Hoy, el caos parece haberse borrado por completo. No está en los discos, tampoco en las canciones, mucho menos en su vida. Quizás, el contraste tan fuerte que existe entre el Charly que todos recordamos y el actual sea el mayor impacto.
“Yo lo vi desde el minuto cero a este proceso, desde que entró a esa internación famosa después de lo de Mendoza. Y lo vi, básicamente, luchando mucho, poniendo mucho el cuerpo para salir de una situación donde había un desorden muy grande en todo sentido: psíquico de él, físico y también laboral. Estaba todo teñido por una crisis muy profunda. Yo lo defino como que chocó de frente contra algo fuerte, pero se salvó. Fue a parar al hospital pero poniéndole el cuerpo. Y por el sacrificio que le puso pudo salir caminando, escuchando, viendo, pensando. Lo que sí, tuvo que poner mucho el cuerpo para volver a empezar y eso es lo que más me impresiona: cómo se la banca poniendo el cuerpo, la cabeza, las emociones. No fue fácil para él”. El que habla es Fabián Quintiero, el Zorrito, tecladista histórico de García desde la época de Parte de la religión (1987). En 2009, Fabián se reincorporó a la banda, tras su salida en 1995.
Para el Zorrito, esta internación, la última, fue distinta a las anteriores; y trata de encontrarle una razón al resultado exitoso del tratamiento: “La edad que él tiene esta vez pesó, lo trajo para otro lugar a García. Las veces anteriores él era más joven. Son distintos momentos, la edad biológica también es importante. Se habla siempre de que hay una edad espiritual, una edad más abstracta de las personas, pero también existe la edad biológica, la que el cuerpo tiene y que, avanzada una cantidad de años, te factura todo lo mal que lo trataste. Esta vez, me parece que la edad lo tiró para otro lado y lo trajo a un nuevo período donde a él sí se lo nota ya con años. Y eso impacta a la gente, porque la imagen que teníamos de Charly, desde Sui Géneris hasta hace cuatro o cinco años, era la de un Charly más dinámico, joven. Y de repente te impacta porque se pasa un poco de señor a un hombre más grande y bueno, eso les pasa a todos. A los artistas también les pasa. Ya los vemos a los Rolling, que tienen casi 70 años, con una imagen casi de la tercera edad. Y García cumplió 60 años y se le nota que ha tenido una vida intensa y que él es muy fuerte también físicamente. Porque si no fuera tan fuerte no sé si hubiera llegado hasta acá. Pero más que nada, a mí, que me tocó verlo de cerca, lo que sí me impresiona es cómo le puso el cuerpo. ¡Cómo se lo pone! Se lo pone todo el tiempo, porque, él seguramente sienta que tiene menos capacidad física que antes para afrontar un escenario, para dirigir un grupo. Pero hablo sólo de lo físico, no hablo de lo mental porque de lo mental está muy bien. Estuvo lúcido, estuvo consciente de que estaba haciendo lo que estaba haciendo, fue consciente de que estaba tocando, de que estaba saliendo a tocar. El quiso salir a tocar, quiso salir de gira, sigue siendo el jefe a pesar de que puede delegar en personas de absoluta confianza algunas cosas. Pero siempre ha sido consciente. Creo que el cambio más notable es en lo físico, pero tiene que ver con la edad”.
Otro que volvió a estar cerca es Carlos García López. El Negro, guitarrista de García hasta 1993 e integrante del operativo retorno desde 2009, opina que Charly, después de su recuperación, “en ningún momento perdió su talento musical, su swing, su onda”. “Y eso para mí es lo más importante –cuenta. Y que él obviamente esté bien, porque es mi amigo y nos preocupa a todos que su salud esté bien; porque estando bien él podemos disfrutar del 60 x 60 y otras cosas más que pueda llegar a hacer”.
El ambiente en el que hoy vive Charly está teñido por un orden total. Y se nota en 60 x 60. Ya se acabaron las maratónicas sesiones de tres días en el estudio de grabación. Ahora sabe cuándo detenerse. “No sé qué pintor decía que uno no termina las obras, las abandona –explica García. Y esta vez tenía una idea más clara del marco, del caballete. Entonces, consciente de los límites, pude ordenar mejor los colores”.
La palabra “consciente” está muy presente en todas las charlas. El Negro y el Zorrito apuntan a eso: Charly sabe lo que hace y no es ningún gil. “Charly es consciente de que le llegó un tiempo distinto –opina el Zorro. De que le llegó un tiempo de una edad más grande, de una vida como de hombre grande, de una vida sin trasnoche, sin mostrarla tanto como hizo siempre. Entonces, una vida más de pareja, más íntima, más de casa. Esa es la vida de Charly hoy, combinada con algunos shows en vivo y algunas ideas que tiene, como ir a hacer nueve Gran Rex, hacer 60 canciones. Todas esas son cosas que se le ocurren a él. Todavía no hemos logrado que toque lo que no quiere. Nosotros no lo podemos lograr. Siempre es a gusto y placer de él y en eso nunca perdió el control de la situación. Nunca. Nunca perdió el control de la decisión”.
Quintiero toca un tema que es tópico en cada charla sobre el García actual: ¿acaso está tan sedado que se deja manejar por un entorno maquiavélico que sólo quiere aprovecharse de su situación para sacar guita? El Negro responde: “Ojalá que lo escuchen todos los que hablaron: me parece un comentario burdo y fuera de lugar. Acá se hace lo que quiere Charly, nunca se lo va a manipular ni mucho menos. La gente que no lo conoce opina y dice boludeces porque, obviamente, son boludos. Si vos no sabés de qué color es la camiseta de Boca, no hablés boludeces, no digas que es violeta y verde. Es medio así; perdoná que te haga una comparación medio tonta, pero me parece que todos los que opinan y todos los que hablan, hablan sin saber. Acá se hace siempre lo que quiere Charly, nunca se lo puede manipular”. “Yo desmiento que el entorno lo domine, totalmente. Podrían ponerle cámaras ocultas y se darían cuenta de que no lo domina nadie”, agrega el Zorrito.

Entre 1996 y 2008, García vivió doce años de búsqueda artística extrema, poco comprendida y totalmente auténtica; que lo obligaron a entregarse por completo. Su “Concepto Constante”, la idea del artista como obra, lo consumió. Por supuesto, estaba alimentado por los excesos; pero aún así, en ese tiempo él dio mucho más de lo que todos suponen. Los que sólo veían a un viejo drogadicto en decadencia entendieron pésimo. Muchos se quedaban con los escándalos y no escuchaban los discos: allí mismo, Charly decía lo que pasaba (“Cuando la gente dice que estoy bien, no puede ver debajo de mi piel”). Y uno de los motivos de esa incomprensión casi total que sufrió fue la ausencia de lectores para sus entrevistas. ¿Acaso no era obvio que un artista que cree que su vida es su obra completaría su trabajo más allá de los recitales, discos y canciones? En las notas, García explicaba, brindaba las razones de su inquietud artística bajo capas y capas de palabras y declaraciones descartables. Igual que en los discos, lo sobregrababa todo para no quedar tan expuesto. Y los que conocían su vida (sus discos), comprendían. Sabían de qué se trataba. Terminaban de cerrar el concepto.
Say No More, el disco, es una declaración de principios que se establecieron mucho antes de que el público pudiera comprender la mayor parte de su contenido y su mensaje. Se trata de un álbum profundo, basado en sus experiencias personales, en su visión del mundo. El disco comienza con “Estaba en llamas cuando me acosté”, canción clave del universo García de los 90. El título y el relato que abre el tema fueron extraídos del libro Todo lo que hacemos sin saber por qué, de Robert Fulghum. Charly encontró un ejemplar en la clínica donde estuvo internado en 1994 y tras leerlo se aferró a las ideas que brotaron de su cabeza, como Di Caprio a la tabla de madera en Titanic. Charly también se hundió, a lo Jack, pero volvió a flotar; hasta irse al fondo de nuevo. Lo hizo una y otra vez, durante años, en una montaña rusa de merca, saltos al vacío, problemas mediáticos, discos exitosos, críticas, elogios, fans incondicionales, detractores, incoherencias y canciones inolvidables que terminó en ese fatídico fin de semana mendocino.
Debajo de todo eso, quedó la obra. Discos como Say No More (1996), Alta Fidelidad (1997), El Aguante (1998), Demasiado Ego (1999), Sinfonías para adolescentes (2000), Influencia (2002) y Rock and Roll (yo) (2003); abordaban una nueva manera de trabajo para Charly. Mientras todos le rogaban volver a las fuentes, a Piano Bar (1984) o a Clics Modernos (1983), él hacía lo que tenía ganas. Lo hizo siempre, sólo que en aquella oportunidad no hubo afinidad popular. La etapa Say No More fue la de mayor riesgo creativo de García. Porque apostó por una idea, la buscó, la desarrolló, aún a pesar de que sabía que, por primera vez, su famosa antena no sólo no sintonizaba con la mayoría de la gente, sino que además estaba muy adelantada a su tiempo; tanto que todavía hoy es difícil escucharlo. Durante toda su carrera, Charly caló hondo en ese inconsciente colectivo que lo hizo popular y lo diferencia de Luis Alberto Spinetta, igual de talentoso e influyente, pero sin llegada masiva ni estadios repletos. Antes, ese anticipo que primero descolocaba y enojaba a su público se terminaba haciendo carne en todos. Pasó con Seru Giran, pasó con Clics Modernos. No pasó con Say No More.
Lo curioso es que Charly siempre eligió como sus obras preferidas a discos que no son populares. Para él, sus mejores trabajos son Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1975), el debut de La Máquina de Hacer Pájaros (1976) y sí, Say No More. “Un artista siempre valora cuando se tira a la pileta. No literalmente, sino cuando se libra las cadenas de lo fácil y se manda a hacer algo completamente nuevo para él. Quizás esos discos no están bien terminados o tienen defectos, pero significan para mí pasos adelante, como significó también, no sé, Confesiones de invierno (1974), en su época. Seguramente Clics Modernos sea el mejor, pero esos discos son los que más me recuerdan el espíritu y el idealismo con que los hice”, dice García hoy, aferrado por siempre a su idea de no transar con nada y continuar musicalmente haciendo la suya. “Puta soy, pero a mí nadie me cogió”, dijo alguna vez. Ahora, reflexiona sobre su obra y cuenta: “Clics Modernos fue un disco criticado al principio, pero es un disco mucho más ‘normal’, no hay defectos. En Say No More hay defectos. Conscientemente los dejé, porque estaba buscando una armonía que no está hecha y a veces esas armonías son muy raras. Pero no tengo una dirección que yo pueda decir ‘bueno, este es mi mejor disco’. A todos los quiero”.
La crítica masiva a Say No More sacaba de quicio al García más tóxico y ególatra, al de los brazaletes, los helicópteros que tiraban muñecos y las declaraciones grandilocuentes. Hoy, Charly se muestra sorprendentemente abierto y franco, hasta comprensivo con los demás. Cuando se le pregunta si esa etapa fue malinterpretada, responde: “Mirá, no lo digo yo, lo dijeron muchos antes (Bob Dylan, inclusive): el artista tiene que tener fracasos, porque si todos son éxitos quiere decir que algo anda mal. Hay que asumir, sentir el fracaso, porque eso te va a hacer crecer más que el éxito”. De todos modos, la puerta del ego queda un poco abierta: “Hay fracasos que son comerciales, pero pueden ser vanguardia artística. No siempre las dos cosas van de la mano”.

El regreso de Charly a los escenarios se dio a fines de marzo de 2009. Fue un concierto breve y gratuito en la plaza de la ciudad de Luján, cerca de la casa quinta que Palito Ortega había puesto a su disposición y que permitió completar las últimas etapas del tratamiento. El show, casi improvisado, permitió ver a un Charly distinto al toxicómano demoledor de hoteles que conocíamos: estaba realmente hecho bosta. La gente lo apoyó esa tarde, cantó las canciones junto con él y le gritó “aguante”; pero la sensación era de tristeza, de epílogo descendente para una carrera deslumbrante que merecía otro final.
Hoy, ese show se puede apreciar como algo necesario. Para Charly, significó volver a hacer lo que más le gusta, lo que lo mantuvo vivo durante 60 años. Charly necesitaba ir y tocar, sentarse y cantar (horrible, pero hacerlo al fin). Necesitaba recibir el afecto de los que lo siguen y lo quieren. La gente que más lo conoce (sus amigos y su familia) siempre lo describió como un tipo sensible necesitado de afecto. Entonces, desde ese lado fue más que comprensible que García tocase a sólo ocho meses de su internación, a pesar de que casi no se podía mover, de que su voz prácticamente no le respondía y de que transmitía una imagen totalmente distorsionada de lo que alguna vez fue. Era alguien desconocido si se lo comparaba con el tipo que alguna vez bombardeó el estadio de Ferro, el que se le plantó a Bruce Springsteen cuando no lo dejaban tocar con su banda completa en el Festival de Amnesty; o con el que convocó a 300 mil personas en 1999.
Esa tarde, sus seguidores pudieron comprobar que algunos soldados caídos en batalla habían vuelto a su lado. El Zorrito estaba ahí, firme, tocando con él. Luego se incorporó el Negro para el verdadero regreso, el 23 de octubre de 2009, en el estadio de Vélez Sarsfield. El regreso de los dos históricos fue decisión del propio Charly y se debió a algo más que afinidad musical. Ambos habían estado presentes durante los momentos más duros del tratamiento.
“Cuando entró a la internación yo me acerqué a él por la cuestión afectiva que tengo hacia él. Una relación de años que se interrumpía frecuentemente –cuenta el Zorro. Pero cuando pasó lo que pasó me acerqué a él, porque lo considero realmente un amigo mío, un amigo personal de mi familia, alguien que a mí me dio un montón de oportunidades para tocar, para aprender música, para trabajar también. Siempre me ha considerado muy bien y se lo agradezco mucho, porque la cuestión nuestra es una cuestión de gente que escuchaba a García en los recitales y que alcanzó a tocar con él. Es una cuestión bastante particular. Yo fui audiencia de García durante mi adolescencia y lo seguía. Pero el sueño que uno tenía era ser parte, pertenecer a la fauna rockera argentina; y Charly me dio una gran oportunidad. Entonces estoy eternamente agradecido. A mí con él me pasa lo que no me pasó con nadie. Yo con él quería tocar. Con Soda Stereo toqué pero se dio más por casualidad. Con los Ratones (Paranoicos) bueno, son mis amigos. Pero con Charly quería tocar, era como un sueño. Quería llegar a estar bajo el ala protectora de él. Se dio y bueno, después se dio la relación personal, afectuosa. Es una persona que ahora hizo un giro muy grande también en lo afectivo, porque es más cariñoso, como más agradecido y es capaz de decirte ‘te quiero mucho’ y darte un abrazo. Y eso entre amigos es muy lindo y muy necesario para sobrellevar cosas y para aprender a vivir un poco mejor. Así que me acerqué ahí y estuve cerca dando una mano, junto a un grupo de personas que estaba muy cerca y ofrecí lo que yo podía, que era ir a visitarlo. La primera vez que lo visité le llevé un teclado mío y unos auriculares, que él no tenía en la habitación, cuando estaba internado. Y así como estaba me cantó una canción que había hecho mientras estaba internado, ‘Deberías saber por qué’. No me la cantó, me la balbuceó, porque no podía cantar, estaba bastante medicado. La próxima vez que volví le llevé un plato de pastas muy rico, que se lo devoró. Y ya con el tema de salir y que Palito lo llevó al campo, hicimos unas idas y venidas a Luján, a partir del cumpleaños de él. Y un día se le ocurrió tocar en la plaza de Luján. Yo estaba en la cancha de River, viendo Argentina - Venezuela, y recibo un mensaje: ‘Mañana a las 11 Charly quiere ensayar, con vos y con los chilenos (N. de la R: se refiere a Toño Silva Peña, Kiuje Hayashida y Carlos González)’. Y así fue y de ahí, no me bajé. Estaba libre, no estaba con los Ratones y era muy interesante la idea de ayudar a Charly a volver a tocar y armar un grupo profesional de músicos que le dieran a él un entorno musical y profesional ordenado, con un escenario bien armado, con el sonido”.
El Negro comenzó a visitar a Charly en la quinta de Palito: “Ahí empezamos a comer, a estar juntos, a tocar, a zapar, que es lo mejor que le hace a Charly: la música. Y en ningún momento pensé en volver, pero él me lo pidió, él ya tenía su banda con los amigos chilenos, que son unos capos tocando. Entonces se lo pregunté: ‘Pero vos ya tenés tu banda’. ‘No, no, quiero que vengas a tocar conmigo en esta vuelta’. Y para mí fue más que un honor que me lo pida y poder participar, estar a su lado y tocar, que es lo que más me gusta y lo que más le gusta a él. Charly lo dice todo en la música, en su vida, en su forma de ser. Nunca fue una persona comprada por nadie, nunca va a ser una persona vendida. Siempre fue honesto con sí mismo y de ahí con todos nosotros. Y eso es lo que yo veo. Creo que ahora lo está demostrando día a día, cada vez que toca”.
“Esa idea de ayudarlo a tener una banda que suene, un staff, me motivó mucho”, continúa el Zorrito. “Lo que mejor podía hacer por García era armar un proyecto, que vuelva a tocar, porque es su vida tocar. No tiene otras actividades alternativas, nunca las tuvo. Siempre se dedicó solamente a la música. Y así fue. Claro, el choque cultural fue muy grande, de verlo así, de cómo era a cómo fue. Fue un impacto muy grande para todos. No solamente para los que lo siguen. García es una figura que es más transversal. Hay mucha gente que lo sigue y otra que no lo sigue, que no lo escucha, pero que lo quiere, que lo tiene en cuenta, y el impacto era grande: ‘Eh, cómo  va a tocar así’. Pero bueno, empezó como empezó y después fue progresando. Date cuenta que en cuatro años, cuando pintaba que no se podía hacer nada, al final se hizo Vélez, se hicieron 6 Luna Park, 9 Gran Rex, se tocó en Nueva York, Chile, Uruguay, Colombia, en el interior del país; y al principio de todo esto realmente no parecía posible. Era una ilusión”.
Quintiero cuenta las sensaciones que Charly les brindaba a medida que la recuperación iba desarrollándose: “Primero me importaba acompañarlo pero yo tenía una ilusión. Nos mirábamos y decíamos ‘che, qué bueno, mirá si podemos volver. Sabés lo que sería para él volver a tener una situación de estas, artística, que las canciones las podamos tocar tal cuales eran’. Y también era importante que la banda no esté más loca que él, ¿no? (risas) Porque Charly, en los años de Say No More, ha llegado a tener gente más loca que él, entonces es muy complicado estar así. Si uno ya está más o menos excitado y tenés alrededor a gente más loca que vos, directamente es un zoológico. Es muy importante que el staff sea coherente, que trabaje bien y sea responsable para que el artista, que es el que tiene que poner la cara ante el público, se sienta contenido por lo menos desde lo técnico”.

El futuro para Charly es una hoja en blanco. Lo dijo él mismo en reportajes previos, realizados este año. Hoy, asegura sentirse entusiasmado ante la posibilidad de crear algo nuevo para su carrera. “Realmente, creo que voy a hacer algo diferente y eso me tiene excitadísimo”, dice, y revela que su proyecto “va para adelante”. “Y son montones de ideas que tengo, otras que están saliendo, fórmulas matemáticas. Empecé poquito porque estoy muy copado con cómo suena la orquesta. Entonces creo que va a salir un poco de ahí también”, agrega. Charly está tirando pistas sobre su futura obra, pero son imágenes más abstractas, que no revelan demasiado, excepto el espíritu con el que serán encaradas. Desde antes de la internación, Charly viene diciendo que la creación nace en la infancia y en la juventud, que ahí está la fuente de donde el artista se alimenta durante toda su vida. Pero no quiere decir que ahora irá a buscar canciones que compuso cuando era un adolescente, sino que se refiere a seguir haciendo las cosas con la misma convicción y empuje que poseía en esa etapa de su vida. “Yo creo que en la adolescencia y la infancia está toda la creación. Después uno se acuerda. Lo que pasa es que hay gente a la que el cerebro se le va oxidando y no recuerda más la infancia, no vive como un joven. Yo tengo eso conectado a la adolescencia normalmente, no me siento a gusto con la gente de mi edad. Yo me siento a gusto con los pendejos. O sea que el hilo no se cortó, por suerte”.
Para el Negro, Charly mantiene intacta su capacidad creativa (“como de costumbre”). El Zorrito tiene otra visión sobre el futuro discográfico de Charly: “Yo no sé si va a haber un nuevo disco. No estoy convencido, porque me parece que Charly hacía discos porque estaba hiperconectado y lo único que hacía en la vida era eso. Vivía para eso, no se tomaba vacaciones. A veces yo le digo ‘ya está Charly, no hagas nada, disfrutá’. Porque a veces es una angustia tener que hacer algo que pegue, que sea bueno. Cada cosa que el haga la van a comparar con Yendo de la cama al living, con ‘Canción de Alicia’, un estándar muy alto de composición. No es un artista que tiene un tema por disco. Es muy alta la exigencia”.
Siguiendo el orden natural que tuvo la carrera de Charly desde el debut con Sui Géneris hasta hoy, no sería raro pensar que todo el tratamiento, todo lo vivido y sufrido por ese cuerpo que le puso y le pone al asunto, sea el disparador para las nuevas canciones.
“Y mirá, creo que esos saltos al vacío, esas formas de renunciar a lo normal y aventurarse en caminos nuevos te puede ayudar mucho creativamente, pero también tiene sus riesgos. O sea, yo no renuncio a eso, pero eso también tiene un tiempo y no se puede hacer todavía, porque es peligroso. A mí me gusta el peligro, pero…”, dice Charly, dejando la respuesta en el aire. Inmediatamente pide disculpas: se tiene que ir a seguir trabajando.

"Y le firmé un autógrafo a Spinetta, boludo. Es re loco"

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Pity en Tucumán, el jueves 7 de febrero, recordando su encuentro con Luis Alberto Spinetta.
Fuente: Triburock.

Pero conchetos no

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A las tres de la tarde, el sol entrerriano quema sin piedad ecológica. Es un microondas natural que calienta y le da duro y parejo a todos los que se atreven a salir de la escasa y cotizada sombra que la playa del camping Ñandubaysal ofrece a esta hora. No hay filtro que aguante, no hay botella que hidrate suficiente cuando febo asoma dispuesto a la masacre como este sábado en Gualeguaychú.

El Ñandubaysal, ubicado a unos veinte kilómetros de la ciudad, es un paraíso privado regulado al detalle. Aunque Ricardo Iorio haya dicho alguna vez que no es “ningún puto playero”, para el imaginario del rock argentino este lugar remite todo el tiempo a su figura gracias a la canción “Homenaje”, que habla del payador local Augusto Romero y menciona al “Gualeguaychú suburbano”.

Después de pagar los veinte pesos de entrada, los visitantes del balneario pueden refugiarse bajo los árboles de la zona de carpas o dirigirse hacia la orilla del río Uruguay, donde protegerse del sol tiene un plus. “Usar los quinchos sale cuarenta pesos”, dice uno de los empleados del lugar, señalando las sombrillas inmóviles de paja que rodean la arena y alcanzan para cubrir a dos o tres adultos apretujados. El pibe de veintipocos que recorre cantando los cuarenta con amabilidad tiene mucho laburo esta tarde: el lugar está copado por fanáticos de La Renga que hacen la previa del recital que esta noche se realizará en el Corsódromo.A diferencia de lo que podría pensar alguien que sólo asistió por Crónica TV a recitales multitudinarios del rock argentino, los que acuden a estos encuentros no son tribus de salvajes busca bardo con orientación pomelística; sino adolescentes y adultos jóvenes que quieren pasarla bien sin que los molesten. No pretenden armar un pogromo anticareta en cada localidad que les toca visitar. Tras décadas de peregrinación rockera por las rutas del país, casi todos los desangelados están amaestrados. Los más viejos, súper aburguesados, quieren viajar cómodos y se pagan el avión ida y vuelta si hace falta. Los de la generación intermedia (que rondan los treinta) se bancan la carpa y el viaje de caravana etílica, pero eligen los mejores cortes de carne antes de salir y no compran fernet si no es Branca. Son leones mansitos que rugen un ratito en la previa y recién se desatan durante las dos horas de recital. Todos son civilizados, pero eso no significa que estén dispuestos a pagar por cualquier cosa. En pocos minutos, el pibe del camping termina su recorrido sin un peso y con una promesa multiplicada en cada sombra: “en un ratito nos vamos”.
En la ciudad la imagen no es muy diferente: la costanera, el parque Unzupé y hasta el puente Méndez Casariego son los puntos de encuentro de los fanáticos rengos que a la mañana empezaron a llegar (como siempre) desde casi todas las provincias y países limítrofes. Entre termos y mates (objetos casi religiosos para los entrerrianos) y carteles de “No a las papeleras”; el termómetro a la altura del sol obliga a desempolvar las bermudas. A pesar del calor y la humedad penetrante, el riguroso negro del rockero pesado no será negociado. Las chicas, mujeres duras que están a la altura del aguante de los pibes, que quieren si quieren más y no se dejan engatusar; también parecen uniformadas: en Gualeguaychú hay más shorts de jean que cervezas.
A diferencia del público del Indio Solari, los seguidores de La Renga parecen tener una mayor homogeneidad. La comparación no es gratuita, porque La Renga y el ex PR son los únicos capaces de convocar a miles de personas en cualquier punto del país. Pero mientras al pelado sibarita lo van a ver todos (desde el cheto gorila hasta el lumpen), a los mismos de siempre (que cada vez son más) los une una columna vertebral inevitable que se dispara desde el mismo seno de la banda: respiran el más puro rocanrol argentino de manual y se aprendieron de memoria las máximas de autenticidad que obligan a no careterla ni un poco. No hay lista de catering estrafalario para La Renga; nada de alfombra roja; ningún almuerzo con Mirtha aunque la hayan invitado a morfar; no hay casas en Leloir ni entrevistas en las que los periodistas son amenazados con perros feroces. Los integrantes del grupo (ChizzoTeteTanqueManu; más el mánager Gaby y el resto del grupo de laburo) siempre se mantuvieron en una senda coherente que le debe muchísimo al Pappo más suburbano y al Luca que bajaba línea de austeridad y simpleza eligiendo alquilar una pieza en una pensión mugrienta. Así, entre los seguidores de La Renga se pueden encontrar personas de distintas edades, orígenes y poder adquisitivo; pero con posturas semejantes. Con formas de encarar la vida que son parte del mismo mensaje que emite la banda a través de sus canciones.
A las siete de la tarde, los vecinos más pudientes de Gualeguaychú empiezan su exilio. Todos se van a las playas, un poco para aprovechar la hora y media final del día, cuando el sol ya no pega tanto; y otro poco para alejarse de la zona tomada por el recital, que ya se hace notar en toda la ciudad. En cada esquina, kiosco o bar se ven grupitos de remeras negras, conservadora en mano, escuchando las canciones de La Renga en todos los reproductores imaginables. Y esos son los más rezagados. El grueso ya está en la Zona Cero, con la plaza Francisco Ramírez de primera base y la avenidaRocamora como el conducto hacia el núcleo del aguante: las cinco cuadras que conforman el Corsódromo, que se ubica entre las avenidas Piccini y Estrada. Por ahí circulan los que todavía no entraron. Entre puestos improvisados y bares que no paran de vender; los pibes van y vienen. La policía aparece en cuentagotas y en ningún momento se mete a molestar. La libertad que se respira en estos eventos (otra vez hay que sumar a Solari) es una batalla ganada a través de los años. Algo que se suele mantener siempre y cuando la organización no falle y la policía no se ensañe. Cuando todo está bien, es muy difícil que el rock provoque disturbios.
Los que van llegando sobre la hora respiran aliviados al ver que las ventanas de la boletería todavía están abiertas. Hay entradas y se venden a buen ritmo. Durante la semana previa al show se había anunciado que los tickets estaban agotados y los organizadores pedían que nadie viajara sin su acceso ya adquirido. La movida no resultó. La gente viajó igual y entonces no queda otra que seguir vendiendo. Mientras tanto, a las 20, cuando falta casi una hora para que comience el concierto de La Renga, los locales La Imaginaria copan el Corsódromo y se ganan al público. Con una canción en contra de la empresa Botnia que tiene un estribillo pegadizo como el mate (“No, papelera no”) se asumen como músicos comprometidos con su realidad y sacan chapa de auténticos. Además, suenan bien. El sonido dispuesto es extraordinario para una banda under, algo que no es común para los teloneros de turno. La Renga suele convocar a músicos de la ciudad que les toca visitar y les dan la oportunidad de mostrarse ante miles de personas en un buen escenario (en Salta, los convidados fueron los Gauchos de Acero). La Imaginaria se desenvuelve perfectamente arriba del escenario, agradece poder cumplir un sueño y destaca la humildad “de la banda más grande de la Argentina”. 
Los que ya están adentro, además de poder escuchar rock entrerriano y cantar contra las papeleras, se dan cuenta de que este recital no va a ser uno más. Todo está dispuesto de una manera atípica y recuerda a las movidas gigantescas que caracterizan al grupo, como Huracán 2004. En este caso, el escenario tiene dos frentes. El Corsódromo es una avenida rodeada de tribunas a lo largo de cinco cuadras y si el grupo hubiera pretendido colocar el escenario en uno de los extremos, la vista se le hubiera dificultado a los más alejados. Entonces, la solución llegó de manera novedosa: al medio, apuntando para los dos lados.
La Imaginaria promedia su show y los de afuera comienzan a apurarse para entrar. Las puertas de acceso se abrieron a las 18 y dos horas después la cosa empieza a agitarse. Los que se encuentran sobre la avenida Piccini deben dar toda la vuelta hasta su paralela, Estrada, donde están los dos ingresos habilitados. Todo va bien hasta que se topan con el primer vallado. Lo custodian un policía y tres miembros de la seguridad privada, que visten pecheras blancas. Los organizadores no tuvieron mejor idea que dejar un espacio de un metro y medio para el paso de todos los asistentes. De esta manera, se arma un embudo que todos quieren atravesar. A medida que pasan los minutos y no se avanza, la gente se empieza a agolpar, apretujar, empujar e impacientar. Los insultos no tardan. Una chica con los costados de su cabeza rapados intenta que una amiga la ubique entre la multitud. Las indicaciones por celular no sirven y se resigna. Ya gastó mucho en llamadas. Especialmente en esta zona, donde los teléfonos modifican la hora argentina por la uruguaya y las antenas de las empresas telefónicas del país vecino se convierten en los dueños de la señal sin previo aviso, provocando que los costos se vayan por las nubes. En el medio del tumulto, una pareja junto a su hija de no más de cuatro años intenta avanzar. Los que se dan cuenta, piden a los gritos que los dejen caminar. No hay mucho caso: apenas logran que la nena se trepe a un alambrado que está al costado y que aguanta a los que están más al borde. También aparecen los que piden tranquilidad de manera desaforada y los que quieren confirmar que acá son todos copados y no unos vigilantes amigos de lo reaccionario. Para eso, aseguran que hay que saltar, hay que hacer algo obligatorio para demostrar que no se es parte de la masa botona que no deja vivir en libertad.
En el vallado, un oficial aporta su escudo para prolongar el cerco. Los de seguridad hacen pasar de a treinta personas. Hay miles. Cuando la gente logra atravesar el estrecho acceso, deben caminar unos veinte metros hasta el primer cacheo, ya en la avenida Estrada. Lo realizan policías, que piden abrir mochilas, destrozan paquetes de cigarrillos para corroborar el contenido y palpan bolsillos, preguntando qué hay dentro. A los costados, las casas de familia de este barrio gualeguaychense siguen con sus puertas abiertas, como si se tratara de un atardecer más de verano. Los vecinos no postergan su rutina de salir a la puerta a tomar mate y aire fresco. Una costumbre de pueblo tranquilo que no se ve alterada en ningún momento. Los fanáticos rengos no le prestan atención a los curiosos locales, sólo caminan hacia adelante, con la entrada en la mano, levantándola cuando hace falta, cuidándola de los pungas y ansiando que se terminen los dos vallados que restan antes de estar definitivamente en el Corsódromo.
Una vez adentro, la gente se empieza a acomodar en la avenida que suelen usar las comparsas para desfilar o en las tribunas de cemento dispuestas a los costados. Una sábana blanca ubicada en la parte superior de las únicas gradas armadas con tablones reza “NO habilitada”, con el “no” en rojo. Allí sólo se pueden colocar banderas. Después de un tiempo, la advertencia se confunde con las aproximadamente setenta banderas que copan el sector. Todas tienen frases de canciones rengas e informan sobre su procedencia. La mayoría, como siempre, es de la zona de Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Las demás cuelgan del alambrado cuadriculado que rodea a las otras tribunas y que permite un perfecto ascenso de los más arengados o los petizos que no ven bien. 
La Imaginaria termina su set bajo una lluvia de aplausos. Ahora sólo resta esperar. El público sigue entrando y ya nadie cree que el comienzo del recital vaya a ser puntual. Todo estaba anunciado para las nueve de la noche, pero con la gente aún empujándose en el milimétrico acceso es difícil que La Renga suba al escenario. Para matar el tiempo, los fanáticos se pasean por el predio y se indignan por los cuarenta pesos que deben desembolsar por cada cerveza y los veinte que se exigen por el litro de agua. Para colmo, la noche estrellada es una continuación del día caluroso y los cuerpos piden beber y beber. No hay manera de escaparle al consumo y los vendedores no aceptan regateos: cuarenta pesos o a llorar a la iglesia. 
Con el Corsódromo cada vez más lleno, los pronósticos entusiastas empiezan a quedar chicos. Acá van a entrar más de 30 mil personas. La tribuna de banderas es copada por los que llegan tarde. El flacucho de pechera blanca que está a cargo del sector no puede hacer nada para evitar que cientos (¿miles?) de personas suban y se instalen, arrugando los trapos, para el horror de sus dueños, que ven desde lejos cómo sus preciados estandartes empiezan a ser pisoteados y removidos. 
En otro sector, un pequeño grupo empieza a burlarse de Soda Stereo con un cantito anacrónico de épocas pasadas que no suma muchos adeptos y se apaga rápidamente. 
La “no habilitada” ya se llenó de gente y es el momento de los de seguridad, que entran en acción. Los patovas del palo comienzan a desalojar y los pibes bajan ordenada y obedientemente, excepto por algunos apurados, que prefieren trepar el alambrado y tirarse. Los muchachos de blanco los detienen y los invitan cordialmente a bajar señalándoles la escalera. Finalmente sacan a todos, pero algunos trapos acusan recibo y quedan desacomodados.
A las diez de la noche ya están todos ubicados en el Corsódromo. Efectivamente, hay más de 30 mil personas, quizás 40 mil. Explota. Las dificultades para entrar, el calor y el cansancio por el viaje quedan detrás de la ansiedad y la expectativa de un recital que ya está por empezar.
A las 22.10, más de una hora después de lo anunciado, cuando ya no quedan más que algunos rezagados intentando entrar y todos los vecinos están pegados a las vallas que cercan el predio; se apagan las luces del Corsódromo de Gualeguaychú. Tras unos pocos minutos de intro en las pantallas ubicadas a los costados del escenario, La Renga hace su aparición y arranca su presentación final del 2012 con “La furia de la bestia rock”, una de las canciones más conocidas de Algún Rayo, el último disco hasta la fecha del grupo. La gente que abarrota el lugar responde con euforia, corea los riffs y canta las letras. El sonido es excelente y las pantallas ayudan a apreciar todo correctamente, a pesar de la distancia que deben padecer muchos.
“¡Buenas noches, Gualeguaychú!”, saluda Chizzo con su vozarrón habitual, cada vez más de ultratumba. El cantante agradece la hospitalidad con la que fueron recibidos en la ciudad y la banda arremete con “Tripa y corazón”. Delirio. Muchos creen que la primera canción de un concierto tiene que romper todo, y no se fijan en el papel que juega la número dos. En general, el primer tema es para asentarse, plantarse firme, decir “acá estamos, muchachos”. El segundo, en cambio, suele ser una piña directa a la cabeza. Ahí sí, la banda dice “tomá, puto, ¿querías agitar? Acá tenés”. Y nunca falla.
Los dos frentes del escenario obligan a la banda a moverse constantemente. Chizzo, vestido de reglamentario negro, con un pañuelo en la cabeza y una máscara en la nuca; alterna entre los micrófonos de cada lado. Si canta en uno, hace el solo en otro. Tete, con su look setentoso habitual, rebota en todas las direcciones. Las cámaras no lo pueden seguir porque el bajista está más incendiado que de costumbre. Agita los brazos, canta, corre, sonríe, no para de arengar. Es el primer fanático del grupo. El ejemplo para los 40 mil que copan el Corsódromo. Tanque gira en el medio. Cada tanto, el baterista empieza a rotar mientras golpea los parches y los platos con su potencia habitual. 
“Canibalismo galáctico” y “Almohada de piedra” continúan en la lista. El recital empieza a perfilarse como uno más en la serie revisionista que La Renga viene realizando desde mediados de año, cuando finalizó la gira de Algún Rayo y el grupo armó un show repleto de perlas viejas que enloquecen a los más fanáticos.
“Esta canción es para todos aquellos viajeros que vienen de lejos”, anuncia Chizzo y el grupo regala “Motoralmaisangre”. Después, la fiesta se interrumpe por primera vez. “Están sacando maderas del mangrullo. Nos vamos a quedar sin sonido. No está habilitada esa tribuna”, dice el cantante, apuntando hacia un costado. A sus espaldas, los que están frente a las gradas armadas con tablones que en un principio habían sido abiertas sólo para colocar banderas, empiezan a silbar y a señalar a los que ocuparon ese sector sin autorización. Pero Chizzo no se está refiriendo a ellos. Está mirando para el otro lado. Confusiones de un escenario con dos frentes.
“Acá se portan bien los chicos, ¿te das cuenta?”, comenta el violero, contento como un papá orgulloso por el nene que ya anda solo en la bici, después de que el problema se soluciona rápido. Inmediatamente llega “El rey de la triste felicidad”, seguida por “Detonador de sueños”. “Algún rayo”, con un Tanque no apto para cardíacos, pasa desapercibida porque la gente no se copa mucho. Salvo excepciones, se nota cierto desencuentro entre los fanáticos y el último disco del grupo.
“El twist del pibe” devuelve el clima festivo. Al finalizar, Manu reitera el pedido para que desalojen nuevamente la tribuna que Chizzo había mencionado unos minutos antes. Enseguida, “Bien alto”, en tremenda versión, es el anticipo perfecto para “Poder”, el primer corte del último disco. Nacho Smilari, guitarrista legendario del rock argentino (“tocaba cuando acá todavía cantaban en inglés”) aporta el mejor solo de la noche. “Al que he sangrado” atropella con su comienzo ascendente e imparable.
Smilari regresa enseguida para “Dioses de terciopelo”, un blues heredero del mejor rock de los setenta y que linkea directo con “El cielo del desengaño”, otra pieza renga que remite a esos años.
Uno de los mayores impactos de la noche llega con “El juicio del ganso”. “A ver si tienen memoria”, había provocado Chizzo segundos antes de comenzar con la excelente versión. La gente delira, se agarra la cabeza, no lo puede creer. Los que están trepados al alambre agitan más que nunca. Todos se queman la garganta gritando la letra. No les importa desafinar. Es una catarsis total. Los recuerdos de cada uno de los presentes flotan en el aire. Hay algo acá que es mucho más que el gusto por una canción. Son otras cosas: vivencias, conexiones, experiencias felices y horribles, traumáticas o inolvidables; que están marcadas a fuego en cada uno de los que se desgarran las cuerdas vocales y que llevan esta música en sus cabezas, como banda de sonido ineludible.
Termina la canción y todos siguen cantando, pero esta vez para la banda, agradecidos. Cuando reciben temas emblemáticos, los fanáticos quedan cebados, dicen que cada día quieren más a la banda y que es un sentimiento que no pueden parar. Son perros entusiasmados después de que les tiraron la pelota para que la vayan a buscar. Felicidad total.
“En el baldío”, “Cuándo vendrán” y “Oportunidad oportuna” mantienen altísimo el nivel de interacción entre la banda y la gente. “El ojo del huracán” prolonga el éxtasis y “Arte infernal” cierra la sección más fuerte del show.
“Mamita querida, con esto de los dos lados…”, dice Chizzo, agitado de tanto ir y venir. Al cantante, poco acostumbrado a moverse demasiado arriba del escenario, le está pesando el recorrido. Tete no acusa recibo, está en su salsa. Sigue como en el primer momento. Revolea las banderas que le arrojan, arenga más que los que están colgados del alambrado.
A Chizzo le avisan que no se puede seguir. “¿Cuál es la tribuna, che? Parece que se rajó. Están las comparsas y no pasa nada, venimos nosotros…”, dice el cantante, y agrega que todo se detendrá para desalojar la tribuna de cemento que no se la banca. 
La banda también se retira, como para bajar la ansiedad, y un miembro de la organización pide que todos bajen, que colaboren, que no hay prisa. “Tenemos toda la noche, no hay apuro, bajen tranquilos”, dice. Habla con un cuidado casi quirúrgico para no provocar una avalancha o algo peor. Los de seguridad acatan el modo tranquilo y piden amablemente que vayan bajando, por favor. 
Mientras tanto, atrás de las tribunas, muchos hacen filas para ir a los baños químicos, que están atendidos por una sola persona por lado. Uno de ellos tiene un cartel que dice “Su propina es nuestro sueldo”. Algunos pibes, en cambio, están rotos, tirados en el pasto con una expresión exhausta. Otros encaran minas. Muchos revisan sus celulares. La mayoría insulta al aire por el precio de la cerveza, pero igual compra. Los vecinos de la zona siguen contra la valla y algunos hablan con los que están adentro. 
Tras veinte minutos de espera, la banda vuelve al escenario. Chizzo agradece “por la educación y la confraternidad” de los que se bajaron sin problemas. Y se descarga: “Me da bronca cuando dicen que los que vienen a ver a La Renga son todos negros y grasas”. El violero ataca el típico prejuicio del tilingo que es capaz de escuchar Oasis pero desprecia a este grupo argentino de rock pesado, de ruta, asados y discurso sin glamour; sin darse cuenta de que los hermanos Gallagher poseen el mismo origen suburbano que los Iglesias y Nápoli
“Despedazado por mil partes” reanuda el show, seguida por “Psilocybe mexicana”. La gran fiesta vuelve “con la cañería a pleno”. “El viento que todo empuja” les da a las 40 mil almas eso (sólo eso) que esperaban, que es mucho más de lo que parece. “El final es en donde partí” ya es un clásico imbatible. Un gol seguro, Messi encarando solo en la puerta del área.
“La razón que te demora”, una de las últimas canciones de la noche, es otro favorito de la gente, pero curiosamente confirma que un gran porcentaje del público no se sabe la parte en la que Chizzo canta “ya habrá muerto con una verdad olvidada en tu memoria”. Cuando llega esa estrofa, muchos se quedan callados de golpe, casi murmurando esos versos dichos con rapidez. Retoman el coro cuando el riff reaparece.
Y hay algo extraño ahí, del otro lado. Es la gente, que rodea a la banda en uno de los actos de fidelidad más imponentes que se pueden vivir por estos días en la música argentina. “Panic Show” hace rugir a la bestia en la tierra del carnaval. No hay dudas, estos 40 mil jamás habrían pisado un Corsódromo si no fuera por el rock.
“Para nosotros fue una noche impresionante, gracias. Nos vamos, como siempre, hablando de la libertad”, saluda Chizzo y el grupo arranca con su himno mayor, la declaración de principios por excelencia de La Renga. Es casi imposible que el grupo termine algún recital con otra canción, “Hablando…” es algo muy fuerte. Significa casi todo para los que están arriba y abajo del escenario. Resume años de recorrido, su letra es la tabla de la ley de los mismos de siempre.
Termina el tema y la guitarra de Chizzo se queda acoplando, mientras Tete saluda en la valla y la gente se empieza a retirar en la mayor tranquilidad. Es un enorme cierre de año para La Renga, a pesar de las fallas en la organización, de los peligros de las tribunas, del desborde de público (era fija que 30 mil personas era una cifra minúscula para un concierto a tan pocos kilómetros de Capital Federal). En Gualeguaychú, como en todos lados, nadie quiere problemas, sólo buscan conmoverse, hacer que la vida valga la pena nuevamente. Esta noche lo consiguieron con creces y el 19 de enero van a ir por más.
Foto de Matías Mendieta.
Cobertura del recital que La Renga dio en Gualeguaychú el 15/12/12. Publicada originalmente en rocksalta.com.

Si no te gusta el punk, no tuviste infancia

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Cada vez que un poco de guita ingresa a mi vida me pongo a cantar el principio de “Todo lo miro”, la canción de Dos Minutos. La frase que me gusta es la del primer verso: “Hoy es 5 del mes y ya cobré”. La canto desde hace años, desde el final de la escuela primaria, cuando la repetía junto a mis amigos. Era una fija cada vez que andábamos con algunos pesos encima. Ese tema fue uno de los que iluminó nuestra salida de la niñez. Nos abandonó cuando ya estábamos en una preadultez sin rumbo que no nos tiraba ni un solo centro.

“Todo lo miro” hablaba de bares, cervezas, putas y policías. Nos divertía pero no nos identificaba. Estábamos muy verdes. En ese momento, con doce y trece años, ninguno laburaba y recién empezábamos a entrarle al escabio. No teníamos ninguna idea armada sobre los efectos del alcohol, no disfrutábamos su ingesta y tomábamos sólo para cumplir (de hecho, dejé de tomar al poco tiempo y volví a hacerlo a los 25). Por supuesto, para coronarlo todo, ninguno de nosotros había debutado.

Antes de eso, cuando yo andaba por los nueve años, un tío riojano fue a Concordia a pasar su precaria luna de miel a la casa en la que vivía con mi hermana y mis viejos. Fue, claro, junto a su flamante esposa, que tenía problemas en los riñones. A la tía la trasplantaron dos o tres veces desde entonces y aún se la sigue bancando. En esa visita, los dos me llevaron a pasear, me contaron historias y me regalaron un casete.

El regalo de los tíos era trucho desde el vamos. Lo compraron por dos pesos con cincuenta en el mercado de pulgas de la ciudad, que quedaba a cuatro cuadras de mi casa. Era lógico que con semejante luna de miel (triste, de provincia no turística) el obsequio protocolar haya sido una versión berreta de The Simpsons Sing the Blues, el disco con la música de la serie. El que tenía “Do the Bartman” y el cover de Chuck Berry cantado por Homero que Telefe siempre usaba para musicalizar las publicidades de cada capítulo. El casete era blanco y en ambos lados decía “Vea información en la lámina” en letras celestes. No traía impresos los nombres de las canciones, era un producto genérico, sin alma, pero a mí me encantó. Lo escuché muchas veces.

Cuando cumplí trece años, Los Simpson me seguían gustando pero la música ya era otra. De un lado del casete había grabado Valentín Alsina; del otro, Volvió la alegría, vieja!!!. Eran los primeros trabajos de Dos Minutos, discazos de puro punk barrial extraordinario. Ideales para despertar al rock, perfectos para esa edad. Me los habían prestado en CD y como no tenía plata para ir a comprar un TDK de 60 decidí sacrificar el regalo de los tíos. Le pegué cinta encima de las lengüetas y pude regrabarlo.

Valentín Alsina era increíble: “Canción de amor” nos maravillaba con su oda a la mujer que se transformaba en un himno a la birra. “Demasiado tarde” era ponerse del lado de los pibes y rajar de la policía, aunque los cobanis jamás repararan en nosotros, que teníamos menos prontuario que los Teletubbies. “Como caramelo de limón” nos volvía locos porque no podíamos creer que existieran genios tan enormes capaces de transformar una cumbia inescuchable en un notable punk rock. “Valentín Alsina”, el tema, no nos hacía dudar: ése era nuestro barrio porteño. No lo conocíamos, pero lo admirábamos, lo imaginábamos. Queríamos vivir ahí, cruzarnos con el grupo por la calle, en cualquier kiosco que vendiera birras heladas. En nuestra inocente imaginación, Valentín Alsina era la Comarca del Punk Rock, donde las chicas usaban remeras apretadas de Ramones, en las veredas sonaba Sex Pistols y en los colegios aparecían bombas que aniquilaban las clases. Por supuesto, en la plaza principal debía estar el monumento a los más grandes, a los Dos Minutos.

Repetir “ba-rrio-bre-ro ¡valentinalsina!” hasta quedarse sin voz era una práctica habitual en nuestras casas, todas las tardes, mientras hacíamos la tarea de primaria y ya empezábamos a perfilarnos como unos horribles anti estudio. Éramos una familia feliz. De ese lado también estaba “Ya no sos igual”, la primera canción que habíamos conocido, la que más nos gustaba. Era EL tema de la banda, el que nos decía que no había que traicionarse, ni mucho menos hacerse cana. En el lado B del casete estaba Volvió la alegría…, el segundo disco del grupo. Había temones como “Mosca de bar”, con la intro hablada de Enrique Symns que sabíamos de memoria sin conocer quién era ese viejo de voz cansada (creo que los pibes aún no lo saben). Estaba el cantito fúnebre contra los rollingas, que todavía no habían copado la parada del rock argentino ni se habían convertido en su cáncer terminal. “Piñas van, piñas vienen” era uno de los últimos, un temita infantil con la intro de Horacio Acavallo que nosotros repetíamos a los gritos. Y estaba, claro, “Todo lo miro”. Eran dos discos notables. Hace años que no los escucho enteros, pero presiento que todavía se la siguen bancando, que no envejecieron ni un poquito ni resignaron nada de su autenticidad. De todas maneras, creo que nunca los voy a escuchar completos de nuevo. Necesito conservarlos como los recuerdo, no les quiero encontrar ninguna falla.

Desde entonces, el punk siempre estuvo presente en mi vida, a veces en grandes dosis, otras pasando casi inadvertido. Pero nunca se fue. Tras el bautismo con Dos Minutos tuve otros momentos inolvidables, quizás más personales, menos compartidos con mis amigos. Uno de mis primos, que escuchaba Maná y Luis Miguel, me hizo un favor y grabó en un VHS el recital de Green Day que MTV pasaba durante el verano del 95. Después, mi papá bajó el audio a un casete. Hizo lo mismo con un show de Attaque 77 en Much Music donde a Mariano Martínez lo escupían y se re calentaba, algo que con los pibes nos parecía una actitud de puto tremenda. Al poco tiempo apareció otro CD grabado en un casete, era Nevermind. Ahí todo cambió. Me hice fan enfermo de Nirvana y una remera con la foto del grupo fue la primera prenda rockera que tuve en mi vida. La estrené una tarde, caminando por la peatonal. Apenas hice unos pasos, una chica señaló la remera y me sonrió. Fue épico. Un año después me dejé estafar por el dueño de una disquería cuando le canjeé cuatro discos originales de Aerosmith, Guns and Roses y Michael Jackson por una copia de In Utero. La venganza llegó al toque, cuando entraron a afanar en ese local y me ofrecieron una copia de Plastic Ono Band, de John Lennon, un disco que forma parte de la prehistoria del punk. Con el tiempo, conocí a la hija del disquero, una morocha hermosa. Me hubiese encantado prolongar la venganza conquistándola, pero mi condición de loser total nunca lo permitió.

Así pasaron algunas cosas más ligadas al punk que siempre vi con cariño de aprendiz: la influencia total de Luca Prodan, un tipo que demostró que con pocos recursos se podía lograr todo, y no me refiero a la música sino a la vida. Nekro en Concordia, durante un recital de Fun People, enseñando (sólo con las manos) a poner un forro y cagando a pedos a todo el público, que no se interesaba en su improvisada clase. Un ex compañero de colegio abriéndome la puerta al mundo de Ramones después de cantar “Pinhead” a los gritos y con una sonrisa. El golpe de Todos Tus Muertos con Dale Aborigen, otro disco del que no se vuelve. Mi Never Mind The Bollocks apareciendo en el medio de una reunión con las chicas de la clase de Semiótica y salvando el trabajo práctico gracias a que su tapa era un ejemplo perfecto para el tema que estábamos analizando.


Nuestra adolescencia de colegio católico estaba impregnada de rock y punk, pero cuando se empezó a terminar, con mis amigos no supimos utilizar muy bien las enseñanzas que encontramos en las canciones. No sabíamos qué mierda hacer con nuestras vidas de ciudad chica. A ninguno se le caía una idea. Los años de pelotudeo escolar nos empezaban a pasar factura. Habían sido épocas de disfrute sin proyección, sin una vocación que asomara tímidamente. Simplemente éramos un grupo a la deriva. No sé cómo hicimos para no tener hijos hasta los 30 años. Será que no la poníamos nunca.

Con el tiempo, finalmente arrancamos a vivir vidas dignas. Y, al menos en mi caso, creo que el punk tuvo que ver en el rumbo elegido. Es que el punk es un motor ineludible para cualquier persona que lo haya tenido adentro alguna vez. Te devuelve a cierta energía primitiva, básica, que es muy saludable a la hora de combatir el temido aburguesamiento que trae madurar. No estoy hablando de cosas tan estúpidas como hacer bardo o escabiar hasta quedar hecho un pelotudo. Hablo de no dejarse atrapar, de intentar siempre seguir haciendo lo que uno necesita, aunque fracase. Por más que el punk ya sea sistema y las entradas para el recital de Ramones en River se hayan canjeado por tapitas de Coca Cola, lo importante es saber utilizar su mensaje y aplicarlo cuando lo necesitemos. Saber hacer las cosas uno mismo, buscarlas y pasar por encima de los que pretendan impedirlo. Te enseña a hacer eso que decía Cerati: pisar fósiles y no decaer. En ese sentido, creo que ése es el mensaje de todo el rock, en general, sólo que el punk lo renovó en su momento y lo tradujo a un lenguaje más acorde a la adolescencia: directo y sin vueltas. Fácil de entender. No me interesa tanto el mensaje profundo del punk, el de los ultra ortodoxos del género. Prefiero quedarme con lo que más me gusta. Me encanta sentir que esto que escribo tiene cierta ingenuidad que lo rodea por completo y que en esos momentos, cuando Dos Minutos ingresó a nuestras vidas, también estaba presente. La misma ingenuidad de los que pensaron que el punk (y el rock) podía ser un factor de cambio general. Pero la realidad es como la describía el burgués Solari en una de sus tantas entrevistas monólogo: no cambió el mundo, cambió nuestro mundo. Y eso ya es suficiente como para rendirle un homenaje perpetuo.

Charly García, alguien denostado por los punks, dijo alguna vez que desconfiaba de la gente que no escuchaba a Los Beatles. Yo, en cambio, creo que la persona que no escuchó punk entre sus doce y quince años no tuvo infancia. Creo que se salteó una parte necesaria del crecimiento personal. El pibe de trece años que escucha algo sofisticado y reniega de la urgencia punk va a ser como un ultra kirchnerista, no va a tener humor. Estará condenado para siempre a la amargura.

Quince años después de haber grabado esos discos en el casete de los tíos, pude ver en vivo a Dos Minutos. Ya era un grandulón importante, en tamaño y en edad, el pelo se me venía cayendo desde hacía rato y estaba ahí por laburo. Pero no me importó nada: cuando sonó “Todo lo miro” le pedí a un chico que estaba al lado que me ayudara a levantarme encima de la gente para reivindicar años y años de vida. El pobre pibe me miró asustado, pensando que sus dos manos no iban a servir de escalón para mis noventa kilos. Sin embargo sirvieron y me dieron el impulso necesario para terminar acostado sobre las cabezas de todos los pendejos, mientras la banda tocaba por enésima vez su himno indestructible.

Lo que se destruyó enseguida fue mi pantalón, que no resistió ni un segundo la acrobacia rockera. El tajo que se hizo en la entrepierna me dejó durante el resto del recital hecho una piltrafa, una vergüenza adulta cercana a los 30 años que se ponía a la altura de los inmaduros adolescentes. Eso también me chupó un huevo: esa noche, durante un ratito, me acordé de mis amigos, de todo lo que hicimos juntos, de cómo el tiempo nos separó y cada tanto lo burlamos, juntándonos para un asado. Durante dos minutos volví a tener doce años. Y fui más feliz que la mierda.

Enciende en sueños la vigilia

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Si no es el grupo con los integrantes más losers del país, le pega en el palo. La Perla Irregular es una banda de pibes que no tienen carisma escénico, que arrancan el show pifiándola, disparando una pista que nada que ver. Con un tecladista (Nacho Zucal) que pide ver “esas palmas” casi sin éxito, con su instrumento colgando, dejando a Pablito Lescano como un conmovedor de masas. Pablo Vidal, su fundador, cantante, compositor y guitarrista, tiene un aspecto anti estrella de rock. Su look Paul McCartney 67, con bigote y flequillo, está más cerca de un oficinista setentoso congelado por el miedo al Proceso que de un hipster con onda; de esos que abundan en Buenos Aires y se mueven en bicicletas. Físicamente se parece al papá del nerd de mi colegio que no quiso ir a Bariloche y que a los 17 años escuchaba Lerner. Pablo Vidal parece eso, el que le da vida a lo gris y anodino.

Probablemente por esa razón, esa tara visual, La Perla Irregular nunca se vuelva masiva, aunque varios de sus temas exijan a los gritos ser incluidos en el ranking de lo mejor que dio el pop argentino en el último lustro. Y hay que saber diferenciar la canción pop de La Perla del pop a la Tan Biónica. No es lo mismo. El pop de La Perla Irregular es hijo de la canción popular de Litto Nebbia, Los Beatles, de las orquestas de Leonardo Favio y Sandro. De Almendra, Los Shakers y Pity Álvarez. De todo eso se alimenta América, el excelente y complejo álbum que apareció en septiembre y fue presentado anoche en el Teatro del Viejo Mercado, al frente del shopping Abasto.

En una pequeña sala colmada de amigos, familiares, periodistas, músicos y fans (en ese orden), La Perla Irregular confirmó su chapa de banda emergente grosa. A los seis integrantes del grupo se les sumaron un cuarteto de cuerdas y tres vientos. Trece músicos arriba para desarrollar la enorme imaginación musical de Vidal, que es un enfermo capaz de componer, grabar, producir y editar de manera independiente cuatro discos, un simple y un EP en cinco años.

El show repasó varias canciones de América, arrancando por la canción que le da nombre y que encierra el concepto del disco: pop barroco que representa la complejidad de nuestro continente. La mezcla de culturas, creencias, música y personas. Siguieron gemas (¿perlas?) como el hit soul “Guantes de mimbre y luz”, “Una delicada pizca de horror”, “Nosotros los monos”, el triste y hermoso “Rondó del bello divorcio”, la cruda “Un gran color” y temas de sus discos anteriores, como “(Sólo jugar)”, “Dos partes” y el cierre con “Guadalú”, ese éxito radial que nunca fue.

En vivo, La Perla Irregular suena más rockera y potente gracias a sus tres guitarras y a cierta desprolijidad improvisada que le da una polenta mayor a la sensibilidad de sus discos. Los coros de Nacho y el guitarrista Tingo Zucal (además, integrantes de Los Pels) elevaron el nivel de las voces. Las cuerdas y los vientos funcionaron tan bien que en los próximos conciertos se sentirá demasiado su ausencia.

Luego de una hora y media de show, América quedó oficialmente presentado. Probablemente no pase demasiado tiempo antes de que el grupo tenga un nuevo trabajo dando vueltas. Si todo sigue como hasta ahora, habrá más razones para creer que La Perla Irregular es la gran bestia pop de esta época.


La Perla Irregular – 27 de abril de 2013 - Teatro del Viejo Mercado – Buenos Aires. 
La foto es de Victoria Schwindt.

Algunas noches no es fácil

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Era un escenario gigantesco, pero a los Boom Boom Kid les alcanzó con instalarse en un par de metros cuadrados. Siempre con actitud under, la banda se despachó con quince temas en media hora y demostró que ya tienen muchas canciones que pueden formar parte de un compilado de lados B del rock argentino más popular (“Kitty”, “Tomar helado”, “She Runaway”, “I Do”, “Okey Dokey”).

Mientras Nekro (que terminó surfeando encima del público) revoleaba camisa, dreadlocks y agua, los que esperaban a Babasonicos retrocedían. No se bancaban tanta performance extraña para sus cánones FM. Algunas noches no es fácil. Fue una constante en el estadio Malvinas Argentinas. Incluso durante el excelente show de la banda de Adrián Dárgelos, que demostró que se puede pasar del metal alternativo noventoso al electropop en menos de dos horas.

Con una puesta de luces excelente y un sonido que mejoró a medida que fueron pasando los minutos, Babasonicos mostró sus dos caras sobre el escenario. Primero apareció la que muchos siempre anhelan, la de la primera década del grupo, oscura, pesada y (cada vez más) de culto. El comienzo con “Montañas de agua” marcó el rumbo, que siguió con “D Generación” (de Pasto, su disco debut), “Malón” y “Koyote”. Trance Zomba not dead. ¿Volvimos a los 90? ¿Cuándo llega “Patinador sagrado”? ¿La birra sigue saliendo un peso? Fue una primera media hora de caras de póker. Sólo los fanáticos estaban alucinados. “El baile”, una canción nueva, encajó bien en esa etapa inicial de guitarras al frente.

Tuvieron que pasar más de diez temas en la lista (“Once”, “Flora y fauno”, “Fiesta popular”, “Cuello rojo”, “Tormento”, “Su caballo”, “Pendejo”) para que apareciera un verdadero hit crossover como “El colmo”. “Pijamas”, “Puesto” y “Carismático” fueron de las pocas "canciones que sabemos todos" que sonaron durante el show. Antes del bis, “Seis vírgenes descalzas” (de Babasónica, de 1997) volvió a estremecer a los seguidores old school. “En privado” fue el único momento de la noche en el que la banda se permitió mostrar su costado de baladas hechas para el garche profundo.

Tras el falso final, “Yegua”, “Putita” y “Los calientes” cerraron a pura interacción con el público un show atípico de Babasonicos, alejado de la ametralladora de éxitos de la última década y más cercano a un repaso real de veintipico de años de historia musical.


Babasonicos + Boom Boom Kid - Estadio Cubierto Malvinas Argentinas - Buenos Aires - 6 de julio de 2013
La foto es del Facebook oficial de Babasonicos. 

Una reflexión (?)

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Actualicé el blog con un par de cosas que escribí en estos meses y me colgué mirando posteos viejos, de hace cinco o seis años atrás. No me sorprenden, pero sí me dan un poco de vergüenza algunos comentarios que hacía por aquellas épocas.
Está bueno darse cuenta de que uno ya no está tan pelotudo. 

Bruno Solari, el John Connor de Ricota - II

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Mar del Plata, viernes 25 de junio de 1999

Tengo miedo. No tendría que haber visitado esta época. Mamá ya me había contado los peligros que implicaba ir a ver los recitales de la banda de papá. En River vi algunas cosas pero esto fue demasiado. Realmente fue (y es, porque sigo acá) terrible cruzarse con esta gente horrible, que no sabe hacer otra cosa que provocar quilombo. De ahora en más, cada vez que me encuentre con un policía voy a ser muy precavido.
En River le erré. Los videos con los que estaban trabajando esa noche eran sólo los de ese recital. Al menos, eso es lo que pude ver antes de que me sacaran de la cabina de edición. Los tipos que cuidaban a papá siempre fueron jodidos pero a mí nunca me decían nada porque sabían que eso significaba encerrarlos durante dos horas en la jaula de los ovejeros. Esta vez no me reconocieron (claro, yo todavía no nací) y tuve que salir sin chances de quedarme a espiar demasiado.
Estuve revisando mis planes. Los videos están casi todos grabados, pero no puedo dar con ellos tan fácilmente como pensaba. La banda ya es muy conocida y se mueve de una manera inaccesible para mí. Necesito conocerlos y hacerme su amigo. Al menos de la Mujer Maldita. Otra opción es viajar un poco más al futuro e intentar robar todos los videos de la caja de seguridad del banco, pero es muy arriesgado hacer algo así y no puedo traer a los compañeros conmigo desde nuestra era.
Mientras tanto, estoy en Mar del Plata, que todavía no sufrió el tsunami del 18 y está como en las postales. Aunque un poco destruida después de lo que pasó el fin de semana pasado. Según el Sí de hoy (que todavía es en blanco y negro y hasta parece interesante)  la policía disparó 3500 veces a los seguidores de la banda, hubo catorce vagones de tren destruidos y ochenta comercios dañados. Una locura. Aunque no se puede comparar con el festival “Las bengalas no eran tan malas”, que organizó la agrupación El Rocanrol No Morirá Jamás y que fue una de las últimas cosas que papá apoyó en su vida, en el peor momento de la enfermedad. “La verdad que eran todas unas grandes veladas iluminadas como nunca por mis desangelados. Es hora de que vuelvan y qué mejor que las musicalicen los chicos de bandas como La Beriso, grandes exponentes de la cultura rock”, dijo en una de sus tantas y lamentables conferencias de prensa de los últimos años.
Es hora de recorrer esta ciudad para despejarme un poco. Después de todo, estoy en el pasado y mi vida no tiene horarios, y al tiempo perdido lo puedo recuperar. Quizás hasta podría pegar un viajecito a los sesenta y explorar el amor libre; pero eso ya sería aprovecharme demasiado de mi condición de viajero temporal. Los compañeros de la Post Ricota están esperando en algún punto del futuro mis resultados y no puedo defraudarlos. Eso sí, alfajores me compro seguro.

"El rock se convirtió en una industria"

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Ricardo Mollo y Diego Arnedo se caracterizaron siempre por su capacidad de reinvención y saber adaptarse a las circunstancias, empezando por la muerte de Luca Prodan, el big bang que dio origen a Divididos y a Las Pelotas. Luego, el trío formado por los ex Sumo y el baterista de turno atravesó todas las situaciones imaginables para un grupo de rock: sufrieron el fracaso comercial con su primer trabajo (40 dibujos ahí en el piso, de 1989); el éxito abrumador con el tercero (La era de la boludez, de 1993); el caos heredado del estrellato inesperado (que provocó la salida de Federico Gil Solá); grabaron en Abbey Road el disco que marcó su volantazo más notorio (Narigón del siglo, yo te dejo perfumado en la esquina para siempre, de 2000); perdieron a otro baterista (Jorge Araujo) y se llamaron a un silencio discográfico de ocho años en el que profundizaron la madurez que comenzó en Gol de Mujer (1998), el álbum grabado tras la pancreatitis que acosó a Arnedo y casi lo deja fuera de juego. El cambio de vida radical de Mollo dos años después de la operación de Diego fue otra señal, que musicalmente se empezó a notar con experimentos aislados durante toda la década pasada.
Ahora, con el baterista Catriel Ciavarella asentado y catalogado por muchos como el mejor de todos los que pasaron por el grupo; Divididos salió del ostracismo de la sala de ensayo y encontró un equilibrio justo entre popularidad, respeto y libertad. La impresionante performance en vivo de la banda, la calidad de Amapola del 66 y especialmente su búsqueda interior hacen pensar que a Divididos todavía le queda mucho para dar.
Antes de regresar a Salta, Ricardo Mollo habló sobre el presente del grupo, sus raíces y el futuro.

- Vuelven a Salta después de seis años.
- Es mucho tiempo
- Casi como esperar Amapola… (risas)
- Sí, qué cagada. Pero bueno, ahí estamos. Por suerte ya estamos yendo.
- Acá en Salta hay como un debate interno, porque el rock no convoca tanto y verlos a ustedes en un lugar relativamente chico (para 2 mil personas) hace pensar que ese resurgimiento que se dio después de Amapola… no se ve aún en nuestra provincia. Como que tendrían que estar tocando en un lugar más grande.
- Es que nunca pudimos tocar en un lugar más grande. Eso es lo que pasa. Entonces, nos adecuamos a las situaciones y por eso también nos cuesta tanto hoy. Pero bueno, vamos a ver qué pasa esta vez.
- ¿Están haciendo un show similar a Audio y Agua?
-  No, estamos mezclando mucho. Porque no podemos ir a Salta después de seis años sin tocar y tocar el nuevo disco solamente. Vamos a tocar muchos temas del nuevo disco pero también vamos a hacer un recorrido por toda la discografía.
- Pensando en esa recorrida, ustedes grabaron en todos los contextos. Desde Abbey Road a la sala de ensayo, desde Santaolalla a trabajar solos. Recorrieron todos los caminos que una banda puede explorar a la hora de grabar.
- Fuimos probando todo, además para no repetir situaciones. Cuando hicimos La era de la boludez, que fue la primera vez que viajábamos a grabar, y que viajábamos, porque yo no había salido del país hasta ese momento, salvo Chile o países limítrofes, pero nunca habíamos viajado así, más de diez horas arriba de un avión. Fue toda una experiencia, para nosotros, muy fuerte, muy enriquecedora; por conocer estudios donde han grabado grandes músicos que nosotros hemos escuchado durante toda la vida. Y estar grabando en ese lugar fue una gran experiencia. Lo que sucedió al disco siguiente fue intentar otra cosa desde los temas a la forma de grabar. Todo el tiempo, todos los discos fueron teniendo sus características y sus formatos bastante opuestos al anterior disco, porque entre La era… y Otroletravaladna realmente hay grandes diferencias musicales. Pero bueno, eso es un poco también el divertimento: idear qué vas a hacer y cómo lo vas a hacer.
- Todos criticaban el tiempo que se tomaron para editar Amapola…, pero demostraron que con tiempo y tomando decisiones pacientes pueden hacer un disco como el que sacaron.
- Yo creo que sí. Además, si no tenés nada para decir, está bueno que no hagas un disco porque sí, ¿no? Yo he escuchado a bandas que han tenido un gran éxito y de pronto, el disco siguiente, es como que se nota un poco que está apurado, que no pudieron madurar todo el disco anterior y la tocada y todo eso y ya te meten en el estudio. Pero eso es un poco también la presión cuando tenés una compañía discográfica atrás o estás un poco apurado. En realidad, nosotros no teníamos ningún apuro de nada y cuando pensamos que teníamos las canciones para mostrar, hicimos el disco.
- ¿En la época de Otroletravaladna les pasó eso? ¿El apuro de la discográfica y de ustedes mismos?
- No, eso fue un poco… nos pegó un poco fuerte haber hecho un disco que lo escucharan más de las personas que esperábamos. Y eso a veces tiene un costo muy fuerte en decir “no, bueno, pero ¿por qué si no tocás ‘Qué ves?’ la gente se va de los shows?”.  Para nosotros fue un poco entender qué significa que las canciones ya no te pertenezcan. E hicimos un disco un poco en una forma de divertimento y de mitigar un poco la angustia de eso, ¿no? De la sobreexposición de un día para el otro. Pero bueno, fue una buena experiencia igual porque logramos hacer música desde otro lugar.
- Y es el disco menos comprendido, junto con 40 dibujos ahí en el piso.
- (Se ríe) Sí, pero creo que es uno de los más sinceros, porque realmente ese disco muestra cómo estábamos en ese momento.
- Ya desde el título.
- Por eso (risas).
 - ¿Por qué editaron el DVD del Luna Park y no el de Tilcara?
- Porque el de Tilcara es más complejo que este. Este era el formato de estar adentro de un estadio y ya. En cambio el de Tilcara tiene toda una historia. Nosotros estuvimos casi diez días en Tilcara, previos al show. Fueron muchas vivencias y nos pasaron un montón de cosas y está todo filmado. Tenemos 80 horas filmadas y nos gustaría un poco mostrar eso. Mucha gente conoció el Norte a través de la tocada que hicimos en el 2000 y mucha gente conoció el Norte a partir de la ida a presentar Amapola… a Tilcara. Entonces yo creo que es muy bueno que se conozca. Obviamente, mucha gente conoce el Norte argentino porque es lo más lindo que hay en este país, pero mostrárselo a los que no lo conocen. Gente que yo he hablado. Me han dicho “loco, yo me iba a veranear todos los años a la costa. Ahora conocí esto que es una alucinación, un paraíso. Entonces, es como mostrar más allá de la música, mostrar los lugares. Y lo que tiene el DVD de Tilcara, lo que va a tener es que va a haber una vivencia de todo lo que pasábamos con los ensayos con los músicos y los lugares. Entonces, estamos buscando ahora un director que nos ayude a armar eso.
- Además está el “inconveniente” de la lluvia de último momento, que le dio otro significado también.
- No (se entusiasma), aparte no sabés: ya lo vimos a eso. Y es tremendo. Hablando con el equipo de filmación, ellos estaban como haciendo la cosa de una manera más estándar. Cuando empezó a llover, se generó una magia que cuando lo ves filmado es tremendo lo que pasa, es muy lindo. Entonces, la lluvia fue un valor agregado.  Fue realmente saber que la naturaleza está antes que todos nosotros y que el ego te lo metés en el orto (risas), ¿entendés? Cuando pasan esas cosas te das cuenta de que no somos nada. La gran madre es la naturaleza.
- Todos recuerdan verte saliendo al escenario con el cuadro de la virgen.
-  Y sí, claro, me hice creyente (risas).
-  Y paró enseguida la lluvia y un montón de gente que se estaba yendo, volvió.
-  Fue genial. Porque aparte, el loco, el intendente de ahí de Tilcara, me decía “¡Tomá el cuadro de la virgen, mostralo!”, me decía y yo salí, agarré el cuadro, lo puse así y paró la lluvia y la verdad que fue mágico. Entonces, claro, todas esas cosas estaría bueno que se puedan ver y disfrutar de la manera que lo disfrutamos nosotros ahí, por eso nos tomamos el tiempo. Lo que sí, teníamos que hacer un DVD porque no tuvimos en nuestra carrera un DVD como la gente. Nunca hicimos nada. Entonces era la primera vez que íbamos a hacer algo bueno. Entonces sacamos primero el Luna Park, que era mucho más fácil de hacer.
- Claro, o sea que la premisa de laburo es igual a la de Amapola…
- Exacto. Además, a conciencia. Si no está bien… tenemos, por ejemplo, filmado cuando hicimos Vivo Acá en el Gran Rex pero no nos gusta, entonces sacamos el disco y no sacamos el DVD porque no nos gustan las imágenes. Son aburridas, es una cosa que… No está bien hecho y la verdad que preferimos que eso no salga. Hacer las cosas bien, si no, ¿para qué?
- Está bien, pero vos sabés que a los fanáticos del grupo no les importa si es aburrido o si la técnica no es la mejor.
-  Sí, pero ¿sabés qué? Si subo con la guitarra desafinada, por ahí a los pibes no les importa, pero yo la voy a pasar muy mal. Entonces, prefiero hacer las cosas bien aunque me ligue una puteada por tardar, pero no una puteada por hacer las cosas mal.
- La incorporación de Catriel, su adaptación, también influyó en la grabación del disco y en los tiempos que se tomaron. ¿Cómo lo ven ahora?
- No, ya está. Yo ya me olvidé. Hace tantos años que está. El tiempo pasa de una manera muy veloz y Catriel ya hace como ocho años que toca con nosotros. Todo ese período de adaptación ya pasó. Y también una de las cosas que nos retrasó un poco tener un nuevo disco fue que él estuviera en esa situación de banda. Viste que el período de adaptación son cuatro o cinco años, para que realmente se dé una cosa que va más por el lado de la telepatía que por el lado de las palabras. Entonces ese tiempo fue necesario para eso. Ahora ya está.
- Otra cosa que se nota en el transcurso de Narigón del Siglo… hasta acá es tu evolución como cantante. Vos empezaste a tomar clases de canto en esa época
- Claro, en el 2000.
-¿Y cómo te sentís ahora? ¿Por qué no lo habías hecho antes?
- Porque… no sé, la verdad que no sé. Pero bueno, no lo hice antes porque no apareció esa oportunidad de confiar en alguien. Es bastante complicado eso y el temor de los que estudian canto es pensar que te van a cambiar el modo. Yo soy un poco chúcaro con eso, por eso aprendí a tocar la guitarra de oído. Fue cuando ya sentí que mi garganta no podía soportar un show más y dije “bueno, voy a buscar ayuda”.
- ¿Tiene que ver con esa reinvención de tu vida?
- Claro, sí. En general, es empezar a tomar otros caminos. Entonces ahí busqué otra forma de vida y empecé a estudiar un poco.
- Tiene que ver un poco con lo que le pasó a Diego en el 98, antes de la grabación de Gol de Mujer. La pancreatitis.
- Y sí, bueno, llega un momento en el que viste, ya está. No te hagás más el loco porque no te da el cuero (risas).
- Hay un camino lento, que se ve a través del tiempo, que habla de una evolución total de la banda: personal y musical.
- Sí, además habla de que no hay autopartes, ¿entendés? (risas) Que vos vas y decís “che, poneme un pistón nuevo”. No, nada. Cuidate. Entonces un poco lo que pasó fue eso: empezar a apuntarle más a la música que cualquier otra cosa.
-  ¿Y ahora como están respecto a las composiciones? En su página web hay un video tuyo tocando “Agua en Buenos Aires” durante las sesiones de La era de la boludez. ¿Cuántas canciones sobraron de Amapola…?
-  En realidad sobran ideas. Lo que pasó con “Agua en Buenos Aires” fue como una maldición, porque es un tema que tiene cuatro grabaciones en distintos estudios. Y al final la grabación que quedó en el disco es la del demo. Era la que más nos gustaba. Entonces, lo grabamos en Los Ángeles, iba a estar en el disco La era… Después lo grabamos en Buenos Aires dos veces y al final quedó el demo que hicimos al principio de todo, que lo hicimos acá, en ocho canales, con un aparato que ya está fuera de uso que se llama DAT; grabado con micrófonos que no son de grabación y hecho ahí en el momento, superponiendo canales, porque hay más de ocho instrumentos grabados. Y siempre nos gustó más ese demo que todas las grabaciones que hicimos en esos estudios. Así que muy raro lo que pasó con ese tema, pero lo que tiene es la esencia. La esencia de cómo fue tocado en ese momento y eso fue lo que hizo que terminara el demo, en vez de grabaciones mucho más costosas. Pero bueno, nosotros tenemos más en cuenta eso que ver si realmente está bien grabado. Buscar la interpretación.
- Encima suena tremendo en el disco.
- Sí, está bárbaro. Cuando lo escuchás, si yo no te digo que está hecho de esa manera, vos pensás que está hecho en un estudio, pero no. Bueno, justo lo que mostramos ahí es un tema que mutó de un disco al otro.
- ¿Entonces ese fue un caso excepcional y ahora están componiendo nuevas canciones?
- No, ahora no. Ahora estamos tocando esto, muy contentos haciendo estas tocadas con los temas nuevos y en algún momento… (piensa y retoma) Lo que pasa es que para componer tenés que parar de tocar y a nosotros nos gusta mucho tocar. Entonces es como, viste, “uy, che, paramos”, “y no, ¿por qué no tocamos en tal lado?”, “¿Por qué no vamos a tal lado, que nunca fuimos?”. Estamos todo el tiempo buscando eso, subir a un escenario. La excusa de hacer un disco es para poder subir a un escenario.
 - Vos sos muy fan de Spinetta, ¿te gustaría hacer algo parecido al homenaje de Pedro Aznar o lo tuyo va más por la intimidad?
- No, no. Yo lo recuerdo a él como persona. Me parece que era el lugar más lindo y lo más fuerte de Luisito: era una gran persona. Más allá de haber sido el gran músico que fue, era una gran persona. Y yo lo recuerdo a solas, que es mi manera. Yo crecí escuchando su música en soledad, entonces yo sigo haciendo eso: me pongo un disco y me quedo en mi casa sentado escuchando el disco entero. Y pensando cosas y volando con sus melodías y con sus letras. Entonces no me da por hacer un homenaje así, me parece que es demasiado pensado eso. Pero bueno, cada uno lo hace a su manera.
- Cuando le mostraste “Mañana en el Abasto”, Spinetta quedó maravillado. Es para pensar en cuántas cosas estaba el Flaco, porque escuchó un tema de Sumo que no era para nada característico del grupo y te dijo que era buenísimo.
- Además me dijo algo muy fuerte: “Qué visión de una persona que no es de acá del Abasto. Cómo tiene que venir alguien de otro lado para ver eso”. Le mostré “Viejos vinagres” y “Mañana en el Abasto” y obviamente se quedó con “Mañana…” como una obra, como un hecho artístico.
- ¿Y eso del que viene de afuera y nota cosas en los lugares que visita te pasó acá? ¿Notaste algo en el Norte que por ahí los de acá no se dan cuenta?
- Y sí. La otra vez que me fui a Cachi, hice la Cuesta del Obispo en un momento muy difícil porque había neblina y no se veía nada. Fue complicado. Lo que me duele un poco es ver tantos papeles y tanto plástico al costado de las rutas y en los lugares tan lindos, como esos paisajes únicos, que no estén cuidados. Creo que eso estaría bueno preservarlo. Y otra de las cosas que hay que tener cuidado es con el tema de la minería, que me parece que lo mejor que tienen esos lugares son sus paisajes y recibir a los turistas y no hacer volar las montañas. Porque eso se va a terminar y después van a ser un montón de escombros, unos agujeros enormes que no significan nada.
- Los Humahuaca Trío sacaron un disco, Originario, donde hablan del tema. De la megaminería y cómo la gente que trabaja ahí es víctima y esclava de la mina porque no puede dejar de laburar.
- Sí, pero además el punto de hacerles creer que eso es el futuro de todos y eso no es el futuro de todos. No nos engañemos. Te venden una situación y te dejan un montón de enfermedades que después no va a haber hospital que resista esas cosas. A veces me siento un ignorante cuando hablo de estas cosas porque no conozco en profundidad, pero ya hacer volar una montaña creo que es un problema. Y la extracción de las cosas, yo no creo que sea de una manera pura y ecológica, entonces me parece que esos lugares hay que cuidarlos mucho.
- Hablando de los Humahuaca, en Jujuy también está Gallega. Vos participaste en el disco que grabaron.
- Sí, me llamaron porque iban a grabar un tema de (Ricardo) Vilca. Yo a ellos no los conocía, realmente. Fui a través de Luis Robinson. Me dijo “hay unos chicos de Jujuy que van a grabar un tema de Vilca”, y bueno, tratándose de eso fui a cantar.
- Y tenés relación con otras bandas del Norte. Karma Sudaca, por ejemplo.
-  Claro, con Karma Sudaca tocamos un par de veces y los ayudé en grabaciones.
- ¿Y qué hace que aceptes esas propuestas? ¿Una cosa de afinidad personal o si te gusta la banda vas?
- Sí, en realidad, las cosas se dan. No hay una explicación o que me fije en tal o cual cosa. Lo de los chicos de La Gallega se dio así por el tema de Vilca, que además no lo conocía y me encantó. Me gustó mucho la letra y la melodía.
- Cuando hablabas de los discos de Almafuerte en los que colaboraste te sacabas el rol de productor, te menospreciabas un poco.
- No, no es menospreciar. Fui un colaborador. A veces el lugar de productor es el de desarreglador (se ríe), porque a veces les cambias un poco la personalidad, por eso yo soy muy cuidadoso con esas cosas. Que la banda siga siendo los que son pero tratar de ayudarlos a que estén más cerca del sonido que ellos creen que son. Es un trabajo de mucho respeto.
-  ¿Siempre hiciste lo mismo? ¿Con La Renga, con Almafuerte?
-  Sí, es respetar su esencia. No correrte de ahí. Lo que sí, es marcar algunas cosas que ayuden a que se entienda mejor eso que quieren decir, pero sin tocar absolutamente nada en cuanto a lo artístico. Con La Renga, con Almafuerte que hice un montón de discos, o con Mimi Maura.
-  Cienfuegos.
-  ¡Con Cienfuegos también! Pero siempre eso: escuchando y después ayudando en la búsqueda de los sonidos.
-  Pensando en la actualidad de Divididos, parece poco probable que Santaolalla aparezca para pedirles 50 temas antes de entrar a grabar.
-  No, y de hecho nunca nos pidió nada. Evidentemente eso debe haber sido en algún momento en el que habrá tenido mucha actividad y necesitaba estar seguro de algo exigiendo más canciones. Lo que pasa es que eso a veces es una máquina y nosotros trabajamos con lo que se nos ocurre, no con lo que no se nos ocurre. Entonces, “componer para” es complicado, por lo menos para mí.
-  Además, teniendo en cuenta cómo están laburando ahora, sería imposible utilizar ese método. ¿Gustavo no les pidió los famosos 40 temas?
-  No, de hecho, él estaba un poco asustado. Me decía “uy, pero Acariciando lo áspero son todos hits, y acá no tenemos temas”. De hecho yo saqué un par de temas que tenía, que había hecho en mi casa y le dije “mirá, está esto, también”. De hecho, una de las letras, la de “Paisano de Hurlingham”, la hicimos en Los Ángeles, pero fuimos así con… nada (risas). En realidad, parecía que era nada pero había un contenido bastante interesante dentro de esa poca nada que había.
-  Bastante interesante,  al punto que casi veinte años después se lo sigue escuchando.
-  Sí, y nosotros seguimos tocándolo.
-  ¿Te pusiste a pensar que son casi veinte años de ese disco?
-  Sí, pero si me pongo a pensar, son treinta y pico de años que toco con Diego. En eso no puedo pensar, tengo que seguir para adelante y seguir haciendo música.
-  Y ya no tanto, pero se sigue cayendo en Luca y el “muerto a laburar” del que hablan ustedes. ¿Por qué eligieron esos audios de Luca al final de esa canción?
-  Porque era un cabrón (risas).
- Encima en esos audios bardea a Cerati y a Miguel Abuelo.
-  Claro, creo que es a Miguel Abuelo. De Gustavo dijo otras cosas (risas). En realidad era tomarlo un poco su carácter y tenerlo ahí, más allá de que esté dirigido a alguien. En realidad, eso está dirigido para mostrarlo a él, no para mostrar cómo habla de alguien. Para mostrar su parte cabrona.
-  Claro, porque en ningún momento se escucha que habla de ellos.
-  No, justamente lo que buscábamos era ese momento en el que dice (lo imita) “yo lo conozco, es un hijo de la gran mil puta” (risas). Fue graciosa la puteada: “hijo de la gran mil puta”. Uno no dice eso. Uno dice “hijo de la gran puta” o “un hijo de mil putas”, pero el armó como un doble ahí. Era muy gracioso.
-  Hay como una renovación del rock argentino que está un poco trunca. Incluso ustedes, que son referentes, no son pibes de 30 años. ¿Lo ves de esa manera? ¿Creés que hay una renovación pero los medios no ayudan?
-  Y, deberían abrir un poco el tapón, porque hay un montón de chicos talentosos haciendo música, pero bueno, a veces los medios están condicionando un poco también esa expresión artística. Como para que se conozca más, ¿no? Los grupos siguen haciendo música, lo que pasa es que la difusión a veces está orientada más a una cosa que a algo un poco más abierto de otras músicas que están pasando en este momento.
-  Y al mismo tiempo, por ahí algunas bandas referentes se encasillan. Como que el rock argentino, salvo excepciones, no corre riesgos.
-  Y sí, qué se yo. O se convirtió en una industria.
-  ¿Y se vuelve de la industria?
-  No. A no ser que te empiece a ir mal y entonces tengas que decir “es el momento de cambiar algo”.
-  Claro, pero hoy en día, con los campos VIP y la gente pagando $600 la entrada no parece caerse la historia.
-  No, pero eso es otra parte. Yo trato de mantenerme un poco más alejado de los festivales donde no se sabe quién toca. Viste, te presentan una cerveza y una gaseosa, “¿pero quién toca?”, “ah, eh… fulano”. “Ah, bueno”. No, yo voy a ver un grupo, no voy a ver una cerveza. Entonces es muy difícil armar festivales con nada, solamente porque tenés un sponsor.
-  Pero también la gente ve la marca de la birra sabiendo que las bandas son las mismas de siempre. 
-  Sí, tendrían que ir un poquito más a los bares a ver qué pasa.
-  O al resto del país.
-  Sí, por eso. Bueno, a los bares de todo el país. Hay cosas que pasan solamente en los bares. Me ha pasado de encontrarme con pibes que están tocando y decís “¿y estos quiénes son?”. Nadie, pero mirá cómo tocan, guau. Me pasó con unos chicos rosarinos, que desgraciadamente hoy no están tocando, que se llaman Ojo de Buey, que son buenísimos. Bueno, con la banda de Pepo (N. de la R: Científicos del Palo), un chico con el que terminamos siendo amigos, de Mar del Plata. Y así encontrás: “mirá a estos pibes, ¿qué hacen acá? ¿por qué no se conocen?”. Ese es el camino.
-  Podrías llevarte algo del Norte.
-  No creo que tengamos mucho tiempo de ver en vivo, pero siempre me traigo algunos demos o cosas que me alcanzan.
-  El último show que dieron en Tucumán, en diciembre de 2010, fue de casi tres horas, repasando toda la discografía, sorprendieron con temas de Sumo que nadie esperaba, incluso Diego terminó puteando a uno que lo había escupido, fue un final inolvidable (risas).
-  Sí, siempre pasan esas cosas. Alguno te tira algo, o te escupe o dicen boludeces. Ese día subió un chiquito de 10 años a tocar la guitarra, estuvo buenísimo. Ojalá se repita.

Nota publicada en el número 10 de la revista Rock Salta, de junio/julio de 2012. 
La foto es de Gastón Iñiguez.

Article 2

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Pasa que a la gente, sobre todo en el rock, no les gusta que tomes posición... ¡porque vivimos los ’90! Entonces hay muchos que todavía no salieron de ahí, y otros que están empezando a despertar. Una forma de que eso pase, por ejemplo, es que yo integre una lista. Así, los pibes piensan "qué hijo de puta", pero después van, leen y discuten con los amigos.

Cristian Aldana, hablando sobre su flamante candidatura a diputado nacional por el FPV.
Fuente: Radar.

La feliz sonrisa de tu rostro

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El viernes fui con mi amigo Diego a ver El Siempreterno al Club Tucumán, de Quilmes. Nos tomamos el 159 hasta Baranda al 900. El nombre de la avenida no podía ser más apropiado: apenas bajamos nos invadió un olor a faso inconfundible que confirmó que estábamos en el lugar correcto.

Cuando aparecimos por la puerta del Club ya estaba tocando El Perrodiablo, la primera banda de la noche. Pero nuestros nombres todavía no estaban en la lista de prensa, así que para hacer tiempo caminamos una cuadra, hasta Pancho 99. Ahí nos maravillamos con los precios bajos (una Stella a 23 mangos, una milanga a 12). 

Volvimos al Club y ya estaba Fútbol a pleno, pero la lista seguía sin aparecer. Después de esperar un buen rato, con frío, decidimos hacernos cargo, batir que habíamos viajado desde Salta para entrevistar a Rotman y a Mimi Maura y que teníamos que pasar, que acá estaba nuestra revi para que lo confirmaran. El de la puerta nos pidió los documentos y largó un "pero acá dice Entre Ríos" cuando vio el mío. Explicaciones de mudanzas mediante, nos dejó pasar. La entrevista finalmente pasó para el sábado y el sábado pasó para el domingo. 

Entramos justo antes de que El Siempreterno empezara su recital, sin prueba de sonido, con una Mimi Maura con fiebre, un Minimal compenetrado en su papel de guitarrista, vestido con una gorra de OFF (el grupo, no el repelente) y una remera de Crosby, Stills & Nash. Sergio Rotman estaba a los saltos y a los gritos. Lo dejaba al Tete, de La Renga, como un estático folclorista. A veces, parecía que exageraba un poco. Le metía demasiada actitud. Como sea, hay que ver al Siempreterno en vivo, es inolvidable. Te deja con una sonrisa y los oídos zumbando. 

Así pasaron casi todos los temas del primer disco y varios del segundo. También hicieron "Moonage Daydream", la que grabó Cienfuegos, con ese inglés a la Roberto Quenedi. Terminaron con "Love Will Tear Us Apart" y además metieron un cover de Todos Tus Muertos, "Fallas", que yo sé de memoria porque me encanta la versión que grabó Jimena Lopez Chaplin. En sus caras, punks.

Sigur Giran

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Ciertas canciones y músicos del rock argentino no gozan del respeto de su entorno, de personas que son capaces de escuchar carpetas de bandas europeas, yanquis, africanas o asiáticas en un súper copado reproductor de mp3, pero no te descargan un disco hecho acá ni en sueños. También pasa mucho con los grupos de las provincias. Los habitantes de las ciudades a las que pertenecen esos músicos no dan pelota. “Qué va a ser bueno, si es mi vecino”, suelen comentar. A esta frase la dijo una vez el cantante de Humahuaca Trío, hablando precisamente del “nadie es profeta en su tierra”. Hay muchos grupos que no llevan más de cuarenta personas. Probablemente, si tuvieran un poco de difusión, podrían llenar estadios, gozar del prestigio de la crítica especializada y tener algunas descargas más en Bandcamp, además del reconocimiento de los que viven en la misma cuadra. En la Argentina domina el “si no sale en Buenos Aires no sirve”. Y en la CABA es igual, pero con Europa y Estados Unidos como referentes.

Si no lo creen, ahí están los discos de La Renga, sus integrantes y sus recitales. Rock suburbano, de ruta, asado y taller mecánico. Básico, cuadrado y sin demasiada pretensión. El vade retro de los caretas. La imposibilidad sonora del que porta anteojos de marco cuadrado negro. No tan al fondo, La Renga no tiene muchas diferencias con, por ejemplo, Oasis, los supuestos adalides del buen gusto y la onda para todo habitué de bar rockero argentino que se precie de no ser grasa. Esos lugares que tienen más que ver con un incesante desfile de perfiles de Facebook, poses practicadas durante la semana y piecitos que se mueven al compás de lo elegante. Como Lennon, como Pappo y como La Renga; los hermanos Gallagher tienen orígenes proletarios, de laburante, de “dale con el rock”, como decía Luca. Sus canciones de guitarras fuertes nacen de distintos puntos de un mismo mapa. Los británicos le deben más a Los Beatles que a sus padres. Los de Mataderos no existirían sin el blues, el rock pesado, los Stones, Manal, Los Redondos y el Carpo. Ambos versionaron a Neil Young, otro héroe de la clase trabajadora del rock. Grabaron el mismo tema, el mismo año. Los rockeros bonitos, educaditos, que se pavonean en los bares que no admiten versos en castellano no se dan cuenta de que están escuchando lo mismo y rechazando algo que les gustaría si viniera en envase importado y sin trabas aduaneras. Para que quede claro: si La Renga hubiera nacido en Manchester, hoy sería Oasis. Y al revés también.

Con Charly García sucede lo mismo. Hace poco, la cantante de Utopians reconoció que nunca le había prestado atención al rock argentino y que de a poco se está metiendo. Dijo que en García había encontrado cosas que estaban bien; como si Charly fuera una banda más, del montón, de esas que no tocarían nunca si no fuera por su contrato con Pop Art. Hay gente que opina parecido, que minimiza al bigote anestesiado de la manera más cruda. Directamente ni lo escuchan, no le dan bola. No está mal que no les guste. El problema aparece cuando después se desviven en elogios para propuestas similares. Un caso: la canción “Seru Giran”, del disco Seru Giran, de la banda Seru Giran. Un nombre que es tres en uno, como Black Sabbath. El tema, de 1978, está escrito en un lenguaje inventado. García contó varias veces que decidieron crear palabras que sonaran bien, que vayan de la mano con la melodía, más que pensar en una poesía que encajase. Los músicos suelen hacer este ejercicio cuando aún no tienen cocinada una letra pero sí la música. Improvisan sonidos, arman una letra a lo Roberto Quenedi que después se convertirá en algo más o menos convencional, listo para ser coreado por miles en un estadio.

En esa primera etapa, Charly, Lebón, Aznar y Moro hicieron lo que quisieron. Al principio, así les fue: su disco no pegó en la gente y su concierto debut, gratuito, en La Rural, fue un desastre, porque no contactó con el público. Después, amoldaron sus pretensiones al gusto de los fans, encontraron el equilibrio entre su norte y el de los escuchas y fueron aceptados. Pero en ese álbum estaban más volados que nunca. El disco es media hora de libertad. En ese momento, a los Seru Giran no les importaba nada más que hacer y decir lo que tenían ganas. En “Separata”, Charly les recordaba a sus ex compañeros de La Máquina de Hacer Pájaros (y por extensión, a sus seguidores) que “no tenía ganas de verlos”, les pedía que no lo jodieran. Empezaba a crear el monstruo saynomoresco que pensaría primero en él, después en él y en tercer lugar en él; inspirando a Fito Páez.

“Seru Giran”, la canción de idioma incomprensible, comienzo orquestal y corazón delicado, de ensoñación; podría emparentarse con algunos temas de Sigur Rós, los islandeses que cantan re lindo pero que nadie entiende, ni Bjork. La voz de su cantante se parece al coro que hacen García y el todoterreno David Lebón. Hasta los nombres de las bandas se asemejan. Pero a Sigur Rós lo escuchan los seguidores de Lisandro Aristimuño (que es fan confeso de García y su influencia se nota a kilómetros), los snobs, el staff de Inrockuptibles y los de corazón sensible que están muy informados. Hoy, al primer disco de Seru Giran no lo escucha casi nadie. Lo único que sobrevivió fue “Seminare”, el mega hit del grupo, que también lleva una palabra inexistente como título. Últimamente, García revivió “Eiti Leda”, que es de la época de Sui Géneris, de ese disco trunco que se iba a llamar Ha sido y llevaba las experimentaciones sinfónicas y lisérgicas a un nivel mayor. Pero Sui se disolvió y La Máquina fue un medio más terrenal, obligado a cantarle al terror y a la parálisis total del proceso. Con Seru Giran, el disco, y especialmente con el tema; García pudo hacer su verdadera “Canción de Alicia”, algo como “Lucy in the Sky”: encontró una tierra imaginaria, con personajes irreales, mensaje trascendente y vuelo total. Qué otra cosa puede ser, si no, un mundo de melodías etéreas e idiomas inventados.

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- Esto que dicen, de juntarnos otra vez, a mí me parece (pausa) ¿Cómo decirte? (pausa más larga). Sería casi como hacer una parodia de lo que fuimos. Y eso sí que es una transgresión fea que no quiero hacer. Si volviesen Los Redondos tendríamos que ser unos Redondos distintos, no volver a ser aquello que fue propio de una época. Una parodia de lo que fuimos sería patético. Sería patético. Y sin embargo no reniego de eso, todo lo contrario. Los amo a todos, dimos todo. 
- Semilla, Sergio y Walter grabaron para el próximo disco del Indio, y al parecer también van a tocar en vivo con él, ¿te enteraste?
- Sí, tiene su peligro porque el pasado fue tan intenso. ¿Cómo hacés para eliminar el pasado? ¿Para ignorar el pasado? ¿El ahora es tan sólido como aquello o va a ser una experiencia menor? Por eso es difícil esa apuesta. Si se da, buenísimo. Ojalá que haya novedades. 
- ¿Pero vos realmente dudás que no puedan estar a la altura de la leyenda de ustedes mismos, si vuelven? 
- Depende lo que se haga. Creo que en ese momento, lo que nos mantenía unidos, lo que nos impulsaba a esa aventura, era el espíritu de Patricio Rey, que era una fuerza impresionante, y fuimos hasta donde pudimos llegar. 
- Por otro lado, si se llegaran a reunir tendrían un quilombo para elegir dónde tocar. No tienen un lugar donde entren todos los que irían a verlos. Son esas cosas que uno se pone a pensar y quizás ustedes ni siquiera se lo plantean. Pero el pensamiento general es “estos tipos se juntan y conmueven al país”. ¿Te diste cuenta alguna vez de la dimensión que tiene la banda?
- De alguna manera sí, de alguna manera sí.
- ¿Y no te abruma?
- Lo que pasa es que ya pasó. Y Patricio Rey se fue, nos abandonó. 
- Pero el mito creció de una manera increíble en los últimos años. 
- Sí, fuimos más populares cuando nos separamos que cuando estábamos juntos. Y no es el primer caso. Han pasado miles. El caso de Luca, Sumo, Pappo. Grandes músicos que en realidad tuvieron reconocimiento una vez que se fueron.
- Pero a pesar de lo grandes que fueron Luca y Pappo, no se comparan con la dimensión del mito de Los Redondos, que es algo más grande.
- Al ser un pasado tan intenso, lo mejor que podés hacer es sacártelo de encima porque si no te abruma. Por eso no me gusta mirar el pasado, si no te quedás anclado ahí por siempre. Hay que entender que cada época tiene sus propias epopeyas. Y si uno se queda mirando el pasado, el presente se le va. 
- Al mismo tiempo, ¿no está esa presión de la gente? ¿No pensás a veces “che, bueno, hay mucha gente que lo pide, podríamos…”?
- Pero es imposible. Si el espíritu de Patricio Rey no está presente, ¿qué vamos a hacer? ¿Una parodia? Para mí sería vergonzoso y para ellos sería una decepción. 
- ¿Te parece?
- Sí, porque si Patricio Rey fue algo, fue verdad. No fue una ficción, no fue un invento, fue verdad. Eso lo hizo grande. 
- Creo que si la banda vuelve la gente va a estar tan contenta que ni siquiera va a pensar eso. 
- Es que yo creo que las cosas tienen que ser verdaderas. No creo en las falsedades, no creo, ¿qué querés? Y esto tiene el tiempo y la historia. Los que estuvieron, estuvieron, y es así. Los que estuvieron, bienvenidos, fueron nuestra extensión de todo este viaje. Y los que no estuvieron, no estuvieron. Están los discos, está la obra, están las cosas nuevas que hacemos, si les interesa o no. Pero lo otro, ¿cómo hacés? Puede ser patético. Las reuniones son patéticas porque ya no es lo mismo. Patricio Rey no está, se fue. Si algún día vuelve, vemos. 
- ¡Dónde habrá reencarnado Patricio!
- Yo creo que se fue a otra dimensión, definitivamente (risas).


Skay Beilinson en la revista Rock Salta Nº 15, de junio/julio de 2013.
La foto es de Guido Adler.

El poder de los detalles

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En 2006, cuando laburaba de lavador en una agencia de turismo, siempre recordaba dos canciones: “Crimen”, de Cerati, y “Homero”, de Viejas Locas. La primera me venía a la mente por la parte que dice “¿Cuánto falta? No lo sé. Si es muy tarde, no lo sé”. Cantar eso mientras cepillaba los pisos mugrosos que dejaban los turistas me hacía reír. Trabajaba de noche, hasta la madrugada. En épocas de temporada alta la cosa se ponía densa y no sabía muy bien hasta qué hora podía quedarme. Las combis y los bondis no paraban de llegar. Éramos dos: César, un pibe de Tartagal, que creo que estudiaba Hotelería, y yo. Llegábamos a las cinco o seis de la tarde y nunca nos íbamos antes de las tres de la mañana. Una vez nos fuimos a las seis y media, en pleno invierno. Nuestra jefa, la dueña de la agencia, vivía en el mismo lugar, así que ese día la vimos trabajar, cenar, irse a dormir y despertarse. Todo en una misma jornada. Al llegar a mi casa comí una milanesa con papas fritas que le había pedido a mi novia de ese entonces. La compró la noche anterior, entró con la copia de la llave que tenía casi desde el comienzo de nuestra relación, dejó el menú servido y se fue. Cuando me senté a cenar a las siete de la mañana la comida estaba fría, las papas estaban todas pegadas y la Coca Cola había perdido su baja temperatura. No tenía heladera.

A “Homero” la cantaba por una razón más obvia: la vida del obrero es así, repetíamos a coro con César. Era una manera de aceptar nuestro presente. Nuestros elementos de laburo no eran muchos: una manguera común y corriente conectada a una canilla, un par de trapos hechos con restos de jeans viejos, uno o dos baldes, algunos cepillos y bidones con detergente. Teníamos que laburar al aire libre. Uno afuera y otro adentro del vehículo. Nos turnábamos cada tanto. En invierno era jodido. Y en ésa época era cuando más se laburaba, porque los turistas suelen aparecer en julio. En los seis o siete meses que trabajé ahí, nunca tuve un día libre. El turismo no tiene feriados, me dijo mi jefa el día que comencé.

Supuestamente, yo estudiaba en la universidad, pero después de unas semanas dejé de ir a clases. No me daba el cuero. Me acostaba tardísimo, dormía hasta la una o dos de la tarde, pasaba por lo de mi novia un rato, volvía y me iba a la agencia. Así todos los días. A veces, después de laburar, me iba a un ciber 24 horas que quedaba cerca de mi casa. En una de esas noches arranqué este blog.

Una de las pocas cosas lindas que me pasaban en ese laburo aparecía cuando me tocaba la parte de adentro de las combis y los bondis. Primero, porque no me mojaba ni me cagaba de frío. Además, aprovechaba las bondades del interior. En la mochila siempre llevaba discos. En mi casa no podía escucharlos porque no tenía cómo reproducirlos. Entonces, cuando me encerraba con un cepillo, el trapo, la palita y la escoba; ponía algún CD. Una vez, mi jefa abrió la puerta y me encontró agachado, cantando “Vete de mí, cuervo negro”, de Almendra. Había llevado el box set de la banda. Me lo había comprado unas horas antes, cuando lo vi tirado en el piso de la disquería HR Maluf, famosa entre los melómanos salteños porque allí, cada tanto, aparecen gangas inolvidables. Esa tarde, un rato antes de entrar a trabajar, había ido a mirar, como siempre, y me acerqué al mostrador a preguntar algún precio, sabiendo que no me iba a comprar nada. Entonces la vi. Estaba de costado, debajo de otra, que creo que era de tangos. Cuando noté su presencia, me olvidé de todo lo demás. “La caja de Almendra, ¿cuánto sale?”, pregunté. El empleado no sabía a qué me refería. “Eso verde que está ahí”, le dije, señalando el suelo. Costaba 60 pesos, el mismo precio que tenía cuando fue editada, en 1999, pleno 1 a 1. No lo dudé ni un segundo y la llevé. Mi novia, que escuchaba Chayanne, leía Cosmopolitan y miraba Gran Hermano, me preguntó si estaba seguro, no estaba convencida de que gastara en eso. No le di pelota. Me fui feliz. Tenía menos plata que antes, un laburo de mierda y se me hacía tarde, pero estaba todo bien.

Mi jefa, que me pagaba 350 pesos, siempre me decía lo mismo: lo importante está en los detalles. Para ella era imperdonable una manchita en el vidrio, el cenicero sucio o los cinturones de seguridad mal acomodados. Era una mujer imparable. No confiaba en nadie y no podía delegar. Se enojaba seguido, gritaba, denigraba a un par de empleados y daba portazos. Después, de un momento a otro, cambiaba y trataba a todo el mundo como el Señor Burns cuando se inyectaba esa medicina que lo dejaba fluorescente. Traía paz y amor. En ese momento la detestaba, pero hoy tengo que reconocer que tenía razón. Esas pequeñas cosas ayudan siempre, mejoran. Para mí, eran las canciones, que me hacían el aguante en momentos complicados. Porque es muy frustrante tener que hacer algo que no nos gusta, estar obligados a ir todos los días al bajón total. Es desgastante y nos hace sentir una miseria. Los discos me sostenían y hacían más llevadera esa rutina.

Una vez llevé un CD de Robert Johnson. Cuando mi jefa pasó caminando por nuestra zona de laburo con su hija, que tenía tres años, dijo “pero mirá qué feo lo que escuchan los chicos. Deciles, ‘qué feoooo’”. La nena nos miró, se río y dijo “qué feo” en su rudimentario español. Yo sonreí por cortesía de empleado chupamedias, pero por dentro insulté y juré que nunca iba a dejar que las situaciones me sobrepasaran. Prometí conseguir todo lo que me propusiera y que nunca más iba a trabajar en algo que no me gustara sin pelearla hasta las últimas consecuencias.

A fines de septiembre de ese año, renuncié. Estaba harto. Falté sin aviso y al otro día me senté en la oficina y dije que ya estaba, que eso no era para mí, que gracias por todo. Cuando cerré la puerta de la oficina, con mi flamante ex jefa negando con la cabeza, desaprobando mi actitud de irresponsable, sonreí. Me di cuenta de que el sol todavía estaba arriba y yo lo podía aprovechar.

Llévame lejos

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Son dos chicas jóvenes sentadas juntas sobre un escenario. Cantan y tocan. Leticia compone canciones hermosas, es dueña de una personalidad enorme que dentro de poco le permitirá escaparse para siempre de su talento musical. Abandonará Buenos Aires y se liberará definitivamente. Jimena es tímida, tiene vergüenza. Preferiría estar sola, dibujando o cantando sin público. De todas maneras, el orgullo que siente por lo que hace con Leticia la motiva y la empuja, le hace erguir el pecho y elevar su voz con cada estrofa. Le da fuerza a sus manos para tocar la guitarra. Ninguna nota saldrá con pudor, porque esos temas folk no tienen nada que esconder.

Tiempo después, casi enseguida, en 2009, Jimena carga con toda la responsabilidad. Debuta en solitario. Tiene una banda que la sostiene y un backup de shows encima, pero todavía se siente inexperta. Su inocencia de tablas y su tendencia natural a la baja exposición hacen que el concierto no sea muy agradable. Siente que es un espanto, que no la está pasando del todo bien. Pero se convence por lo mismo de siempre: las canciones. Se pone contenta al escuchar lo que suena. Desde entonces hasta hoy, Jimena López Chaplin tomó confianza, ganó experiencia y creció como compositora e intérprete.

Ya en 2013, Jimena pone a calentar agua en la pava y se maravilla cuando nota que la tostadora eléctrica funciona. Tras cinco minutos, las enormes rodajas de pan negro con semillas en los bordes saltan en la máquina y pasan a ser untadas con Mendicrim. Las “tostadas indies” acompañan a los mates saborizados con cáscara de naranja y forman el desayuno postergado de esta cantautora de 29 años que se despertó tarde y llegó sobre la hora a terapia, teniendo tiempo sólo para correr de un lado al otro. Al mediodía, ya en su departamento, recién puede probar algo.

El desayuno de este viernes de invierno reúne características similares a las canciones de su último disco: clásico, con matices y rasgos personales que van apareciendo de a poco. Con detalles que se notan en cada escucha, en cada mordida un poco más profunda. En El Espíritu de la Golosina, editado en forma independiente, Jimena saca chapa de chica pop sin ninguna carga rosa chicle que pueda llegar a sugerir el título del álbum. Es rock cancionero con capacidad ATP. Hola, musicalizadores, deberían aprovechar.

La carrera de Jimena viene como su día, vertiginosa. Tras ese primer show rebalsado de timidez, hace apenas cuatro años, grabó su álbum debut (Ojos de Plástico, de 2010), sacó otro y se está convirtiendo en una de las voces más interesantes de la nueva canción porteña. Esta flaca bajita de actitud retraída, dibujante profesional, profesora de canto y música por necesidad editó un disco magnífico que se alimenta de un sonido pop vintage. Son diez canciones que podrían rotar en todas las FM del país, en todos los horarios. Con influencias de Virus, Charly García, Blondie y hasta Babasónicos, El espíritu… es un álbum tan pegajoso como el dulce al que hace referencia. “Entre la espalda y la pared”, “Todo lo que sobra en el suelo”, “Oro” y “No te muevas” se destacan en un trabajo plagado de marca generacional, a pesar de su sonido retro.

“El sonido se buscó moderno con recuerdos de otros tiempos”, dice Alfonso Barbieri, ex Cocineros y productor del disco, antes de aclarar que la palabra retro lo pone de mal humor. “Le mostré a Jimena discos de Blondie, The Specials, Elvis Costello, Talking Heads. New Wave, esa cosa cruda pero re cuidada a la vez. A mí me gusta producir con mugre los discos, si no, no les creo. Es un poco eso lo que buscamos, sumado a un sonido propio”, cuenta. Para el productor, que también trabajó en Ojos de Plástico, esa búsqueda funcionó muy bien y las canciones de Jimena (“que son fantásticas”) terminaron dándose “besos y abrazos” con esas influencias. “Escuchamos cosas viejas de Paul McCartney. Medio tomar de aquí y de allá un poco. Mi disco no es tan pop como Blondie, pero tiene alguna hermandad en algún sonido. En algunos temas hay muchos teclados y arreglos que nos hacían acordar a Virus. Aprovechábamos eso que nos tiraba la canción tocada sólo por la guitarra”, explica Jimena.

Ya instalada en su habitación, relajada y con una tostada XL en la mano, Jimena se dispone a analizar una vez más las canciones del disco. Lo hizo bastante en las últimas semanas. Entrevistas en revistas, en diarios como La Nación, en el canal CN23 y en Vorterix le dieron una exposición que no esperaba pero que sirvieron para difundir su música. “No sabía que Vorterix tenía tanta llegada. Me di cuenta después”, reconoce, antes de excusarse por vivir en un termo anti mediático (“Bueno, yo soy medio momia”). “De repente suceden cosas como que te escribe una persona: ‘Che, te escuché en la radio y me re gusta’. Que una persona me escriba por eso ya valió la visita. Me pasó en Vorterix, me pasó cuando fui a CN23. Si hay uno que se copó porque siente que lo descubrió ahí, genial. Ese es el sentido.”

En algunos casos, las influencias que forjaron parte de El Espíritu… se notan apenas y en otros saltan inmediatamente. Es el caso de “Oro”, que remite sin muchas vueltas a la versión unplugged de “Cerca de la revolución”. “Fue sin querer”, aclara Jimena. “Alfa me dijo después ‘che, boluda, es muy Charly’. Y sí, es re Charly. En ese caso me puso contenta, porque no me había dado cuenta, y fue como ‘claro, si yo escuché mucho Charly’.” El disco también trae versiones de David Bowie (“Laberinto”), Los Visitantes (“Somos el cielo”) y The Specials (“Lo que me gusta de vos es tu novio”, uno de los puntos sobresalientes). En los tres casos, Jimena se muestra como una apropiadora total, una okupa de la canción. Adopta temas ajenos y los hace pasar por propios. Quizás ésa sea otra influencia de García. Ya lo había hecho en Ojos de plástico: allí reinterpretó “Fallas”, de Todos Tus Muertos, de manera magistral. “Me gusta mucho hacer (versiones), es algo natural en mí”, cuenta. “Me gusta cantar temas de otros. Me encanta componer pero a veces soy muy enroscada y digo ‘no, esto es una mierda’. Tengo algunos temas de autoestima, entonces cantar canciones de otros me relaja. El otro día estaba con un alumno mostrándole una canción y me dijo ‘parece tuya’. Y me dejó pensando. Me divierte apropiarme.”

La marca generacional del disco aparece en el sonido propio de Jimena y también en los invitados que eligió para que la acompañaran. Todos forman parte del grupo de cancionistas que se vienen abriendo camino desde mediados de la década pasada. Así aparecen Nacho Rodríguez, de Onda Vaga; María Ezquiaga, de Rosal, y Javier Maldonado. “Invité a amigos, gente que veo en lo cotidiano. Ellos son mis cercanos, me significan algo y quiero que estén ahí. Todo el tiempo hacemos colaboraciones entre todos. Yo estuve de invitada en el disco de Rosal, en el de Mauro Conforti, muchas veces estuve invitada en los shows de Nacho. Javier es muy amigo, ha hecho participaciones con Alfonso. En un momento Alfo me dijo ‘¿Por qué no lo llamás a Palo (Pandolfo, ex Visitantes)?’. Y porque es re fácil. Ya lo llamaron varios, prefiero que no. Quiero que estén mis contemporáneos en este disco.”

El gesto de invitar a los que están en sintonía es una muestra más de la unión que posee este grupo de músicos, que completan nombres como Pablo Dacal, Alvy Singer, Lucio Mantel y Tomi Lebrero, entre otros. Además de las colaboraciones en los diferentes discos, también está el ciclo Hay otra canción, que está desarrollando su segundo año consecutivo con cuatro presentaciones en el teatro porteño ND Ateneo. Este 25 de julio, Jimena, Alfonso y María Ezquiaga finalizarán la edición 2013 con muchísimos invitados, entre los que se destacan todos los cancionistas y además Adrián Dárgelos, Leo García, Man Ray y Juliana Gattas.

Los shows en vivo y los discos en los que todos participan son maneras de cobrar notoriedad en una escena que parece no abrir del todo sus puertas. Exceptuando a Lisandro Aristimuño y a Onda Vaga, ningún artista de esta generación de cancionistas logró trascendencia masiva. Alvy Singer la consiguió, pero bajo el papel del sommelier de Coca Cola. Los medios aún no se hacen eco de las canciones. “Sólo Nacional Rock, La Tribu y algunas radios más nos dan bola. Y me refiero a que pasen nuestros temas, no sólo hacer una nota y después no te pasan más. La gran traba que tenemos es que no nos pasan en la radio, por lo tanto no llegamos a más gente”, opina Barbieri, que con Los Cocineros tuvo un momento de buenas críticas y no demasiada exposición en el gran público. Es lo que suelen cosechar estos músicos, por ahora: elogios y no tanta audiencia.

“Me parece que siempre depende de uno y uno tiene que tomar decisiones todo el tiempo. Tal vez, dentro de veinte años, si sigo tocando para veinte, esté deprimida; pero en este momento no siento que sea así. El crecimiento pasa por la música. Mi mayor ambición es musical. Por supuesto que quiero que a eso lo escuche gente y cuanta más gente, mejor. Pero no me preocupa tanto el número”, opina Jimena y agrega que la situación de trascender más allá del fanático del género es complicada no sólo por la falta de rotación los medios, sino también por la escasez de escenarios. Hoy, para tocar en un bar de Buenos Aires, hay que pedir fechas con varios meses de anticipación, algo antes impensado. “Ni hablar de tocar en festivales, es muy difícil –sigue. Sólo toqué en el Emergente, que ahí te piden cierta exclusividad. No podés tener (conciertos) un mes antes ni un mes después. Lo entiendo: te pagan, tocás gratis y está bien, pero tocar en festivales estaría re bueno que sea más fácil. ¿Por qué tengo que estar en un sello para tocar en un festival?”

Es extraño que propuestas como las de Jimena no trasciendan más allá del nicho indie cancionero, porque lo suyo no abunda en el rock argentino actual. Sus canciones de guitarras se podrían instalar en el lugar que dejó vacante María Gabriela Epumer. Para Barbieri, “el lugar de Jimena es el lugar de Jimena”. “Flota en hermosas canciones -dice. Lo bueno es que le faltan muchas más por hacer y eso sólo puede ser positivo.”

Cuando se acaban las tostadas y el mate se termina de enfriar, Jimena asegura que siempre tiene una discusión “media filosófica” con el “ser original o ser auténtico”. “Yo nunca me voy a autodenominar original, yo hago lo que me sale -cuenta. Ojalá sea una propuesta, aunque sea particular, que alguien diga ‘ah, pero esto es esta piba’. Eso es lo que yo quiero.”

El golpetear del salvaje

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(Me gustaría incluir los créditos de la foto, pero no encontré ninguna referencia)

El mismo tipo que escribe clásicos del rock proletario y denuncia las injusticias de la sociedad, reclamando una mayor igualdad (“El pibe tigre”, “Sentir indiano”); en treinta segundos de entrevista derrapa con las cuatro ruedas, vuelca y se lleva todo puesto (“Si vos sos judío no me vengas a cantar el Himno”). Es capaz de escribir canciones que pintan paisajes de manera perfecta (“Río Paraná”), que invitan al viaje con todos los sentidos, aunque sólo se pueda escuchar (“Convide rutero”). Su pluma es un pincel nítido que absorbe los lugares y los devuelve hechos poesía. Posee una voz de tierra adentro que transmite una emoción y un disfrute equivalente a un asado con amigos, un domingo al mediodía, lejos de la ciudad. El mismo rudo bonachón de modales toscos que desprecia el dinero y cultiva la amistad deviene en demonio temible ante el menor suspiro. A diferencia del Pappo más etílico, él no te tira dos pesos (“Para que te comprés una cara nueva”) antes de cagarte a trompadas; sino que insulta y dice frases incoherentes de manera admirable. Es un AK 47 de la puteada y la declaración bestial. Dos caras de la moneda. El Harvey Dent del metal pesado argentino: Ricardo Horacio Iorio, argentino, 50 años, prócer.

Esa misma ambivalencia es la que le ha dado más de un dolor de cabeza a Iorio, más conocido como “el Richard” por la blogósfera que lo tomó como un ícono bizarro gracias a expresiones inolvidables como “tragaleche”, “hijo de Jesú” o “la concha de Dios”. Entonces, ¿cuál es el verdadero? ¿El metalero facho que bate cualquiera en lo de Beto Casella y parece no conectar con ninguno? ¿O el tipo que se aferra al micró-fono, pone cara de estar diciendo verdades y escupe un gran porcentaje de las mejores letras que ha dado el rock de este país en los últimos años? A esta altura, no hay vueltas: los dos conviven en el mismo individuo, provocando uno de los pocos casos de “lo amás o lo odiás” que existen en nuestra música. Con el Richard no hay grises.

Hoy, Iorio goza de la impunidad del bronce que lo consagró hace décadas. Primero con V8, luego con Hermética y ahora con Almafuerte. Es el referente absoluto del heavy argentino, sus canciones se hicieron carne en distintas generaciones que lo veneran como el más grande y le perdonan todas. Ni Spinetta, ni Solari, ni el Carpo (García no es una opción): el 1 es Iorio.

Los que lo bancan corren con una ventaja: Ricardo sigue demostrando coherencia artística y talento gracias a su trabajo, lo que mejor le sale. Algo que desarrolla desde hace 37 años, cuando comenzó a meterse de lleno en la música. La misma cantidad de tiempo que, según él mismo, lleva sin dormir, sin descansar. A pesar de todo el ajetreo por el descontrol que lo envuelve desde hace tres décadas, sus detractores se tienen que quedar en el molde con cada disco. “Yo a ese facho no lo escucho”, es la respuesta que esgrimen los que no lo soportan ante cualquier mención de la solidez de su obra. No lo atacan por ahí porque saben que pierden. Este año, Ricardo lo hizo otra vez. Ya los había dejado a todos quietos con su inesperado disco solista (Ayer deseo, hoy realidad; de 2008) y con Trillando la fina, el flamante álbum de Almafuerte, volvió a demostrar su capacidad como letrista e intérprete.

Trillando… apareció en septiembre, es el octavo disco de estudio de Almafuerte y el primero desde Toro y Pampa (2006). Tiene 11 canciones y se vende sólo en los conciertos. Es una evolución en el sonido del grupo, un rock pesado reconocible desde la cada vez mejor voz de Iorio (más expresiva, más personal) y sus letras; pero también en las guitarras y la música de Claudio Marciello. El Tano es la otra pata en la que se sostiene el mito de Ricardo. Sin él, su reputación habría caído mucho más. Trillando la fina es una nueva interacción entre ambos. Una sociedad que se muestra cada vez más afianzada y publicó su mejor trabajo desde A fondo blanco (1999). “Es un disco que hace crecer la carrera de Almafuerte, tiene el sonido que nos identifica: un rock metalero pesado. Creo que es un poco más simple de cómo veníamos haciendo las cosas, y sonoramente más armónico”, opina el Tano, desde su casa en San Justo, a veinte cuadras de la sala de ensayo.

Iorio, en cambio, no sabe muy bien qué decir. Al menos para esta nota. Está a punto de subir a un escenario, en Comodoro Rivadavia, y desde el teléfono su voz transmite la más temida de sus personalidades. Está hecho un cliché andante de sonidos lánguidos, guturales, pesados y listos para acelerar y mandar todo al carajo ante el primer traspié. Pero dentro de todo es amable. “¿Es una revista o está en vivo, mi amigo?”, pregunta y se pone contento cuando se entera de que su palabra va a quedar impresa: “Ah, qué alegría, mi amigo querido”. Claro que su cortesía está teñida de una tensión imposible de disimular. Su respiración es grave, pausada y profunda; y cuando habla lo hace de manera lenta, desgarrando cada letra, las sílabas, el sujeto y el predicado. Está tranquilo, pero al borde.
- ¿Estás contento con Trillando la fina?
- Y qué sé yo, amigo. Yo, la verdad… como dice el Nuevo Testamento de nuestro señor Jesús de Nazaret, esteee… resulta queee… hacen cosas… (Explotando y gritándole a su entorno) ¡Pará, que no era Nito Mestre, putos, la concha de tu madre! Estos putos… Hay un montón de giles hijos de puta acá, rodeándome. (Volviendo) Escuchemé, maestro: como dice nuestro señor Jesús de Nazaret en el Nuevo Testamento; las personas que se dedican sin interés a algo, luego, con el tiempo y la perseverancia, las cosas se doblegan con creces y todo viene por añadidura. (Pausa solemne) El que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado.
- Ajá.


Esa falta de interés de la que habla no es desidia respecto a la obra. Se refiere a una falta de interés piola, a no ir detrás de la guita y las ambiciones superficiales. En más de una oportunidad, Ricardo se mostró como un tipo desatado de posesiones y dueño de una austeridad que le pondría las extensiones de punta a muchos rockstars de moda. Alguien más parecido a esos hippies que quería perseguir con las “Brigadas metálicas” de V8. Sin embargo, suele exaltarse en los medios, provocando la mencionada lluvia de críticas y hasta denuncias de muchos que sólo lo conocen por esas apariciones polémicas y esporádicas. Es el problema crónico de Almafuerte y de Iorio, una falla histórica: su música no trasciende lo suficiente como para reivindicarlo frente a los ajenos que lo minimizan a un personaje del año de TVR. Ricardo lo sabe: “Dese cuenta usted (que escucha la radio, me imagino): jamás pasan mis canciones. Es igual que Edmundo Rivero: son canciones prohibidas”, dice, antes de volver a calzarse su traje más conocido.
- ¿Con V8 y Hermética ya te pasaba? ¿También te sentías prohibido?
- Como Edmundo Rivero, querido. Lo de V8…
“¿Vos conocés una canción que dice…”, pregunta Ricardo, antes de ponerse a cantar, durante diez segundos exactos, una versión de “Inundados”, de Paralamas; en un portugués a la Roberto Quenedi. Es un momento capusotteano, digno de las mejores parodias que se puedan hacer de él. Los Asspera entregarían todo lo que tienen por lograr un momento tan ricardesco como éste. Después del mini show en vivo a capela y por teléfono, la charla continúa:
- Paralamas.
- (Pausa) Sí, Paralamas y por tu hermana. A ese lo pasan y a mí no. ¿No conoce ese que dice (Otra vez, ahora es el turno de “Ai se eu te pego”, de Michel Teló)? Se quieren coger una criatura, ¿me entiende? Nunca en una canción de Ricardo Iorio van a advertir eso.


“Ricardo es un tipo explosivo”, opina Marciello, que completa la banda junto a Beto Ceriotti en bajo y Bin Valencia en batería. El guitarrista lo conoce en profundidad a Iorio y sabe cómo tratarlo y también marcarle los puntos. “La otra vez estábamos en Rosario, tocando. Viene, se acerca y me dice ‘Tano, ¿hace cuánto que estamos juntos?’, y yo le respondo que 17 años. Él siguió hablando. Parece que me vino a preguntar para comentar el tiempo de trayectoria, el tiempo laburado. Te digo esto porque hace años que trabajo con él, que nos vemos. Ahora estamos un poco más distanciados, no en la relación o en la amistad, sino en los viajes, porque él vive a 700 kilómetros de Buenos Aires. Entonces si vamos a Córdoba, por ejemplo, nosotros vamos con un micro y el va con su vehículo, porque no le conviene venir hasta Capital. Lo conozco de una manera y de esa manera nos tratamos siempre. Han pasado cosas en la vida que quizás nos han hecho fortalecer o cambiar ciertas actitudes o cambiar la óptica de ciertas cosas, pero en la vida personal de cada uno. Las conversaciones son a veces muy cómicas, otras veces son serias, pero no llegamos a confrontar de manera muy discrepante, o llegar al límite de una conversación violenta, como la hemos tenido en otras veces anteriores; porque somos unos tanos cabezones. Pero sí hemos limado muchas asperezas como cualquier sociedad. Ya nos conocemos y sabemos hasta dónde. Entonces, cuando se puede llegar a armar alguna diferencia, lo hablamos al toque: ‘Che loco, ésta me parece que no va. Me parece que tenemos que tratarnos de otra manera’, y es ‘Listo, listo’. Pero no tenemos muchas conversaciones así, es más lo que nos divertimos, nos contamos los viajes, cómo llegamos.”

Ante tanta exposición en los medios, los fanáticos que no se escandalizan sino que se divierten con muchas de las cosas que Iorio dice, bautizaron a sus frases como “Ricardescas”. El blog Mutantes (mutantes.com.ar) es un emblema en eso de rescatar las máximas del Richard, que abordan diversas temáticas: “La cumbia villera es un problema de desnutrición infantil”, dijo una tarde por la Rock & Pop, en una conversación desde un teléfono público que se le cortaba a cada rato y él intentaba mantener pidiendo “moneda, amigo, moneda” a los que pasaban a su lado. Otra: “Me chupan la pija los fans y la concha de su madre, porque cuando yo tuve hambre ningún forro pelotudo culo roto que se puso una remera de V8 me vino a dar de comer”, le escupió a un ignoto adolescente que lo estaba entrevistando para un fanzine. El audio, uno de los primeros eslabones en la construcción del mito, circuló durante años, creando un culto a la puteada ioresca que encontró su máxima expresión poética en el famoso “¡Y la concha de Dios que estamos unidos!” de ese himno que es “A vos amigo”.

El Tano da una razón lógica para esos arranques: “A mí también me pasa, según el momento que me agarrás. Quizás me hablás otro día y te digo ‘loco, no tengo ganas de hablar’, ¿me entendés? A veces las predisposiciones no son las mismas. A mí Ricardo me causa mucha gracia. Hay veces que quizás le digo ‘¿Viste lo que hablaste en la nota? Bueno, tené cuidado con esto’. Capaz me da bola o me dice ‘Es que yo quise decir esto, quedate tranquilo, Tano’. Y hay otras veces que lo escucho hablar y me cago de risa mucho. Tiene unas salidas, unas formas de decir las cosas, que es increíble.”

“A veces le digo las cosas y está pensando en otra. O sea, no me escucha. Le digo ‘Escuchame pelotudo, ¿me escuchás lo que te estoy diciendo?’, ‘Ah sí, sí, Tano, perdoname’. A veces tengo que decirle las cosas diez veces. Y a veces el me cuenta las cosas veinte veces”, sigue Marciello, mientras se ríe recordando anécdotas de Ricardo. “Cuando vi lo de Beto Casella me entré a cagar de risa por las reacciones que tenía. Y estoy acostumbrado a verlo así, pero de pronto en el programa se metió en otras cosas y abrió la boca y dijo sus barbaridades como si estuviera en el living de la casa. Y a mí me pareció sensacional, qué sé yo. No veo a otros artistas sentarse a decir esas cosas o a hablar de esa manera. No somos chicos lindos del rock. Yo ya no sé cómo puede reaccionar Ricardo. Capaz que nos bajamos del micro y le cae un pibe de una radio y le dice ‘Pero andá a la concha de tu hermana, pendejo. No me rompás las pelotas ahora’. Y tal vez después, en el camarín viene el mismo pibe y le dice ‘Mirá, ¿podemos hacer una nota?’, ‘Sí’, ‘Yo te hablé hoy a la tarde’, ‘Pero pibe, vos tenés que esperar, ¿no te das cuenta?’. O sea, lo veo también haciendo esas cosas. Y bueno, el es así, yo no conozco cómo son los demás en la intimidad. Por ejemplo, yo hoy estoy re predispuesto a darte una nota. Pero yo no soy muy notero, ¿viste? Capáz que otro día me preguntás si podemos hacer la nota y ‘¿te parece, loco?’, y vos me decís ‘Sí’, y te la doy. Pero después se quieren meter en cosas muy profundas y yo lo agarro y le digo, ‘Pará, pará, pará. Esto es así: somos una banda de metal pesado que hace 17 años que estamos tocando, damos vueltas por todo el país porque nos encanta, hablamos de nuestro país, tenemos cierto toque tradicionalista. Pero no me vengas con la filosofía hindú o tibetana’. Miranos un poco como somos, porque no hay mucho más que esto, es un perfil directo, no encierra cosas extrañas, mensajes entrelíneas, ¿viste?”

El mensaje, sin embargo, está. Las letras de Iorio son su alma abierta. En la última década se volvieron aún más confesionales. En Trillando la fina, Ricardo parece reconocer esa doble faceta que lo acompaña. “Si me ves volver no me atiendas ni me abras la puerta. Loco, solitario y enredado. No soy yo”, canta en “Si me ves volver”, una de las canciones más desgarradoras del disco, donde su voz se transforma en el mensajero de esa bestia interna, que por una vez no sale para hacer bardo, sino para decirle al mundo que hay que tener cuidado. En “Mi credo”, hace una enumeración de creencias pasadas, mostrándose como alguien confiado que fue decepcionado por todos. El tema finaliza con una frase contundente: “¡Qué gil que fui!”.
“Yo soy un pobre hombre, un pobre infeliz. Un hombre que cometió el pecado más grande que comete el ser humano: no fui feliz”, dice Ricardo, igual de tenso pero más sereno, por una vez hablando con la misma voz con la que escribe sus letras.
- ¿Pensás que no estás a tiempo de ser feliz?
- No, señor. Yo creo que cuando tenía la edad de (los integrantes de la banda) Airbag se me tendría que haber dado la posibilidad. Ahora yo soy un hombre muy viejito. Usted dirá por qué. Porque hace 37 años que no duermo, pibe.
- Sin embargo, lograste poder vivir donde soñabas y estás viviendo de la banda. Recuerdo una frase tuya de hace algunos años...
- (Interrumpiendo) ¿Poder vivir de qué?
- Poder vivir de tu banda, de Almafuerte, haciendo la mús...
- (Interrumpiendo otra vez) No querido, no, estás confundido, hermano; no. Para nada, querido. Jamás tomé un rédito de esto. Rédito lo tiene Paz Martínez, un par de pájaros los dos. Rédito lo tienen todos los que vienen. Ahora viene Kiss. Ponelo en tu revista, pibe. Lo que piensa Ricardo Iorio es esto: ¿sabés por qué viene Kiss a la Argentina? Pa llevar falopa, boludo. ¿Qué te creés, que vienen a complacer a los rockeros? Vienen pa llevar falopa, pibe. ¿Por qué te creés que vino Liza Minelli? ¡Pa llevar falopa, pibe! ¡Despierten, giles, miren a Capusotto!


Con todo, Iorio sabe a qué atenerse. En medio de la vorágine puteadora, se frena, hace una pausa, baja 40 cambiosy pide, con voz seria y preocupada:
“Bueno… esto no lo pongas”. Acaba de decir algo que de ser publicado seguramente le traería más de un quilombo con la misma gente que se empecina en marcarle los puntos. Y Ricardo ya está cansado de que lo persigan, o que lo dejen en banda. Lo mismo le sucede con su música. Trillando la fina apareció seis años después que Toro y Pampa, entre otras cosas, porque no hay una discográfica dispuesta a pagar lo que Almafuerte cree que vale su trabajo. Por eso, la caja en la que viene el disco está repleta de sponsors, parece una revista barrial. Es un verdadero laburo a pulmón y trae adentro el mejor sonido que haya tenido el grupo en toda su historia. Por eso el título resulta adecuado: la banda cosechó la mejor semilla que sembró sin la ayuda de nadie.

“Hacer un disco vale 300, 400 mil pesos y nosotros no somos gente de billete”, aclara Iorio. “No nos paga nadie -continúa. No olvide esto: somos solos (pausa). Si yo tuviese problemas con la droga ¿quién pagaría 50 mil pesos por mes para que yo me interne? ¿Charly García, Palito Ortega, Calamaro? No, nosotros somos solos, amigo”. El Tano confirma la teoría de Ricardo: “Este disco lo producimos ejecutivamente nosotros mismos, no tenemos un sello discográfico que nos haya puesto el dinero para el estudio ni nada. Es como que invertimos y a medida que se van vendiendo los discos se van recuperando todos los gastos de estudio, grabación, edición y demás. Todavía no tenemos ninguna propuesta de algún sello o alguna distribuidora que lo quiera agarrar. Seguramente van a haber, porque estos organismos trabajan de esta manera, ¿viste? Quizás se lo ofrecés y te lo tiran abajo, pero cuando sale a la calle y ven la respuesta que tiene se acercan a ver cómo pueden negociar y ver de qué manera lo pueden tener como artistas exclusivos y difundir”. El Tano afirma sus dichos con un método similar al de Ricardo, se pone a cantar: “Lo que pasa es que están todos en el ‘chiqui bum, chiqui bam, chiqui taka, chiqui bum’, están todos con Chayanne y esas cosas. No ven al rock como un negocio y no se dan cuenta de que el rock podría ser un gran negocio. Es como que la postura de los empresarios que quieren artistas de rock es decir ‘tenemos esta punta, los podemos pasar por acá’. Yo te soy sincero, es muy importante la parte de la difusión de una banda. Vos imaginate que cuando un sello multinacional agarra un grupo suena veinte veces por día una canción y llega a todo el país. Pero, desde mi humilde visión, yo creo que Almafuerte girando hace su propia difusión. Lo mismo que Divididos, fíjate que presentaron su disco en Tilcara. Y nosotros lo presentamos en La Pampa. Y La Renga si presenta un disco va a hacer un desastre, porque capaz que tocan en Tandil y meten 150 mil personas, ¿entendés? Es una locura. Por eso te digo, y no porque me chupe un huevo todo… aunque en cierta forma sí me lo chupa, porque yo cuando hago las cosas las hago por pasión y por amor, por los seguidores de la banda. Yo veo que a lo largo de estos años, el público de Almafuerte se fue renovando. Nosotros en el año 95, antes que salga Mundo guanaco, nos iban a ver parejitas, que después de 17 años formaron una familia y hoy sus hijos nos van a ver. Y a veces van con sus padres que te cuentan de cuando te iban a ver hace tantos años. Entonces me importa un carajo pensar dónde podríamos colocar un disco para que se pueda vender. Nosotros llevamos nuestro disco a cada lugar donde tocamos, ahí se vende con la entrada. Nos interesa que le llegue como primera medida a nuestros seguidores y a la gente que le interesa saber y escuchar en vivo y luego llevarse el disco el día del show. Ojalá tuviéramos más interés de parte de los empresarios y que respeten las condiciones del músico, porque pensá que un material los tipos se lo quedan cinco o diez años y bajo otras licencias los editan y los venden en otros países que vos ni te enterás. Entonces, cuando vienen esos usureros a ofrecerte migajas, decís ‘dejá, el disco me lo vendo yo en mis shows’.”


Seguramente llegará la oferta de alguna discográfica. Trillando… está obteniendo muy buenas críticas, no sólo de los seguidores acérrimos de Iorio: también de la prensa y la mayoría de la patria rockera argentina. La evolución de Ricardo como cantante y su continuidad como letrista producen una combinación infalible con la música de Marciello. El guitarrista se destaca como siempre y ahora goza del reconocimiento de sus pares. El final con el instrumental “Caballo negro” termina de elevar al disco a la altura de clásico. “Me alegra el reconocimiento”, agradece el Tano, y sigue: “Lo que no me alegra son las coronas, porque yo ahora estoy tocando la viola en mi casa, lo hago porque soy un guitarrista intuitivo y aprendí a tocar en la esquina de mi casa cuando era chico. Son casi cuarenta años de tocar la guitarra, donde tampoco imaginaba que iba a vivir de la música. Por eso me gusta el reconocimiento, por una cuestión de sacrificio y de invertir la vida, no sólo ocho horas por día para tocar como Steve Vai. Yo toco como me sale a mí, tengo influencias porque soy un guitarrista orejero. Como escucho a los rockeros escucho a guitarristas puntanos, salteños, tucumanos y a los del sur. Y me gusta el tango, el jazz, el folclore, el blues y el rock. Quizás todas esas influencias me permitieron conectarme con músicos de otras agrupaciones y participar de sus discos, cosas que hacen a la trayectoria de uno, para que oyentes o periodistas sepan de quién se trata cuando hablan de uno. Son bien recibidos los reconocimientos, y que sirva para otros guitarristas que quieran hacer música pesada como hacemos nosotros. Yo me considero un guitarrista de rock y dentro de eso toco cosas hasta donde me da el cuero. En donde no conozco bien, no me meto.”

En tanto, Iorio sigue construyendo su lugar de cronista del sur de la provincia de Buenos Aires. Las letras de Trillando la fina rebalsan Pampa, campo y cosechadoras. Nadie más que Ricardo podría haber usado de título un término tan poco rockero como “Glifosateando”. La letra de “Pal recuerdo” podría ser usada sin tapujos por la Secretaría de Turismo de la provincia. Sin ser folclorista, la tierra lo acompaña, el suelo lo elige para que cuente todo lo que pasa por allí. Él mismo se encarga de explicar (a su modo, claro) por qué cree necesario reflejar su entorno: “Porque tenía las pelotas rotas de escuchar a Peteco (Carabajal), a Mercedes Sosa, al Chaqueño (Palavecino), cantando “luniiiiiita tucumaaaaana”. Chúpenme la pija de la luna, con labios leporinos. Desde Trelew a Tierra del Fuego, esa es mi música, esa es mi Patagonia. Antes tenía rotas las pelotas, ahora tengo carcomida la cabeza de la chota.”

Almafuerte seguirá moviéndose por las rutas, presentando su nuevo disco, aún sin fechas en el NOA a la vista. La última vez que la banda estuvo por la región fue en julio de 2010, ofreciendo shows polémicos en Tucumán y Salta. En esa oportunidad, Iorio le pegó con el micrófono a un pibe que estaba en la valla (el video está en You Tube) y después se mostró en baja forma, dejándole su lugar al Tano en varias ocasiones. Fueron recitales desinflados, un poco decepcionantes. Para el público del Noroeste, entonces, es necesario un reencuentro que lave las heridas y limpie la imagen. Trillando la fina ya es el primer paso para esa futura resurrección.


Nota publicada en el número 13 de la revista Rock Salta, de diciembre de 2012.

Buscando nuevas epopeyas

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(Foto: Guido Adler)

Ubicada en Palermo Soho, rodeada por bares elegantes, locales modernos y gente vestida ad hoc; la casa de Skay tiene un portón inmaculado y una pared completamente pintada por varios grafitis. Ninguno hace alusión a su nombre ni a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. En el barrio, nadie lo reconoce. Puede caminar tranquilo por sus cuadras sin ponerse a pensar que aparecerá la horda de desangelados a hacerle el aguante durante todo el recorrido. Además, pasa desapercibido cuando no está vestido para salir al escenario con sus lentes, sus pañuelos y su actitud avasallante. En persona, Eduardo Beilinson es distinto. Es un tipo tímido que se atropella para hablar, quizás por haber estado tanto tiempo callado en las entrevistas, a la sombra de Carlos Alberto “Indio” Solari. Además se mantiene todo el tiempo con una sonrisa y una actitud amable y simpática que subraya con sus ojos celestes. Ofrece mates amargos, fuma y convive con su eterna compañera y manager Carmen “Poli” Castro. Ambos forman una pareja que constantemente esquivó los caminos convencionales por donde se suponía que debían transitar, en la vida y en la música.
Skay siempre se las ingenió para recorrer los caminos de la libertad, como lo asegura en una de sus canciones. Lo hace desde la infancia, cuando aún era el pequeño Edu, hijo de una familia acomodada de la ciudad de La Plata. Ya, en esa época, algo le decía que encajar no era lo suyo. Durante la adolescencia, en 1968, se dio cuenta de lo que realmente quería: una Europa convulsionada por la psicodelia, los ideales hippies y la revolución del Mayo Francés lo alimentó para toda la eternidad. Volvió a la Argentina siendo el mismo, pero convencido de la vida que debía buscar. Abandonó a su familia de guita, conoció a Poli, se fue a vivir en comunidad y comenzó a pensar que no es rico el que más tiene, sino el que menos necesita. Y aplicó esa idea para todo lo que hizo desde entonces. También supo ser invisible para la dictadura, yéndose a vivir a Salta. Al regreso de su experiencia en el Norte, la pareja, junto al Indio, convirtieron a Los Redondos en la banda más popular del rock argentino y crearon una leyenda que aún hoy se mantiene vigente y en crecimiento.
Desde entonces, Skay Beilinson mantiene un espíritu que provoca confusión al verlo en vivo. Arriba del escenario es una usina energética imparable que no tiene nada que ver con los 61 años que acusa poseer. Es el guardián de la mística. El chamán que conserva los ideales hippies de antaño y los comparte constantemente a través de la música y las palabras. Podría ser un personaje fácilmente parodiable: el viejo hippie que vive en el medio de la modernidad snob hipster porteña y sigue escuchando a las bandas de su época. Pero no, es de verdad. Es auténtico en una sociedad que sigue actualizando sus estados de Twitter.
En julio aparecerá el quinto disco de Skay, que no es solista, porque él insiste en aclarar que la carrera que comenzó en 2002, con la edición de A través del mar de los Sargazos es la del grupo que completa junto a Los Fakires: Oscar Reyna (guitarra), Claudio Quartero (bajo), Javier Lecumberry (teclados) y Topo Espíndola (batería). El nuevo álbum, La Luna Hueca, está compuesto por diez temas que forman un trabajo corto, intenso, con muchos climas. Es probablemente el más acústico que haya grabado Skay. Posee canciones típicas del estilo cosechado en esta década que se convertirán en hits internos (“Ya lo sabés”, “Falenas en celo”) y otros que remiten a la influencia de la música étnica que siempre estuvo presente en el guitarrista, inclusive con Los Redondos (“La fiesta del karma”). “La nube, el globo y el río”, según el propio Skay, es la canción “más rara” que hizo en su vida y alimenta el peso del disco gracias a la aspereza de las cuerdas arregladas por Alejandro Terán. La Luna Hueca fue grabado en los Estudios Conde, junto al técnico Joaquín Rosson y cierra con “La última primavera”, una bella canción de guitarras penetrantes que se mantienen flotando alrededor de la voz de Skay.
El nuevo disco, sus influencias y el futuro de su música y la sociedad son los temas que Skay analizó en esta charla, que comenzó por los años salteños y finalizó con una negativa tajante a reunir a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

- ¿Cómo llegaste a vivir en Salta?
- La historia empezó en el año 76, que vino el golpe militar. La Plata se puso muy jodida, tuvimos dos allanamientos. Y nos salió la posibilidad de ir a Salta. Mi viejo había comprado unas tierras ahí con otra gente, a cien kilómetros de El Galpón, por San José de Orquera. Ahora se hizo el dique El Tunal, en aquel momento no había nada. Era más o menos como el impenetrable (risas). Era a 300 kilómetros de la ciudad de Salta. Cuando llegamos vimos lo que era eso, un delirio total. Estuvimos ahí en Salta, viviendo casi tres o cuatro años. Aprovechando que estábamos allá, recorríamos todo el Norte. Ahí conocimos gente preciosa: Juan Ahuerma, mucha de la bohemia de Salta de aquella época. Y les contábamos que teníamos una banda de músicos delirantes, que eran Los Redondos, que en aquel momento ni siquiera teníamos nombre. Entonces empezamos a buscar un lugar para hacer algo. Y apareció el lugar El Polaco y de audaces, de kamikazes, le dimos para adelante. En un viaje que volvimos a La Plata, entusiasmamos a nuestros amigos y nos embarcamos en lo que era nuestra “gira mágica y misteriosa” por el Norte, que con el pretexto de tocar nos servía de despedida. Mi hermano (N. de la R: Guillermo Beilinson) se iba a vivir a Venezuela y nuestros amigos se dispersaban o desaparecían. Era todo bastante siniestro. Por entonces estaban haciendo una película.
- La de tu hermano.
- La de mi hermano. Mi hermano con el Indio habían hecho el guión y estaban filmando la película.
- ¿Era Ciclo de cielo...?
- Ciclo de cielo sobre viento. Justamente, cuando empezamos a hacer la música para la película ahí empezó a tomar forma otra cosa, que era esta especie de banda demente: yo dirigía la banda con un silbato y no había roles definidos. Tampoco era una banda estable.
- En esos años salteños, ¿estuviste con Poli?
- Fuimos Poli y yo, exactamente.
- ¿Y qué hacían ahí? 
- Teníamos que encarar una explotación agropecuaria: zapallos, porotos. Pero era extremadamente difícil, porque cuando no se inundaba, había una sequía espantosa. Dependías de la lluvia. O se inundaba o había sequía. Por otro lado, las tierras todavía no estaban listas, estaba terminándose el desmonte y además lo habían empezado en la época equivocada, en la época de lluvia, entonces los cordones estaban llenos de barro. Pero lo interesante fue llegar a ese lugar y conocer a esa gente alucinante. Nosotros, al principio, dormíamos arriba de la camioneta porque no había dónde parar. Era el medio del monte.
- No había una estructura, nada.
- No había nada. No había población. Vivía una gente acá, a los cinco kilómetros vivía otro. Y al tiempo conocemos a uno de los lugareños, el viejo Sebastián Roca, que era un mallorquín. Vivía con su familia, una especie de tribu, absolutamente aislados de todo. Cada tanto hacían un viaje a vender leña ahí en Zapla. Cuando los conocemos ellos nos dan albergue en su casa. En un momento le planteamos si se encargaban ellos de hacer la siembra y todo eso, a ver si funcionaba. El tema es que estuvo eso ahí, unos años. Como no prosperaba después lo vendieron. Pero hay tantas anécdotas, que es demasiado (risas). Es muchísimo, muchísimo.
Habíamos llegado con todos los sueños de cuando uno es joven. Había gente que vivía en esas tierras. Gente casi nómade.
- Fabricaban sus propias reglas, de alguna manera.
- Claro, y nosotros, viendo su situación, que los echaban de todos lados; fuimos a hablar con la gente de acá y les dijimos “mire, a ustedes no les cuesta nada dar un terreno a esta gente, que siempre los están echando”. Hacemos un bien para la gente y también puede servir para la finca.
Estuvieron de acuerdo, todo fenómeno. Entonces les dieron las tierras con papeles: un terreno de 20 por 50 cada uno, una cosa así. Y pensamos que el mejor lugar era al lado de la ruta, que estén juntos. La ruta era el lugar donde pasaba todo. Y fue lo peor que pudimos hacer, porque están acostumbrados a vivir uno acá, el otro a los cinco kilómetros. Entonces empezaron las peleas: “que estas gallinas son mías”. Hicimos un desastre. A veces, con las mejores intenciones terminás cometiendo errores. Para esta gente quizás fue lo peor que les pudimos hacer.
- ¿Ustedes ya tenían experiencia viviendo en comunidad?
- Sí, con Poli nos conocemos en el año 69 y ya al poco tiempo me voy de mi casa, nos vamos a vivir a La Casa de la Luna. Éramos una comuna ambulante, andábamos por todos lados. Después terminamos en Pigüé, en medio de la Sierra de la Ventana, viviendo una especie de vuelta al primitivismo total, intentando cazar con arco y flecha. Unos delirios atómicos. Así que estamos atravesados por esa experiencia comunitaria, que de alguna manera fue el germen de lo que después fue Los Redondos. Éramos una Gestalt, una entidad que es como un único ser compuesto por un montón de personas, donde cada uno tiene su propio rol y todos funcionamos juntos y nos complementamos. Creo que fue un aprendizaje fundamental que después fue replicado en Los Redondos.
- El famoso todo que es más que la suma de las partes.
- Así es.
- Decías que se fueron a Salta por la dictadura. ¿Allá no era dura la cosa? 
- No para nosotros, no nos conocían. Y menos en el impenetrable.
- Hace pocas semanas, en el diario El Tribuno informaron que vos conocías al músico salteño Gustavo Kantor. 
- Ajá, lo conocí después. Una familia alucinante. Gustavo, gran guitarrista. Toda la familia. La madre, Aurora, una persona de luz. Y toda su familia y todos sus hijos, que creo que eran cuatro: estaba Gustavo, estaba Ramiro, estaba la chica, que no recuerdo cómo se llamaba y otro que era el panadero. Una familia hermosa, muy generosos, muy hospitalarios, muy buena gente.
- Justamente, Ramiro dijo en esa nota del diario que él y sus hermanos organizaron el recital en El Polaco.
- En El Polaco no, por lo que recuerdo. Estaba Juan Ahuerma, gran poeta. Estaba María Antonieta, que no me acuerdo el apellido, estaba ella con un francés. Y a Ramiro me parece que lo conocí después, no sé por qué tengo esa sensación. Pero quizás…
- Quizás no te acordás bien.
- Exacto, sí, puede ser.
- También decía Ramiro que a la banda le pusieron Patricio Rey por el pintor Francisco Silva, que vivía en Cafayate.
- No, no, en realidad Patricio Rey ya existía. Lo que pasa es que siempre decíamos que Patricio Rey era una entidad, una idea fuerza que por ahí encarnaba en cualquier personaje, por lo general los más locos. Y Pancho Silva en aquel momento, ahora hace mucho que no lo vemos, estaba realmente loco, loco, loco. Una locura preciosa. Se fue a vivir allá: macrobiótico empedernido, un artista, un artesano de la hostia, de los mejores. Y tenía una locura muy particular, entonces a veces yo decía “lo encontré a Patricio Rey en Salta, vengan a verlo”.
- A pesar de pertenecer al mismo país y tener un montón de cosas en común, la idiosincrasia del porteño y la del salteño no es la misma. 
- No, completamente distintas.
- ¿Cómo les impactó esa diferencia?
- Todo ese círculo de gente que conocimos eran todos muy bohemios. El que no era poeta era pintor, tenían una vida muy rica. Era muy linda gente.
- ¿Hay algo que hayas aprendido en tus años vividos en Salta que no lo aprendiste en otro lado? 
- Hay una relación entre la gente, el paisaje y la música. Allí aprendí la profundidad de la baguala y la zamba.
- Hay otro ritmo, también.
- Otro ritmo. El tema del ritmo fue todo un choque al comienzo, pero a medida que vas entrando vas entendiendo su poesía y su mundo, que en la mayoría de los casos es mucho más rico que lo que se vive acá, en esta especie de vacío frenético.
- En una nota dijiste que en Tilcara la gente vive con otra intensidad, otros valores y otro sistema de creencias. Hoy, Tilcara ya es un punto turístico grande y quizás eso puede estar perdiéndose.
- Sí, se está perdiendo. En aquel momento, para llegar no había asfalto, no había nada. Ahora ya hay rutas, al frente de la plaza pusieron maquinitas con juegos electrónicos. Se está transformando en otra cosa. La última vez que fuimos, hace diez años, estuvimos en la fiesta de las copleras en Purmamarca. Y a las pobres viejitas les coparon la fiesta, les arruinaron su festividad. Era invasivo.
- ¿Por qué se fueron de Salta?
- Porque el proyecto de la finca no prosperaba. Hacía falta una inversión muy grande y esperar mucho tiempo para que eso pudiera ser rentable. Entonces decidieron vender y terminó.
- Ahora la provincia está llena de plantaciones de soja.
- Sí, mi hermano estuvo hace poco por esa zona y me dijo que todo lo que era monte no existe más. Dramático.
- El Indio laburaba en un hogar de niños cuando Los Redondos no daban mucha guita, en los ochenta. ¿Vos qué hiciste en esos años, después de volver de Salta? 
- Nos fuimos a Mendoza, a otro emprendimiento, en San Rafael. Ganábamos relativamente bien. Por otro lado, aprendimos a vivir con poco, así que no necesitábamos gran cosa. Estuvimos unos tres años, en una finca en desarrollo y en una bodega, donde nos tomamos varios litros de vino (risas).
- Daba pérdidas la bodega (más risas).
- Sí, nunca fue un gran negocio. Después de eso nos fuimos al sur, a buscar unos postes para una ruta. Así que durante todo ese tiempo tuvimos una entrada que nos permitía vivir.
- Vos venís de una familia con plata.
- Sí, mi viejo profesional. No mucho, pero no tuvimos privaciones.
- ¿Cómo fue el clic que te hizo pasar de eso a sentir que no necesitabas cosas materiales?
- Todo empezó a desencadenarse cuando hice un viaje (se refiere a su paso por Europa, a fines de los sesenta) y cuando volví ya no podía encajar. En ese viaje me explotó la cabeza. Vi desplegarse la vida ante mí. Dije "es esto o volver a la mediocridad de una vida de mierda en la ciudad de La Plata". Volvimos y no bancaba más el colegio. Yo fui buen alumno, nunca me llevé una materia. Ya estaba en quinto año, era septiembre y la calle estaba preciosa. Había conocido a la gente de La Cofradía, la había conocido a Poli, conocía a todo ese mundo que empecé a vislumbrar allá, en ese viaje, y me di cuenta de que acá estaba sucediendo algo parecido. La verdad es que se me hacía imposible continuar con esa vida. Y cortar era cortar: mis viejos dijeron “si te vas, te vas”. En aquel momento era así. No era “bueno, te vas nene, andá, tomá esto”. Era “tomatelás”. Y durante años no los vi más a mis viejos. Y nos fuimos a vivir en esta comuna. Y ahí aprendés lo otro: que compartir un plato de arroz tiene un sabor mucho más grande que una mesa llena de manjares. Cuando uno es joven tampoco te molesta el frío, no te molesta la incomodidad. Lo vivís de otra manera. Sobre todo en este marco, que era la aventura, era vivir. No me costó renunciar.
- ¿Y antes cómo eras? Cuando vivías con tu familia, cuando tenías una comodidad típica.
- Era una familia exigente. Exigían que fuera buen estudiante. Cuando llegaban las vacaciones podíamos tener vacaciones si nos iba bien en el colegio. El viaje que hago a Inglaterra es un viaje que me lo gané yo, por eso tiene otro valor. Porque no me lo pagaron ellos, lo gané yo. Había hecho un viaje antes, con mis viejos, a Sudáfrica, y ahí en el barco se hizo un concurso y cada uno hacía su gracia: algunos bailaban, otros recitaban. Y yo con la guitarra me canté algunas canciones y parece que enternecí a todos. Tenía 15, 16 años. Así que me gané ese viaje y ahí empezó mi propia aventura.
- Recordando tus años previos al viaje, ¿no tenías actitudes contrarias?, ¿más egoístas? ¿No te decís ahora “qué boludo, yo pensaba esto”?
- Lo que pasa es que a mí siempre me costó. No entraba fácil en el mundo. Siempre era de esos que no encajan fácil, viste.
- O sea que ya tenías algo de lo que apareció después.
- De alguna manera, sí. Las amistades que buscás, las elecciones que hacés. Y cuando encontré la música como parte de expresión para mí también fue como un salvavidas. Había otro mundo, otra posibilidad. Antes ya venía tocando, pero lo empecé a desarrollar en las comunidades. Tuve mi primera banda a los 14 años. Cuando volví de viaje hicimos Diplodocum, una banda muy psicodélica. Ahí conocimos a la gente de La Cofradía, hicimos varias presentaciones juntos. Hubo un intercambio muy rico. Una de las cosas más curiosas fue que lo que yo vi allá en Inglaterra, en esos años, pensaba que sucedía solamente allá. De hecho, acá no había información. No es como hoy en día que te enterás por el teléfono, por Twitter, por los diarios. No había información de nada. Y sin embargo esta gente, los de La Cofradía, la mayoría de ellos venía de Entre Ríos, de Nogoyá; no tenían la menor información. Nunca habían escuchado a Hendrix. Y cuando llegamos nosotros con un arsenal de discos y se los pasamos, empezamos a intercambiar información; fue como un despertar mutuo. Por un lado, ellos vieron un mundo que lo intuían. Es más, estaban haciendo la misma experiencia que se estaba haciendo en otros lados, sin saber. Lo que me lleva a pensar en esto de los campos morfogenéticos de los que habla un biólogo que se llama Rupert Sheldrake. Esos campos vienen a ser algo así como una conciencia que nos conecta a todos. Es un tema largo (risas).
- Quizás se puede resumir en que había un espíritu de la época que coincidía en distintas partes del mundo a pesar de la falta de canales de difusión.
- Exactamente, a pesar de las distancias. Este tipo empezó a desarrollar esta teoría porque un día, después de la guerra, los soldados que estaban ocupando una isla se van y dejan en la isla un montón de zapallos, camotes y cosas así. Y los monos van a los zapallos y los empiezan a comer pero estaban llenos de arena, eran un desastre. Hasta que un día, una mona se mete en el agua y lo lava. Los monitos jóvenes la ven y la imitan. Entonces ya empiezan muchos a hacer lo mismo. A los más viejos les cuesta más pero los más chiquitos ya empiezan. Un buen día, prácticamente todos en la isla hacen eso. Curiosamente, al poco tiempo, en una isla a 500 kilómetros de ahí, los monos están haciendo lo mismo. Quiere decir: nadie aprendió de la imitación. Recibieron información por otra conexión, por otro nivel. Alguno de esos monos entró en ese campo de conciencia donde esa información ya estaba instalada. El tipo dice que cuando hay una masa crítica de un pensamiento, de una idea, eso se impregna de otra manera, que no es el aprendizaje vía imitación. Y esto fue un poco lo que pasó. Había gente en todo el mundo que estaba haciendo esta experiencia. Y los muchachos de La Cofradía lo estaban haciendo también, sin saber que había otros en el planeta que lo estaban haciendo. Es impresionante.
- Una vez dijiste que Krishnamurti te enseñó a pensar. ¿Podés ampliar eso? ¿Cuáles fueron esas enseñanzas?
- Más que enseñanzas particulares, yo siempre tenía una especie de fascinación por la gente que pensaba. Y yo no podía pensar, no entendía los razonamientos. Admiraba a la gente que hablaba y podía desarrollar una idea. Yo no podía. Y con Krishnamurti, con esa manera que tiene, tan de desmenuzar cómo es un pensamiento, empecé a entender. Cuando empecé a entender, empecé a elaborar con un sentido, empecé a entender más profundamente. Aprendí a preguntarme.
- No es que te tiró una idea. 
- No. De todas maneras, las ideas de Krishnamurti para mí siguieron marcándome un camino. Que de alguna manera tiene que ver con todo esto, con la misma búsqueda, con otra posibilidad de conciencia.
- Toda esta espiritualidad quizás más elevada que tenés en relación a los demás se nota mucho en tus canciones. 
- Yo no me atrevería a tanto. Creo que cada cual tiene un camino y lo va desarrollando en la medida que puede. Un poco, los años dan eso. Lo que dan es profundidad. No es que tengo más elementos, por ahí quizás son los mismos elementos, pero los entiendo un poquito mejor que antes.
- Viajaste mucho. ¿Cuál fue el primer viaje que hiciste? ¿Cuándo te diste cuenta de que moverte era lo tuyo?
- Cuando éramos chicos viajábamos a un lugar de la costa, en el verano. Mis abuelos vivían en Villa Elisa, cerca de La Plata, que en ese momento era casi como campo. Esos son los recuerdos más bellos que tengo. Había un arroyito donde íbamos con mi primo a pescar. Cruzábamos un puentecito de madera y eran esas tardes idílicas de verano.
- Siempre te gustó ir a otros lugares. No quedarte quieto. 
- Sí, los viajes me enriquecen.
- Inclusive a esta edad, que ya viste casi todo ¿Estuviste en algún lugar nuevo hace poco?
- Es que cuando sos más grande te das cuenta de que menos viste, menos sabés y más querés saber. Hace poco vinimos de Estambul, de estar en un lugar en medio de la meseta de Anatolia que se llama Capadocia, un lugar alucinante. Después estuvimos por Praga, por Berlín.
- Vos le cantás a la raza humana en el final de tu disco ¿Dónde vas? ¿Encontrás conexiones en el mundo entre la gente de los diferentes lugares que visitás?
- Sí, lo que pasa es que los países musulmanes tienen como otra mirada, otra perspectiva. En ese sentido somos muy distintos. Ellos tienen una profunda religiosidad en todo lo que hacen. Y eso de movida, con nuestro mundo occidental tan en decadencia, es un contraste fuerte. Muchas veces, desde nuestro prejuicio, solemos juzgarlos mal. La fe de ellos está casi intacta.
- ¿Sos un tipo religioso? 
-  No, nunca lo fui. Mis viejos eran ateos así que no tuve ninguna formación religiosa. Sin embargo, después, con el tiempo, me fui dando cuenta de que un montón de experiencias que he tenido eran, en un lenguaje religioso, una revelación. Entonces empecé a investigar qué es lo que dicen en diferentes culturas con respecto a esos estados y me di cuenta de que en todas las religiones, en un lenguaje simbólico, se está hablando de lo mismo. La lectura literal no compro, ahí no me cierra para nada. Pero en una lectura más simbólica encuentro que todos están hablando de lo mismo: de un estado diferente de conciencia donde se percibe el mundo y la realidad desde otra perspectiva.
- Volviendo a lo de tus ideas, que esta nueva etapa haya llegado recién hace diez años ayudó a que pudieras tener muy claro lo que querías decir en las letras de las canciones, sin confusiones. 
- Tener de compañero al Indio siempre me inhibió a la hora de escribir. Cada vez que se me ocurría hacer una letra la tiraba a la mierda. Y cuando nos separamos apareció la necesidad de ponerle una palabra a la canción. Me costó bastante encontrar un lenguaje propio. Me pasaba que a todo lo que me refería ya lo había dicho el Indio y lo había dicho mucho mejor (risas). Fue todo un proceso.
- Comparando las letras del primer disco con las del último se nota una evolución, pero el mensaje es el mismo. 
- Sí, creo que alguien dijo que un artista está siempre buscando una respuesta a una misma pregunta. Lo encara de diferentes maneras y a veces sale mejor que otras.
- Ya van once años con la banda. ¿Cómo ves esos comienzos, con A través del mar de los Sargazos? 
- Creo que estoy cantando mucho mejor. En realidad siempre canté, pero cuando pasó esta Gestalt, el Indio tomó el rol de la voz y me había olvidado que yo podía cantar. Y me costó encontrar mi propia manera de decir.
- De hecho, cuando apareció A través del mar de los Sargazos todos decíamos que cantabas re parecido a… a Carlos.
- Mirá vos, es un halago.
- Como que veíamos una influencia que fue mutando hasta encontrar tu voz. ¿Vos no lo sentías así?
- No, porque no tengo el timbre de voz, ni la manera de frasear, ni nada. Porque no me sale (risas). Supongo que la asociación será porque al estar el marco musical, que de alguna manera emparenta una cosa con la otra, las melodías y los fraseos pueden estar cerca. Pero el Indio tiene recursos para la voz mucho más importantes.
- En el ciclo de cuatro conciertos que diste en el Teatro Vorterix, en marzo, presentaste cinco temas. ¿Cómo viene el disco?
- La Luna Hueca sería la otra luna, la de los poetas, la de los soñadores, de los aventureros. Es hueca porque ahí es donde se esconde el misterio. Son diez canciones. Hay muchas guitarras acústicas, hay unos climas interesantes. Desde la poesía me pasó que volví a releer a (Julio) Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, y fue como un disparador. Esas historias absurdas pero que al final parece que quieren decir algo que uno intuye pero irrumpe lo inesperado, lo improbable. Y creo que estas canciones tienen eso. La luna hueca es el lugar donde suceden estas historias que en otro lugar no podrían existir. Rocambole está trabajando en la gráfica y para julio estará listo.
- ¿Te das cuenta de que todos los ricoteros van a comprarse ese libro? (risas)
- Bienvenido, porque es una delicia.
- El riff de “El gourmet del infierno” (de Talismán) es el de “Espiroqueta”, un inédito de Los Redondos. ¿Conservás material viejo de esas épocas que todavía utilizás o es todo nuevo lo que aparece en el disco?
- De aquellas épocas creo que no tengo mucho. Sin embargo, de alguna manera, los demos se convierten en canciones cuando llego al estudio: algunas prosperan, otras se caen y otras mutan. Y en esas mutaciones muchas veces aparecen cosas que estuvieron insinuadas en otras canciones y entra a pasar ese juego raro.
- ¿Cómo te sentiste en el ciclo de Vorterix? No parecías una persona de 61 años. 
- (Se ríe) Cuando uno está arriba del escenario se pierde el tiempo y se pierde todo. Cuando uno está con los compañeros que quiere, con los que se siente a gusto y hace lo que quiere, es muy difícil que salga mal. Lo disfrutamos mucho. Y armamos una banda todoterreno: podemos estar tocando en el Cosquín o un lugar para 300 personas. O en estos teatros, que tienen una dimensión muy agradable. Los disfruto más que los lugares más grandes.
- Hiciste un set acústico en el medio del ciclo. En ese momento la gente coreaba mucho y no se escuchaba ni lo que cantabas ni lo que tocabas, casi que uno terminaba imaginándose el tema. ¿No jode esa actitud del público?
- A mí me pasa una cosa: como yo estoy conectado con los in-ears no me entero mucho de lo que pasa afuera. De todas maneras, creo que lo que tiene un recital es eso, la interacción. Y por ahí a la música la terminan haciendo ellos.
- Es una crítica que se le da mucho al público del rock argentino desde los noventa para acá: que quieren ser protagonistas. Hoy pareciera que la gente se estancó mucho en eso. 
- Sí, creo que todo tiene su tiempo. Hay momentos en los que la gente participa de una manera más volada, viaja más con la música. Siempre habrá un tipo de participación, supongo, que no necesariamente tiene que ser esa… (Hace gestos de agitar como su público).
- ¿No te parece que la gente se pierde lo que llega de arriba cuando intenta copar la parada?
- Y sí, muchas veces pasa. Pero cada uno hace lo que tiene que hacer.
- Otra cosa que pasó en Vorterix fue que en la última fecha hubo incidentes por la cantidad de gente que estuvo tres horas haciendo cola y se quedó afuera.
- Sí, yo creo que ahí hubo un manejo equivocado de la gente que estaba haciendo la seguridad, pero te hablo sin saber porque no tengo detalles.
- Fueron treinta minutos en los que volaron piñas y vasos y la policía se fue. Hasta que el público abrió las puertas y se metió. 
- Es una pena, porque de esa manera se han terminado muchas bandas.
- ¿Eso te hace pensar en dónde tenés que tocar?
- A esta altura ya no pienso en eso. Se lo dejo a Poli. Para mí, tocar es subir a un escenario. Todas las otras cosas las resuelve Poli: con quién va, con quién lo va a organizar. Y en este mundo, en este negocio, hay de todo. Ella es la que se tiene que sentir cómoda con la gente con la que va a laburar.
- Dijiste hace poco que a veces los músicos de la banda ganan más que vos y Poli. ¿Esto sigue sucediendo?
- Depende del lugar. Cuando vamos al interior, que los costos son muy grandes por las distancias, el micro y los fletes, a veces pasa eso. Últimamente viene bien para todos. Nunca dio pérdidas pero no me molesta a esta altura, porque no me queda otra cosa que hacer esto, porque lo hago con gusto. Los primeros que tienen que cobrar son los técnicos, porque ellos no se llevan ni un aplauso. Después, los músicos, porque son los que están poniendo sus instrumentos y sus ganas. Y el último que tiene que cobrar soy yo.
- En Salta tocaste una sola vez, en 2008. ¿Es muy difícil llegar?
- Es difícil llegar, es difícil encontrar la gente con quién organizar. Sobre todo eso. Tendrías que preguntarle a Poli. Por ahí viene una persona a ofrecer un negocio pero no es el negocio en sí sino la persona. Por ahí hay otra oferta de personas con las que nos sentimos a gusto y entonces, bueno, vamos haciendo. Hay gente que hace giras largas pero a mí me gusta tener un pequeño espacio entre un show y otro. Lo ideal es uno o dos por mes porque podés cambiar completamente el show.
- En vivo le das mucho espacio a Oscar Reyna y recordaba una frase tuya en la que dijiste que te sentís más guitarrista rítmico que otra cosa. Algo muy curioso, porque sos uno de los violeros más importantes del país. 
- Me siento muy a gusto haciendo la rítmica. Solear también me gusta. Pero, cantar y solear es como mucho. Entonces cuando se reparten un poco los roles creo que se enriquece. También me da un poco de aire, porque si no es terminar de cantar y entrar al solo y volver a cantar y otro solo (risas). Oscar es un gran guitarrista, tiene mucho gusto.
- ¿Hay alguna canción que no la negociás? ¿Qué decís “a esta la voy a tocar siempre yo”?
- No, no, lo que pasa es que muchas veces probamos cambiar roles. Si no está a la altura de lo que el tema pide volvemos al rol anterior, pero muchas veces cambiamos.
- ¿Los músicos de la banda pueden sugerirte cosas?
- Sí, acá es todo prueba y error. En música no hay ninguna certeza más que lo que te diga el corazón. Si funciona, funciona. Después se prueba y después se vuelve a cambiar. Lo que sí, me guardo la última decisión.
- Tus canciones son elegantes, no hay nada de más.
- Sí, busco eso, que es un flor de laburo, porque a medida que aparece la idea se me empiezan a ocurrir mil cosas y el tema es una montaña gigante. Y el laburo es empezar a quitar hasta encontrar qué era aquello que era esencial de la canción.
- Es casi una analogía con tu vida. 
- De alguna manera sí.
- No hay nada al pedo.
- Exacto, intento que sea así.
- ¿Estás contento con el disco? 
- Mucho.
- ¿Cuánto tiempo lo laburaste?
- No me meto al estudio a terminarlo. Voy una semana, después salimos a tocar y vuelvo al mes siguiente. Así lo fui haciendo el año pasado y lo terminamos este año.
- ¿Quedó mucho afuera?
- Un montón de canciones. Esa es otra de las libertades que me di: romper los temas, cambiarlos de tonalidad, crearlos de vuelta, pasó de todo. Había una canción que no me terminaba de cerrar, “El redentor secreto”, y no la quería incluir. Y vino el baterista y me dijo “estás en pedo” (risas). Lo había hecho con la batería programada y faltaba algo, pero cuando lo tocó el baterista, claro, creció.
- El año pasado, Ricardo Mollo dijo que el rock se convirtió en una industria y de ahí no se vuelve más. ¿Vos qué pensás?
- Que se convirtió en una industria y está atravesado por el negocio y es lo más nefasto que le pudo pasar. Que no vuelva más, depende qué consideremos como rock. Si es todo lo que quedó metido dentro de ese engranaje, creo que no vuelve más. Pero creo que el rock es algo más amplio. Hay gente que hace otras músicas que yo las englobo dentro del rock y quizás están fuera del circuito y están haciendo otras búsquedas y eso traerá nuevos aires. Siempre pasó así.
- El rock es la contracultura que se volvió parte del sistema ¿Entonces dónde está hoy la contracultura?
- Hoy lo más transgresor es la belleza. Y el mayor compromiso de los músicos es encontrar los lugares donde está la belleza. Todo se está transformando a una velocidad fabulosa. Se están produciendo cambios muy profundos. ¿En qué va a terminar? No lo sabemos. Como decía el amigo Houellebecq, el ser humano es capaz de las atrocidades más grandes y sin embargo nunca deja de creer en la bondad y en el amor.
- ¿En los sesenta y setenta se percibía esa sensación de cambio o era como ahora que decimos que no sabemos qué va a pasar?
- No, para mí había una gran diferencia, que era que creíamos que podíamos cambiar el mundo. Es más, lo estábamos cambiando. Por poco tiempo, pero el mundo cambió. Para nosotros, ni hablar. Nuestras vidas cambiaron profundamente. Y de alguna manera impregnamos al resto de la sociedad, en algunos casos posiblemente para peor (risas), pero también fue quedando algo de todo eso. Creo que el ser humano siempre está anhelando algo más. La historia del ser humano es alcanzar, ir hacia algo. Y todo el mundo está buscando eso. Cuando coinciden varias mentes en una misma dirección, a veces se produce esa trasformación en la cultura.
- ¿Y hoy podés percibir esa transformación? 
- Me es más difícil, porque hay mucho barullo alrededor. Depende de qué punto lo veas. Si miro cuarenta años atrás, cuando hablar de ecología era como una cosa de locos, que a nadie se le ocurría; hoy en día está instalado el cuidado del planeta, lo absurdo de la guerra. Hay cosas que hoy son más evidentes, más allá de que el ser humano todavía no alcance a transformarse verdaderamente. La conexión que hay entre todo el planeta era algo impensado cuarenta años atrás. Así que yo creo que todo esto o desemboca en la gran hecatombe a la cual parece que nos encaminamos sin pausa o queda esperanza.
- Lo de la belleza ya lo habías dicho. Dijiste una vez que no luchás contra lo establecido sino que buscás la belleza. También que no hay cambio posible sin romanticismo. ¿Buscar la belleza no es ser un poco romántico? 
- Sí, no sé bien cómo se define el romanticismo. Yo lo pongo desde ese lugar: alguien que elige el camino de la belleza en contraposición a lo otro, al mundo del negocio, es un romántico. El mundo, la sociedad y el sistema nos proponen un camino al que todos debemos obedecer y somos esclavos del consumo, del dinero, de las zapatillas, del McDonald’s, del celular. Salirse de ese juego, plantearse otra posibilidad, más allá del éxito que tengas o no, es como un acto, si querés, revolucionario. Creo que cada uno en su vida hace pequeñas modificaciones que apuntan a un lugar más pleno.
- ¿Te gusta la idea que cada uno aporta su granito de arena para un cambio general, fuera de banderas y partidos?
- Es que creo que ahí es donde se producen los cambios más profundos, porque cuando nos alineamos con una ideología empiezan a aparecer todas las otras miserias que la historia ya nos mostró que existen. Empiezan los fanatismos, empieza la lucha por el poder, toda una maraña de intereses que confunden todo. Creo que la única actitud sincera es la que uno asume consigo mismo. No ante los demás. Creo que ahí está el lugar. Y en la medida que cada uno sea más fiel a sí mismo en un comportamiento, si querés, ético, bueno, creo que ahí puede haber algún cambio. El lugar donde te pongan los acontecimientos dice muy poco, porque un día estás acá y después no.
- No sos un tipo que crea en los partidos políticos.
- No, soy muy descreído. La política me confunde mucho porque veo eso: una maraña de intereses. El fin justifica los medios en la política y ahí se me desarma todo.
- Sos una persona que siempre se mantuvo al margen, de alguna manera. Siempre hiciste tu camino: no tocás canciones de Los Redondos, a pesar de que te las piden; te alejaste del mandato familiar; y sin embargo sos un ícono para un montón de personas. Vos te corriste y te siguieron. ¿Eso es bueno o es malo para un tipo que se quiso salir?
- No, yo en realidad me guío por lo que me pasa a mí. De la opinión de los demás, salvo muy pocas personas, paso. Hago lo que hago porque creo en ello. Creo que las canciones que estoy haciendo ahora son más vigentes para este tiempo mío que las otras canciones que hicimos en otra época. Que son buenísimas, no reniego de eso, al contrario. Creo que fue una época preciosa, fue una época súper intensa. Que dimos todo. Por eso, por mis compañeros de Los Redondos tengo el amor más grande. Esto que dicen, de juntarnos otra vez, a mí me parece (pausa) ¿Cómo decirte? (pausa más larga). Sería casi como hacer una parodia de lo que fuimos. Y eso sí que es una transgresión fea que no quiero hacer. Si volviesen Los Redondos tendríamos que ser unos Redondos distintos, no volver a ser aquello que fue propio de una época. Una parodia de lo que fuimos sería patético. Sería patético. Y sin embargo no reniego de eso, todo lo contrario. Los amo a todos, dimos todo.
- Semilla, Sergio y Walter grabaron para el próximo disco del Indio, y al parecer también van a tocar en vivo con él, ¿te enteraste?
- Sí, tiene su peligro porque el pasado fue tan intenso. ¿Cómo hacés para eliminar el pasado? ¿Para ignorar el pasado? ¿El ahora es tan sólido como aquello o va a ser una experiencia menor? Por eso es difícil esa apuesta. Si se da, buenísimo. Ojalá que haya novedades.
- ¿Pero vos realmente dudás que no puedan estar a la altura de la leyenda de ustedes mismos, si vuelven?
- Depende lo que se haga. Creo que en ese momento, lo que nos mantenía unidos, lo que nos impulsaba a esa aventura, era el espíritu de Patricio Rey, que era una fuerza impresionante, y fuimos hasta donde pudimos llegar.
- Por otro lado, si se llegaran a reunir tendrían un quilombo para elegir dónde tocar. No tienen un lugar donde entren todos los que irían a verlos. Son esas cosas que uno se pone a pensar y quizás ustedes ni siquiera se lo plantean. Pero el pensamiento general es “estos tipos se juntan y conmueven al país”. ¿Te diste cuenta alguna vez de la dimensión que tiene la banda?
- De alguna manera sí, de alguna manera sí.
- ¿Y no te abruma?
- Lo que pasa es que ya pasó. Y Patricio Rey se fue, nos abandonó.
- Pero el mito creció de una manera increíble en los últimos años. 
- Sí, fuimos más populares cuando nos separamos que cuando estábamos juntos. Y no es el primer caso. Han pasado miles. El caso de Luca, Sumo, Pappo. Grandes músicos que en realidad tuvieron reconocimiento una vez que se fueron.
- Pero a pesar de lo grandes que fueron Luca y Pappo, no se comparan con la dimensión del mito de Los Redondos, que es algo más grande.
- Al ser un pasado tan intenso, lo mejor que podés hacer es sacártelo de encima porque si no te abruma. Por eso no me gusta mirar el pasado, si no te quedás anclado ahí por siempre. Hay que entender que cada época tiene sus propias epopeyas. Y si uno se queda mirando el pasado, el presente se le va.
- Al mismo tiempo, ¿no está esa presión de la gente? ¿No pensás a veces “che, bueno, hay mucha gente que lo pide, podríamos…”?
- Pero es imposible. Si el espíritu de Patricio Rey no está presente, ¿qué vamos a hacer? ¿Una parodia? Para mí sería vergonzoso y para ellos sería una decepción.
- ¿Te parece?
- Sí, porque si Patricio Rey fue algo, fue verdad. No fue una ficción, no fue un invento, fue verdad. Eso lo hizo grande.
- Creo que si la banda vuelve la gente va a estar tan contenta que ni siquiera va a pensar eso. 
- Es que yo creo que las cosas tienen que ser verdaderas. No creo en las falsedades, no creo, ¿qué querés? Y esto tiene el tiempo y la historia. Los que estuvieron, estuvieron, y es así. Los que estuvieron, bienvenidos, fueron nuestra extensión de todo este viaje. Y los que no estuvieron, no estuvieron. Están los discos, está la obra, están las cosas nuevas que hacemos, si les interesa o no. Pero lo otro, ¿cómo hacés? Puede ser patético. Las reuniones son patéticas porque ya no es lo mismo. Patricio Rey no está, se fue. Si algún día vuelve, vemos.
- ¡Dónde habrá reencarnado Patricio!
- Yo creo que se fue a otra dimensión, definitivamente (risas).
- A la luna hueca.
- A la luna hueca.
- Los Pez dijeron varias veces que Patricio Rey arruinó al rock argentino. La teoría es que como ustedes fueron tan grandes influenciaron a muchas bandas y esas bandas intentaron copiarlos, les salió mal y quedó una mediocridad terrible. ¿Te hacés cargo?
- Creo que de alguna manera tienen razón, pero por otro lado hay que mirar con perspectiva. Porque todos aprendimos imitando a alguien. Todos. Y es el proceso que llevan esas bandas. Hoy en día quizás sean horribles, pero por ahí dentro de tres años encuentran su propio lenguaje y fue pasar por este aprendizaje para pasar a otro lugar. Así que en ese sentido creo que no hay mal.
- Incluso hay bandas consagradas que están en ese grupo de influenciados. 
- No importa, consagrados o no consagrados. Algunos con un producto más interesante que otros, pero todos vamos aprendiendo.
-  ¿Hay alguna de esas bandas que te guste?
- Me entusiasmo últimamente donde haya novedades, algo que desconozca. Hace un tiempo estuvimos en Corrientes y nos acercaron unos discos de unos grupos de allá, y me gustó porque tenían como otro lenguaje. Aparecía un poco la selva, el río Paraná. Estaban hablando de otra cosa y me resulta más atractivo eso que lo otro que ya conozco.
- ¿Nunca quisiste tener hijos o no se dio?
- No, no se dio. Cuando se dio no quise, y la verdad que los chicos me gustan pero no sé si estoy en condiciones de hacerme cargo de criar un hijo. De alguna manera, esto de hacer canciones es otra manera de estar y trascender.
- ¿Pensaste que ya te queda menos tiempo de vida que lo que ya viviste? 
- Sí, lo supe desde siempre. La vida es un regalo. Hay que vivir y hacer las cosas que me gustan hacer. Estoy en deuda con la vida y mi manera de devolver es con las canciones, lo mejor que sé hacer.
- No te angustia. 
- No, la muerte es una incógnita pero también es inevitable. Estoy impávido como todos. Creo que se hace más dramático cuando no tenés un plan, cuando no tenés un proyecto de vida. En mi caso, estamos haciendo esto y es un momento hermoso para nosotros, como grupo. Cuando se termina se termina.


Entrevista con Skay Beilinson para la revista Rock Salta número 15, de junio/julio de 2013.

No es reedición, es redención

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(Foto: gentileza La Perla Irregular)
Pablo Vidal es fanático de Los Beatles. Los nombra a cada rato y los usa cada tanto en sus discos. Vidal le afana a Los Beatles, lo reconoce sin vueltas y tiene un argumento muy sólido para justificarse. “Creo que los mejores compositores y los mejores grupos son los que saben reelaborar otras músicas en función de una propia. Los mejores temas generalmente son robos de otros”, dice Pablo, desde su departamento del barrio de Floresta, en Buenos Aires. Inmediatamente pone un par de ejemplos y, claro, nombra a los Fabulosos: “La melodía de ‘Blowin in the Wind’ es la misma de un tema folk tradicional irlandés. Bob Dylan agarró un tema ya hecho y le cambió la letra. No un tema, varios temas. Porque está esa costumbre en la música folk de agarrar una melodía y cantarle distintas letras. Lo mismo con ‘Girl from the North Country’, que está en el segundo disco. ‘Come Together’, de Los Beatles, es una cita de un tema de Chuck Berry que se llama ‘You Can’t Catch Me’, y hasta tiene un robo en la letra.”
El escritor Fabián Casas también cree firmemente en el afano y en la reelaboración a partir de lo que antes hicieron otros. Y si hay que chorear, dice, hay que hacerlo en grande: no vale la pena robar un kiosco cuando el banco está a mano. “En el 67 –cuenta Pablo, Paul McCartney va a ver en Londres a Fats Domino. Queda impactado y a la semana compone ‘Lady Madonna’, que es un tema súper Fats Domino: la base, el boogie rocanrolero. A eso lo hacían los mejores, bueno, ¿uno no lo va a hacer? (risas)”. Pablo lo hizo más de una vez con su grupo, La Perla Irregular. En América, su último disco, hay un solo de guitarra igual al que Macca hizo en su versión de “Love is Strange”, de Buddy Holly. “Al momento de hacer el solo de ‘Más que amigos’ decidí hacer el mismo que hace McCartney en ese tema, que tiene una base con acordes más o menos parecidos. Y lo metí y entraba perfecto. Y si vos escuchás el tema de Paul McCartney, el solo es el mismo, pero en otra tonalidad. Y lo calqué y dije ‘no voy a hacer un solo mejor que ése’. Lo puse en otro contexto, porque es otra canción, otra letra, otra melodía; pero sigue funcionando perfecto. A eso lo hago todo el tiempo. También, de vez en cuando, invento alguna melodía (risas).”
La escuela de los Fabulosos de Liverpool se profundizó tanto en Pablo que él sigue a rajatabla el mandato de cambiar todo el tiempo, de no estancarse y ser cada vez más creativo. A diferencia de las bandas tributo, que tocan sólo lo que ya está hecho, Pablo rehace mientras construye su propio camino, como si la música pop fuera un solo trabajo en continuado a lo largo de los años, una cadena interminable. Se da cuenta de que es precisamente en los cruces donde está lo más interesante. “Esa es una clave del arte de nuestro tiempo: citar cosas, reelaborarlas. Que esté todo inventado no es algo negativo, es una situación. Se llegó a un tope porque con los mismos recursos estamos haciendo la misma música hace cincuenta o sesenta años. Lo más sabio es ver cómo reacomodamos lo que ya está inventando para que siga sonando nuevo, para que te siga atrayendo. Que esté todo inventado no es ni mejor ni peor, es distinto a cuando recién arrancaba.”
Pablo cree que la palabra “original” está mal utilizada. “Uno tiende a pensar que lo original es lo novedoso, lo que nunca ocurrió antes y que llama la atención por eso. En realidad, el término quiere decir ‘volver al origen’: agarrar algo que existe previamente y traerlo al presente pero no de forma chata, sino con un nuevo sentido, resignificándolo”, dice, mientras el disco de Love que puso para musicalizar la charla va llegando a su fin y las trompetas que lo rematan arman un colchón coherente para su discurso. Parece una versión libre, recitada, de las canciones de La Perla. El pasado y el futuro, medio siglo de cultura pop condensada en unos instantes de entrevista.
Antes de formar la banda, en 2008, Pablo nunca había grabado. Sólo se había dedicado a componer canciones y a estudiar en el Conservatorio Manuel de Falla. Cinco años después, La Perla Irregular es uno de los grupos más reconocidos del rock argentino emergente y ya tiene cuatro discos de estudio, un compilado, un EP y un simple. Todos compuestos, producidos y editados por el propio Vidal, de 27 años, que se revela como una máquina prolífica del pop elegante. Aunque para él no es así. “No es que escriba tantas canciones. Las que hago me gustan y digo ‘sí, a esta la grabaría’. Conozco gente que en un mes escribe veinte canciones, y yo por ahí escribo veinte canciones en un año”, asegura, sin darse cuenta de que en realidad trepa alto en la escala de productividad. El único año en que La Perla no editó un álbum fue en 2011, cuando salieron “otras cosas”. “Salió un compilado de El Eternauta (Los Ellos) donde tenemos un tema, salieron unas rarezas, hicimos un video y muchos shows. Entre febrero y agosto de ese año tocamos 35 veces. Por Córdoba, La Plata, Zona Sur, anduvimos por todos lados”.
La Perla Irregular editó su álbum debut (La Perla Irregular) en 2008. Fue la primera experiencia de Pablo en un estudio de grabación y se nota. El sonido es el de un grupo inexperto y un productor sin muchas herramientas. No hay mucho más que una banda sonando casi en vivo, saliendo de la adolescencia, con una ingenuidad propia del comienzo de un camino que se percibe hasta en las ilustraciones súper naif que lo decoran. Como reconoce Pablo, “cada disco es un retrato de cómo uno era en ese momento”. Un año después, en 2009, apareció La Novena Utopía y se notó un gran crecimiento. Fue el disco que los empezó a hacer conocidos y en el que Pablo forjó la personalidad de la banda: un pop barroco deudor de la psicodelia y la canción popular de los sesenta y setenta, como Sandro y Leonardo Favio (“Las cosas de ahora no suenan ni la mitad de lo que sonaban esas orquestas tocando todas juntas”). En diciembre de 2010 apareció Rafael, el disco más accesible, el que contiene canciones directas y hiteras como “Guadalú”, “El tren de las diez” y “(Sólo jugar)”; que en un mundo ideal, el que imaginó Lionel Hutz, sin abogados; deberían sonar en todas las radios. Todos los discos fueron editados por el sello de la banda, De Regreso a la Fantasía, y están disponibles para su descarga gratuita o en copias físicas que están casi agotadas. Además, allí también se encuentran el EP El Nadir del Rock y el simple De Regreso a la Fantasía. Nada mal para un músico independiente que se mantiene trabajando en una empresa que vende mangueras hidráulicas.
Para Vidal, la vorágine se justifica, nuevamente, en los Fab: “Los Beatles, entre el 64 y el 65, en dos años, sacaron cuatro discos, hicieron dos películas, sacaron ocho singles que no están en los discos, temas aparte; hicieron tres giras. Pero justamente eso creo que te potencia. Porque cuando vos te relajás un poco, medio que te achanchás. Cuando estás todo el tiempo haciendo algo, es una gimnasia. Y si estás todo el día componiendo temas vas a hacer temas cada vez mejores. Grabando también.”
La promiscuidad creativa de Pablo Vidal también se refleja en la producción, los arreglos y en el método que utiliza, repleto de sogas al cuello. En lugar de grabar en casa, con una computadora, La Perla Irregular alquila estudios y cumple plazos. Eso hace aún más admirable el resultado final. “Siempre me gustó ir al estudio –reconoce. Me gusta esta cosa de adrenalina, que tenés que meter todas las guitarras o todos los bajos en un día y que salgan como salgan. Entonces uno se va bien afilado, muy bien ensayado, vas y lo hacés. Tiene un poco más de frescura, me parece, cuando se graba así, que cuando tenés la opción infinita de cambiarlo a tu gusto.”
En septiembre de 2012 apareció América, que presentarán el 27 de abril en el pequeño Teatro del Viejo Mercado, en el Abasto, en un show con orquesta de cuerdas y vientos, a la altura del álbum.América es el trabajo más ambicioso de la banda hasta el momento. Es, en palabras de su autor, un disco que representa al barroco en su máximo esplendor y está repleto de ingredientes exacerbados y confusos, como nuestro propio continente. Todo mezclado en dosis justas con la cultura de los últimos cincuenta años. “La cultura popular está metida desde las imágenes de la tapa. Y eso también está en el disco, porque si bien tiene un montón de rebusques y cosas que lo hacen medio difícil de aprender de una, es básicamente un disco pop”, cuenta Pablo.
La Perla Irregular construyó un trabajo tan profundo que es imposible de abordar de una sola escucha. Es demasiado para el no iniciado y pueden pasar meses hasta que sus canciones se activen. Pero una vez que lo hacen, es difícil que se vayan. El curioso que quiera conocer a la banda debería arrancar por Rafael, que además de contener los hits que nunca sonarán en las radios, posee canciones más aguerridas, como “Blues del oxidado”, que remite a Edelmiro Molinari y Color Humano.
Aunque, quizás, no sea tan así. Desde que surgió, La Perla Irregular es catalogada como una banda de retro rock argentino. Para Pablo es diferente: “Todos tienen como un preconcepto mío: que soy fanático de Color Humano, AquelarreSui GenerisLa Máquina de Hacer PájarosSeru Giran. La verdad que no lo escuché tanto a todo eso. Lo conozco pero no soy fan. De Spinetta también me decían, más que nada en los primeros discos. El Flaco es lo más, pero tampoco soy un súper conocedor de la obra. Creo que está eso del inconsciente colectivo. Sé que hay muchas cosas (de La Perla) que suenan a ese estilo y a esa época del rock de acá. Pero me salió así, es como que lo tengo en la sangre. No es que lo busqué imitar. Es algo que está en el inconsciente, me parece”, dice, y reconoce que esa mezcla de influencias, inconsciente colectivo musical y búsqueda personal entrega un resultado diferente, que se asocia a su manera de ver el arte de nuestro tiempo: “Creo que hay una especie de ‘estilo La Perla’, que obviamente es cita, es intertexto de otros estilos; pero tienen una mezcla rara entre sí. Hay temas que tienen un solo a lo Harrison y el tema era medio Spinetta y eso quizás no está en ningún disco del Flaco. Esa mezcla es de La Perla. Si uno le presta un poquito de atención y se toma el trabajo de escuchar con profundidad te vas a dar cuenta de que hay una marca autoral, algo que es propio.”
A pesar de que América aún no fue presentado oficialmente y tiene seis meses en la calle, Pablo Vidal ya tiene las canciones del próximo álbum de La Perla Irregular. “Tengo armada una selección de quince temas. Doce están muy listos y a tres les falta meter mano. Pero esos quince me encantan y arman una cosa re copada entre sí, entonces me voy a concentrar en esos para laburarlos. Los voy a tener preparados, cuando aparezca la posibilidad los intentaré grabar y armar el disco”, cuenta y se da cuenta de que su postura no-soy-prolífico se cae a pedazos; así que se justifica de nuevo: “Y si no, cuando querés grabar un disco decís ‘y ahora tengo que hacer las canciones’. No, uno siempre tiene que estar más adelante de lo que se supone que tenés que hacer.”

Entrevista con Pablo Vidal para el número 14 de la revista Rock Salta, de abril/mayo de 2013.
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